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Tribuna
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El segundo efecto Borrell

Cuando en este mismo periódico publiqué el artículo titulado El efecto Borrell (24 de abril de 1998), la campaña de las primarias socialistas tocaba a su fin, y en ella se había demostrado que entre los afiliados y simpatizantes socialistas existía un sentimiento muy mayoritario de confianza en el futuro, que nuestros militantes y votantes no compartían el desánimo o la resignación que creían percibir en la cúpula dirigente del PSOE, que buscaban un revulsivo para cambiar ese estado de cosas y que Borrell supo cristalizar ese estado de ánimo y liderar ese movimiento difuso y disperso pero real que existía y existe en el electorado progresista. La elección de Borrell cogió tan de sorpresa a todos, dentro y fuera del partido, que su encaje posterior en la política española estuvo erizado de obstáculos. Dicho de otra manera, si Borrell cuajaba y ganaba las elecciones, nada iba a ser ya igual ni en el PSOE ni en la política española. La imprevisibilidad es la madre del miedo, y de Borrell se creó la imagen de imprevisible. La sorda sucesión de trabas puestas en su camino, aunque también sus errores y de los que le rodeábamos, hizo muy difícil su tarea. La aparición de las irregularidades cometidas por dos de sus antiguos colaboradores en Hacienda fue la gota que colmó el vaso.

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Pero no me he puesto a escribir este artículo para dar mi versión pormenorizada de lo que ha ocurrido con la candidatura de Borrell en su año de existencia, tiempo habrá para ello, sino para tratar de demostrar que su renuncia, el momento elegido, el cómo lo hizo y lo acontecido desde entonces han contribuido, de ahí el segundo efecto Borrell, a pacificar las revueltas aguas del PSOE y a situar a este partido en una buena posición para ganar las próximas elecciones generales.

Nunca se sabrá, pero me atrevo a afirmar que si Borrell no renuncia cuando y como lo hizo, el escándalo Aguiar-Huguet, sus dos antiguos colaboradores, hubiera pesado como una losa insoportable durante toda la campaña electoral, afectando negativamente a nuestros candidatos y candidatas municipales, europeos y autonómicos, e impidiendo cualquier discurso electoral que no fuera el defensivo. En la campaña, sobre todo en su primera parte, el escándalo del lino y el caso Piqué han ocupado tanto espacio negativo para el PP precisamente porque ni la ex ministra de Agricultura señora De Palacio ni el todavía ministro de Industria y portavoz del Gobierno han asumido sus evidentes responsabilidades políticas. Para la opinión pública quedó claro el nivel de autoexigencia ética de unos y otros.

Por otra parte, la presencia, discreta pero eficaz de Borrell en apoyo de los candidatos del PSOE y las ovaciones que recibió en los mítines multitudinarios de Barcelona y Madrid hicieron que se cortaran en seco los rumores sobre su desvinculación del PSOE (¡se llegó a decir que se iba a dar de baja en el partido!) y, de camino, se dejara en ridículo la campaña de Izquierda Unida (incluida en los anuncios publicitarios de la coalición) pidiendo el voto para IU de los socialistas partidarios de Borrell. El resultado es que, contra lo que temían algunos, la renuncia de Borrell en vísperas del comienzo de la campaña electoral no sólo no ha perjudicado al PSOE, sino que ha desarmado a los adversarios de los socialistas, que se encontraron de la noche a la mañana sin maniqueo al que combatir. Del buen resultado del PSOE en las europeas, y sobre todo en las municipales y autonómicas, habrá que atribuir su cuota parte al generoso gesto de Borrell al renunciar sin que nadie en el PSOE ni fuera se lo hubiera pedido.

También se dijo que Borrell no asistiría al debate sobre el estado de la nación. Pues bien, todos hemos visto que no sólo asistió, sino que siguió con atención el debate Aznar-Almunia, que aplaudió convencido las intervenciones de su secretario general y que al final fue a felicitarle a su escaño. Lo hizo sin duda convencido, porque las intervenciones de Almunia lo merecieron, pero también demostró con su actitud que el comportamiento de los diputados y diputadas del Grupo Socialista debe ser siempre, sin excepción, de apoyo a su portavoz, sea éste el que sea. Es bien sabido que los ciudadanos valoran mucho la unidad y cohesión de los partidos, perfectamente compatible con el debate y la convivencia de las distintas sensibilidades en su interior.

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Estoy seguro de que Borrell no sólo no creará problemas, sino que contribuirá a la conformación de un consenso de los socialistas a la hora de elegir al candidato o candidata a la Presidencia del Gobierno cara a las próximas elecciones generales. Para una persona que tuvo la mayor legitimidad posible, la elección directa y secreta de los militantes, como candidato a la Presidencia del Gobierno y que fue sometido a constantes pruebas de paciencia, es importante poder contribuir ahora a que el nuevo candidato lo sea de todos y cuente con la colaboración unánime, no retórica, sino real, de todos los socialistas.

A todo ello es a lo que llamo, en tono coloquial y sin ánimo de polémica, segundo efecto Borrell: el de la pedagogía de una personalidad socialista singular a la que se le atribuyeron proyectos personales y que ha demostrado con su comportamiento que por encima de él está el partido al que voluntariamente pertenece, y por encima del partido está la sociedad a la que ha servido y pretende seguir sirviendo.

Luis Yáñez-Barnuevo es diputado por Sevilla.

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