_
_
_
_
_
Tribuna:PERSPECTIVAS ELECTORALES
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sacando castañas del fuego

¡Dios santo, cuántos frentes es preciso cubrir! Todo el mundo señala la paradoja de que, a juzgar por las consecuencias y el debate sobre el estado de la nación, parecería que el PSOE va ganando y el PP perdiendo cuando es evidente, por los números desnudos, que no es cierto. ¿O sí? Lo que sucede es que este Gobierno no sabe comunicar, no sabe "vender imagen" ni siquiera cuando gana unos comicios que habitualmente pierde el partido en el poder, como se ha visto con Blair y Schröder, según señalan refinados analistas que quisieran echar una mano centrista al PP sin significarse mucho. Sobre todo ahora que empiezan a venir mal dadas.

No cabe estar a todo, caramba. Con un Gobierno tan torpe en cosas de imagen, algunos medios privados están llegando a cotas de adoctrinamiento pintorescas; tanto, que más parecen folletos del gabinete de prensa de La Moncloa. Con articulistas de izquierda incluidos, que pasan el día diciéndole a Aznar lo que tiene que hacer, sin resultar sospechosos, porque, bueno, para eso son de izquierda. Y así es difícil sobrevivir. Mucha gente se tragó lo del puñado de valientes periodistas frente al Behemot del poder durante el infame felipismo, por lo que esto de verlos hoy todo el día al servicio incondicional del poder siguiente como asesores programáticos y tácticos está provocando una oleada de deserciones. Ya hasta los más pedantes críticos de la "teoría conspirativa de la historia" reconocen que hubo una conspiración en su día. Porque en la "teoría conspirativa de la historia" no cree nadie que esté en sus cabales; pero conspiraciones ha habido muchísimas desde el origen de los tiempos y seguirá habiéndolas; muchas más que leyes de desarrollo de la historia, pongamos por caso, de las que no consta que haya alguna.

Mira por dónde, a lo mejor esta situación explica el desastre electoral de IU; esos 1.300.000 votos que ha perdido el compañero Anguita. Es posible, pero -Jesús, qué cruz- no conviene decirlo. Hay que remachar la tesis oficial, la propiciada en la generosa cobertura de la televisión pública, con acaramelada entrevista añadida: el gran enemigo de Anguita no es la inexistente pinza con la derecha (perdón, el centro), ni su huero sectarismo carente de toda idea, ni su antisocialismo irracional, ni sus erróneos cálculos electorales; es decir, no es él mismo. El gran enemigo de Anguita es Jesús de Polanco y el Grupo PRISA, porque aquí, en realidad, los únicos conspiradores de verdad son los que denunciaron la conspiración del sindicato del crimen. Justo será, por tanto, compensar tanta inquina alabando a mansalva el carácter estricto, íntegro, recto, y las grandes convicciones del coordinador general de IU, aunque suene a halago barato. Todavía puede dar para otras elecciones, aunque su mordida, helas, parece ya la del león sin dientes. Del árbol caído, leña. Algún felipista ha hecho correr la especie de que es una vergüenza que quienes durante la transición se opusieron a la legalización del PCE sean ahora los que se valen de IU para los mismos fines. La máquina de insidias no ceja.

Son muchos frentes, en efecto, y no cabe esperar milagros. ¿Cómo es posible que, con la magnífica marcha de la economía y la severa tunda que está recibiendo el PSOE desde hace tres años, la diferencia de votos siga siendo tan enteca que mueve a risa? La citada incapacidad del Gobierno para comunicar sus logros es patente. Claro que tampoco sus ecos mediáticos son mejores. La gente es obstinada. Conozco a algún ciudadano que no se cree las cifras del paro, de la inflación y del déficit público y dice que todo son invenciones de un Gobierno hábil sólo para la engañifa y el escamoteo. Es el virus felipista. Tiene bemoles: controle usted los medios públicos de comunicación a extremos que parecerían exagerados a Arias-Salgado, ministro de Información y Turismo (o sea, de propaganda) de Franco y padre del actual ministro de los aeropuertos, tenga a su disposición a todos los guerreros mediáticos que tanto hicieron por reconquistar las libertades en la segunda transición y, al final, la gente, erre que erre, sigue votando socialista y el "hombre normal" de La Moncloa no despega con la elegancia con que le vaticinan una y otra vez sus asesores y le pronostican, fracaso tras fracaso, los sondeos. Son los mismos que votaron al PSOE en 1996 (ya saben, el partido de la corrupción y el terrorismo de Estado) y que no parecen haberse enterado de los epítetos que les dirigieron ya entonces muy refinados/as analistas.

