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FÚTBOL Final de la Copa del Rey

El guardameta milagro

Las paradas de Molina han tenido mucho que ver en la sorprendente resurrección del Atlético

"Y cuando el equipo contrario te llega y se encuentra así a Molina... se queda sin moral y nos la da a nosotros". Lo dice Aguilera, pero lo aceptan todos: si se trata de buscar un culpable de la milagrosa resurrección del Atlético miren directamente al guardameta y su momento dulce. Un gol en contra en los últimos cuatro partidos y media docena de paradas para la posteridad. Sobre todo una, ante Ziani, en la vuelta de las semifinales ante el Deportivo. Como admite el propio interesado, probablemente la mejor de su carrera: "Le pegó duro y seco y el balón me llegó muy envenenado, como haciendo eses. Por instinto más que nada, me dio tiempo a poner la mano y mandar la pelota arriba". Pese a sus intervenciones, pese a su condición de abanderado de las virtudes del guardameta moderno -usa los pies para jugar, domina los mano a mano contra el delantero y asume mucho más territorio que el área en sí-, José Francisco Molina, valenciano de 28 años, vive permanentemente bajo sospecha. Duda de él su propio club, que le tiene asignado un sustituto desde hace meses (Toni, del Espanyol) y ahora anda desesperado por corregir el error e intenta convencer al portero para su renovación -acaba contrato en junio del 2000-. No acaba de convencer tampoco a los entrenadores, poco amigos de los jugadores que nunca se callan, de los que son capaces de emitir opiniones contrarias a las suyas, de cuestionarles a la cara sus métodos de entrenamiento y hasta de reprocharles determinados comportamientos.

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Y la prensa tampoco le hace guiños. No se le perdona sus particulares contestaciones, llenas de monosílabos e ironías contra las propias preguntas, que sea capaz de acudir a una conferencia de prensa para no responder nada y admitir sin disimulo que está ahí por imposición de su club. Que sea, en suma, diferente.

A Molina nunca le gustó que le llamaran Loquillo -por su parecido con el cantante- y por eso evitó que se implantase el mote; pero sí permite que algunos le llamen Maqui [máquina]. Acostumbra a festejar los goles de su equipo con un manotazo en el larguero y entre sus manías se encuentra la de autocastigarse el pecho con repentinas y curiosas ráfagas de puñetazos.

Molina es un caso atípico en el fútbol. Y no sólo por su insólita experiencia internacional -un solo partido con la selección, pero de lateral izquierdo no de portero-. Lo que verdaderamente le distingue es que dice siempre lo que piensa sin detenerse a pensar lo que dice, que ha sido capaz de modernizar las características propias de su oficio y que con cierta frecuencia se pone a parar como los ángeles.

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