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La calle, los despachos y los periódicos

Emilio Lamo de Espinosa

¿Cómo sorprenderse de que la inmensa mayoría de los ciudadanos consultados por el CIS (nada menos que el 74%) haya seguido el debate sobre el estado de la nación con poca o nula atención o de que casi el 50% afirme que no se trataron los temas que realmente preocupan? Una vez más, se comprueba fehacientemente la hipótesis de que existe una enorme fractura entre el discurso político oficial, de una parte, y la sensibilidad y las preocupaciones de los ciudadanos, de otra. Éstos, simplemente, no están interesados en lo que ven o lo que les cuentan. Y no es de extrañar. La campaña electoral del 13-J fue, por decirlo suavemente, deleznable. Ni los cuervos ni los dobermann ni los cebolletas ni los joaquín calumnia, por no hablar de la escatología final -impropia de un ex presidente del Gobierno de España-, nada de todo ello nos ha aclarado cómo construir Europa, ni cómo revitalizar la vida municipal frente al acoso de las comunidades autónomas, ni nada de nada de nada, tres veces seguidas. Si las próximas elecciones generales van a repetir la bazofia que los ciudadanos hemos recibido, por favor, ahorrense el esfuerzo; no vale la pena que se queden roncos. Suprimamos las campañas. Los candidatos ahorraran energía y los partidos unos buenos dineros que no tendran luego que financiar Dios sabe cómo. Los debates de Tómbola no tienen menor educación ni las desventuras de la Sta. Flores y sus muchachos menor interés, de modo que no sabría decir quién imita a quién, si los políticos a los llamados periodistas del corazón o éstos a aquéllos. Tampoco el debate del estado de la nación me produjo la más mínima emoción. Sé perfectamente bien quién ganó el pugilato, pues lo han medido los medios hasta la saciedad. Pero banalizar el debate principal del Parlamento hasta el punto de transformarlo en un combate cuerpo a cuerpo o una carrera de galgos me parece igualmente lamentable. Los medios de comunicación tienen en esto no menos responsabilidad que los propios politicos. Titulares como "X aguantó el combate" o similares no hacen sino personalizar la política, trivializarla en sus aspectos menos relevantes.

¿Quién ha elaborado un diagnóstico más acertado de los problemas de la sociedad española? ¿Qué soluciones se apuntaron? Lo que yo pude ver fue un ejercicio de descalificaciones mutuas bastante poco edificante que, sin duda, no interesaba al auditorio. ¿Qué decir del baile de los acuerdos para constituir municipios? Se asegura que se va a apoyar a la lista más votada, probablemente la única regla clara e indiscutible.

Pero, a renglón seguido, la regla se excepciona por doquier. Aquí, porque no debemos hacer frentismo; allí, porque hay un pacto de izquierdas; en otro sitio, porque ofrece visibilidad, y en el cuarto, porque los locales se rebelan o han sido comprados por el Sr. Gil. ¿Tan difícil es elaborar unos criterios de buen gobierno antes de las elecciones y atenerse a ellos para evitar el puro pragmatismo de ir a por todas? Al menos, sabríamos qué estamos votando cuando depositamos la papeleta en la urna. Pero para rizar el rizo el baile de los socialistas no tiene desperdicio. No pueden repetir las primarias porque lo prohíbe el reglamento, de modo que salga quien salga lo hará por el viejo mecanismo del dedazo, desacreditado desde que decidieron hacer primarias. Y hete aquí que encargan las consultas justo al perdedor de las primarias, sospechoso (al menos sospechoso) de haber contribuido al hundimiento del ganador. Y, para colmo de enredos, resulta que el encargado de las consultas se va a tener que proponer a sí mismo, con lo que habrá alcanzado el récord de ser juez y parte al menos dos o tres veces seguidas. Una persona del rigor, la valía y la trayectoria de Joaquín Almunia no debería ser sometido a este vía crucis.

Una vez más -son tantas ya-, los políticos no están a la altura de los ciudadanos. Éste es un país en el que el más modesto trabajador es capaz de elaborar un alambicado discurso explicando por qué va a votar a X para evitar que salga Y aunque él desearía votar a Z, que no tiene oportunidad alguna; cómo abordaría los problemas del nacionalismo, o lo que debe hacerse con las escuelas. Y, mientras la calle da ejemplo de vitalidad y educación, la clase política lo hace también, pero de cómo no se debe dialogar, de cómo no se debe argumentar, de cómo no se construye un país.

e.lamo@iuog.fog.es

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