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México regresa a Mayo del 68

Juan Jesús Aznárez

Bullen en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAN) las ideas revolucionarias de mayo del 68. Activistas con el icono de Ernesto Che Guevara sueñan con una huelga popular prolongada de ámbito latinoamericano, y al estudiante que reclama cordura ante propuestas como el ahorcamiento del rector, el extremismo le llama maricón o pendejo. Desde el 20 de abril, las facultades e institutos de la universidad más grande de América Latina, quizá del mundo, con 270.000 alumnos, permanecen ocupadas por el radicalismo, por la vanguardia de una huelga concebida contra la subida de las matrículas decretada por el rector, Francisco Barnés.

El académico cometió la imprudencia de subir de dos centavos de dólar (tres pesetas) anuales a unos 120 dólares (18.000 pesetas) las tasas académicas, el primer incremento desde 1948, y desencadenó un pandemónium de ribetes políticos que puede acabar a porrazos, cuando no a tiros. La subida, refrendada por el Gobierno federal, no significaba mucho, apenas el 2,5% de un presupuesto de 900 millones de dólares, pero se aprobó en tiempos políticos inconvenientes, en un año convulso, el que precede a las presidenciales del 2000.

El alumnado, de grado o de las orejas, se echó al monte denunciando en la estampida que el rectorado y el Gobierno someten al estudiante pobre y se someten ellos al modelo educativo elegido por el capital, por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico.

La circunstancia electoral todo lo envenena y desfigura, y la protesta ha trascendido el campus para adentrase en los partidos, y en la sociedad, desoyendo en su desarrollo las aseveraciones académicas de que la nueva recaudación no afecta a las familias con menos de cuatro salarios mínimos, 435 dólares mensuales, que los fondos aportados por quienes pueden hacerlo ayudarán a los pobres con becas y bolsas de estudio. La dirección del paro imputó engaño al rector, pues lo que se perdona por un concepto, dice, es cobrado por otro.

La paciencia se agota, saltan chispas, y algunos políticos piden la entrada de la fuerza pública en las aulas, porque a este paso se pierde un curso lectivo completo. Alertan, además, contra la penetración del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el núcleo de la huelga, y observan en el subcomandante Marcos maniobras para extender el conflicto a otros sectores y recuperar protagonismo. Pero nadie quiere correr el riesgo de entrar a saco en el recinto universitario ni asumir los costes políticos de una eventual versión actualizada de la matanza de estudiantes de 1968, en Tlatelolco, sobre todo después de que un informe revelara recientemente los nombres de los responsables.

"¡Devuélvannos la universidad!", reclaman los profesores y estudiantes movilizados contra una crisis que se encamina hacia derroteros peligrosos, y es dominada por grupos de diferente origen, por sectores desahuciados por la democratización social, al decir del intelectual Carlos Monsiváis. El 7 de junio, el rector retrocedió, y anuló el Reglamento General de Pagos, la subida de matrículas, pero para entonces el movimiento de protesta había cobrado fuerza, y se imponían los sublevados más tenaces, estudiantes como Alejandro Echeverría, que se identifica como un cuate de la izquierda consecuente. La izquierda, dice, exige la gratuidad total de la enseñanza pública, el ingreso automático en la universidad desde el bachillerato y la ausencia de trabas en la elección de la carrera. Así hasta una treintena de demandas.

Aunque Echevarría proclama su aversión a la lucha armada, unos le llaman subversivo con adiestramiento militar en El Salvador; otros, propietario de un arsenal bajo los claustros, o agente del Ministerio del Interior del oficial Partido Revolucionario Institucional (PRI) dedicado a promover la violencia y perjudicar así al alcalde de Ciudad de México, Cuauhtémoc Cárdenas, líder de la oposición de centroizquierda, aspirante a la presidencia de la república el año próximo.

Confuso el escenario y las intenciones, divididas las propuestas de solución y el ánimo del estudiantado, Echeverría salta el primero desde el Bloque Universitario de Izquierdas (BUI) cuando se trata de tomar la calle o un edificio. "Hemos visto la cascada de privatizaciones. En este momento le toca a la universidad, y a nosotros defenderla". Directores de institutos científicos dicen que la UNAM permanece secuestrada por grupúsculos: "No son imbéciles, sino perversos".

"Ni lo intenten, señores", advierten respecto a una posible intervención policial. "Sólo demostraría que aún no alcanzan a medir la fuerza de la huelga. La Universidad de México, que ha sido una de las cajas de resonancia de las crisis políticas mexicanas, continúa cerrada, y decenas de miles de empleados administrativos, y personal docente, en el paro. Casi todos sus rectores han sido después ministros en el Gobierno del PRI, y el último, Barnés, actuó en consecuencia al denunciar que colaboradores o ex colaboradores del alcalde, de Cárdenas, meten las narices en el conflicto para apretar al Ejecutivo federal. Las manifestaciones callejeras y los comunicados se suceden mientras tanto, la mayoría del Consejo General de Huelga se aferra al paro y 20 o 30 estudiantes marcan la pauta en asambleas de facultad de hasta 5.000 personas. "Al carajo con los moderados", mascullan los líderes ultras durante la disputa del micrófono.

El estudiante de Ciencias Bolívar Huertas pertenece a la Red de Estudiantes Universitarios, a los moderados, y manifiesta que está convencido de que el extremismo trabaja en última instancia no por una huelga nacional, sino latinoamericana, y lo hace con métodos autoritarios, estalinistas, verticales.Huertas prefiere límites en la acción y en el tiempo, y propuestas de transformación nacional pero no incendiar México, y menos soplar para que el siniestro cruce fronteras.

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