El silencio de los conejos
Sin lugar a dudas, la frase de las últimas elecciones fue pronunciada por el secretario general de PCE, Francesc Frutos, a la hora de valorar los resultados. Todos los desvelos de Izquierda Unida por los necesitados y marginales de nuestra sociedad no habían servido de nada, ya que luego "habían corrido a votar por el PSOE como conejos asustadizos". El juicio refleja tanto el alto grado de estima que Frutos siente por sí mismo y por la política de los suyos, como el insuperable desprecio que le inspiran ciudadanos y elecciones cuando no optan por la oferta emanada del partido vanguardia. Una actitud que sería preocupante de no ser muy remota la posibilidad de que el equipo dirigente del PCE-IU tenga en algún momento responsabilidades de poder. En principio, tampoco es excesivo el riesgo de que ese mismo equipo cargue efectivamente con la responsabilidad del desastre sufrido en las elecciones. Todos los signos apuntan a la puesta en marcha de una estrategia diseñada no sólo para mantenerse en el poder, sino para que paguen la factura política quienes se obstinen en pedir la dimisión de los culpables. El momento decisivo fue el debate en el antiguo comité central del PCE, y sólo un puñado de votos se enfrentó a la consigna de cerrar filas. Anguita podrá así protagonizar el ritual de la puesta a disposición del cargo en el inminente consejo federal. Clamarán las minorías, mientras el bastión comunista garantiza el resultado. Lo único cierto es que Anguita no cambia una coma de su discurso, cosa que ha de entenderse en el sentido de que sigue teniendo toda la razón del mundo, y si no le votaron ello se debe a algún genio maligno. En su intervención de anteayer en el Congreso, el líder de IU mostró que de humildad nada, y de autocrítica menos. Puso todo el énfasis en exhibir la propia coherencia ideológica y la aparente validez de sus propuestas. Nada le importa que éstas supongan hoy un giro de 180 grados respecto de las precedentes, o que sus argumentos desemboquen más de una vez en el puro disparate, como al calificar la política vasca de Aznar de "guerracivilismo" (sic). Desde tan moderadas estimaciones recomienda el fin de la crispación en Euskadi, pero nada dice del comportamiento y las candidaturas de sus aliados y jefes de EH en Lizarra; a su juicio, es lo mismo dialogar desde el Gobierno con ETA que avalar desde la subalternidad a EH, como él hace. Está a un tiempo por la declaración de Lizarra y por el desarrollo del título VIII de la Constitución: todo vale. En otro sentido, aliarse hoy con el PSOE en municipios y comunidades es lo lógico, pero también lo fue hacer lo contrario en 1995. Al parecer, descalificó entonces los pactos, ya que eran sólo "la alternancia". ¿Y ahora qué son? Por fin, Milosevic, Serbia y Solana son cuidadosamente olvidados; resulta que la posición de IU tenía una raíz jurídica en Rambouillet y la crítica se centra en lo costoso de la operación. Todo ha cambiado, pero Anguita sigue igual. Tiene el don de la infalibilidad mutante.
Tal vez al PSOE no le moleste ya, porque de momento ha tenido que aceptar la condición de apéndice electoral, aunque mantenga que en la derrota IU seguirá tratando al PSOE "de igual a igual". Y sobre todo, el PP tiene todo el interés en impulsar su recuperación. Pudo verse en el debate del estado de la nación, donde Aznar trató a Anguita de sparring doctrinal, con guante blanco, Trillo le otorgó un tiempo de palabra superior al del presidente, y la cámara de La 2, convenientemente aconsejada, evitó mostrar el hemiciclo semivacío cuando Anguita empezó a hablar. El político andaluz es la garantía de una izquierda que debilita a la izquierda y, si no se desmanda con su fervor leniniano por Lizarra, Aznar sabrá agradecérselo. Por su parte, los asustadizos conejos callan. Hasta las próximas elecciones.
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