Muchos, muchos frentes. ¿Qué será del país en marzo del 2000? ¿Es serio que los hacedores de la opinión pública palidezcan cada vez que suena el nombre de Felipe? Ya no saben qué hacer si no es parar el sol como hizo Josué en Jericó y aguardar un año más, a ver si la "lluvia fina" acaba calando. El frente mediático ha cumplido con su obligación en estos tres años. No han dejado respirar a la oposición, han hecho maravillas con los procesos judiciales y hasta alguna foto de antología, se han cebado en González cuando hablaba y cuando callaba, y cuando ni hablaba ni callaba, y han mantenido viva la llama de la famosa retahíla que tantos dividendos les dio hace años: Filesa, Malesa, Time Export, Rubio, Roldán, Salanueva, Urralburu, GAL, fondos reservados, Cesid, terrorismo de Estado, AVE; han enganchado lo de los 200.000 millones de la Begun y están dispuestos a seguir, aun corriendo el riesgo de que mucha gente crea que hablan de las guerras carlistas. Con todo, resultarán más dignos de crédito que el Gobierno que culpa a González de la guerra de Kosovo, sin darse cuenta, además, de que lo hace culpable de una victoria.

La conciencia de la propia estulticia genera rencor. Hasta la oposición se ha dado cuenta y habla de ello sin empacho. Se está perdiendo el sano miedo que inspiraban gentes agresivas como el anterior portavoz del Gobierno, sustituido por un hombre afable pero sinuoso, de escasa pegada y elegantes hábitos tributarios. Y ello es un error, porque, como decía Marx, hay que golpear con puño de hierro en guante de terciopelo. De lo contrario, nadie se creerá la historia de que la derecha española se ha transmutado en centro y, en consecuencia, habrá que empezar a insultar a los electores, no indirectamente (como cuando se dice que el electorado del PP es más exigente que el socialista), sino de forma clara y de frente, como hacen los comunistas. Demasiada pinza.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Aunque, bien mirado, ese rencor es comprensible. Basta considerar lo que viene sucediendo con el mosaico nacional/ nacionalista en España. Hay una injusta diferencia de trato. El presidente del PP decía tener un "proyecto nacional" en las elecciones de 1996; proyecto del que nunca más se supo, anegado en las conveniencias de los pactos parlamentarios con los nacionalistas que impusieron sus criterios al Gobierno de España. Ahora, los socialistas pactan con todo tipo de grupos y fracciones más o menos regionalistas o independentistas sin que se les caiga la cara de vergüenza. Al contrario, siguen diciendo que tienen un proyecto de Estado del que el PP carece. Lo más irritante es que sea el partido más buscado para pactar y que él sólo se digne hacerlo con el PP para acabar con Gil, que, en último término, es otro representante de la derecha, quizá del centro-derecha.

El panorama para el 2000 es turbio porque ya no quedan castañas que sacar y es imposible seguir reduciendo 14 años de Gobiernos socialistas a una historia de corrupción y crimen de Estado, como si no hubiera habido la entrada en la UE, la universalización de la Seguridad Social, la mejora de la enseñanza, la modernización general del país y la consolidación de una democracia que tolera a todos, incluso a los que quisieran eliminar al adversario.

Ramón Cotarelo es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_