Tribu
ADOLF BELTRAN Cuando éramos niños, nos gustaba correr en manada a la menor oportunidad. Solía coincidir con momentos de fiesta. Todos juntos gritábamos, galopábamos, nos empujábamos. La otra noche ví el rostro de viejos amigos de infancia en personas desconocidas que vociferaban, excitadas, por las calles de la ciudad. Habían vuelto a la niñez, en un viaje hacia el fondo de sus esencias que, hoy en día, sólo pueden propiciar los grandes espectáculos de masas. Lloraban, agitaban banderas, coreaban extrañas letanías... Era la apoteosis de la tribu. El equipo de una ciudad poco acostumbrada a celebrar triunfos acababa de conseguir una copa en Sevilla y el acontecimiento galvanizó las energías más olvidadas. Acostumbrados a asistir como espectadores a la euforia de otras ciudades, de otros equipos, de otros mitos, los aficionados valencianos se lanzaron a la calle con una pulsión incontrolable, salvaje, una necesidad sobre la que se habían acumulado montañas de frustraciones. No sólo eran hoolingans futbolísticos. A bordo de automóviles que enarbolaban banderas, en grupos ruidosos y excitados, había camuflados ciudadanos que sostienen su pose escéptica cada día. El grito de la tribu movilizó a los personajes más inesperados. El Valencia había ganado al Atlético de Madrid, y era como un éxtasis colectivo, insondable, que se manifestaba de la forma más irracional. En la madrugada, caravanas de coches recorrían las grandes avenidas de la ciudad, como improvisados heraldos de la conquista de una Copa del Rey que hacía veinte años que se resistía. Eran buques sobre el asfalto guiados por velas con los colores del Valencia CF. Nadie podía ser ajeno al acontecimiento, pese a que lo había proclamado a los cuatro vientos la televisión con todo lujo de detalles, con toda la épica de lo audiovisual, casi la única épica de verdad a finales del segundo milenio. La presencia de la tribu desencadenada, a medida que pasaron las horas, se hizo repetitiva, irritante. ¡Qué quieren que les diga! Yo prefiero a los hinchas de infantería, sin cláxones ni bocinas.
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