Bulerías para la concordia
Una romería gitana en Córdoba se convierte en cita de convivencia para calés y guardias civiles
, Hace más de treinta años, la comunidad gitana de Cabra (Córdoba) fue la primera en cantar una misa flamenca en el Vaticano. El patriarca, José Córdoba, pensó entonces que no era mala idea eso de cruzar costumbres gitanas y tradiciones católicas para que, según dice, "todos crean en lo que tienen que creer". Así es como se le ocurrió que, a partir de entonces, el tercer domingo de junio, los calés peregrinan al santuario de la Virgen de la Sierra, patrona de la localidad cordobesa. Pero la cosa no debía limitarse a los egabrenses. Como un reguero de pólvora cundió el fervor por la advocación mariana, fijado en una talla gótica y pálida (anónimo del siglo XIII) que reposa en el altar mayor de la ermita. Ayer, cerca de 4.000 romeros, de etnia gitana la mayoría, se fundieron en lo que la diócesis de Córdoba ha dado en llamar la "Fiesta de la Unidad", según indicó el hermano mayor de la cofradía local, Manuel Pérez, por aquello de que allí hasta la tópica rencilla entre los guardias civiles y los calés se ahoga en cuatro grandes paelleras donde hierven 80 kilos de arroz. "La relación es extraordinaria", sostiene Pérez. Tanto que los agentes del instituto armado y los miembros de la comunidad gitana bromean sobre el tópico mientras comparten mesa y mantel.
Para los romeros, la fiesta religiosa es como una boda. Durante el oficio jalonan de cante los rezos y las ofrendas. Luego toca batirse para colocarse debajo de las andas. Pugnan por acercarse a la imagen y se desgañitan gritando: "¡Viva la Majarí Calí!", que en caló significa Virgen Gitana. Con la procesión en la calle, los romeros entonan la alborá, la copla que sigue a la prueba irrefutable de la virginidad de la desposada, cuando el novio comparece con un pañuelo manchado de sangre. Los grupos cruzan taconeando ante la imagen, batiendo palmas y haciendo remolinos con los brazos, mientras los hombres se desgarran las camisas, y las mujeres, las enaguas. "Mira cómo me han dejado", decía José Córdoba, mostrando un torso en el que sólo quedaba la medalla de la Virgen colgada de un grueso cordón de oro. Todos reverenciaron la imagen y le lanzaron peladillas, símbolo de los deseos de prosperidad, fertilidad y pureza para las novias gitanas.
Por encima de todo, la Romería de los Gitanos, como la llaman en la comarca, es una fiesta de exaltación a la figura materna. "Dios no estará muy gustoso de quien no quiera a su madre", sentencia el patriarca, quien se jacta de haber logrado que a la romería acudan hasta los calés de culto evangelista.
La Iglesia ve con buenos ojos la concentración. "Hay que dejar que se expresen, que manifiesten esa alegría", comenta el delegado episcopal para la pastoral cristiana, Manuel Sánchez, que ayer ofició la ceremonia religiosa.
Pero, además de la devoción de su pueblo, José Córdoba presume de las buenas relaciones con todo el mundo, porque eso es cosa de "gitanos educados". Las buenas maneras se traducen en hospitalidad. Todo el que se pase por el cerro -a 1.223 metros sobre el nivel del mar y con una marca en el suelo que lo acredita como centro geográfico de Andalucía, en detrimento de Mollina (Málaga)- tiene garantizado un plato de arroz en cuanto la procesión vuelve al templo.
El encierro marca el comienzo de la comilona, los platos de paella vuelan en todas las direcciones y en las terrazas que rodean la cumbre afloran los recipientes de plástico con tortilla de patatas y ensaladas. Entre un bocado y el siguiente se enlazan bulerías y, a fuerza de baile, terminan por desbaratarse los últimos jirones de camisas y enaguas.
Todo en paz y concordia, porque, en los 31 años que lleva celebrándose la peregrinación, ni los agentes de Protección Civil ni la Guardia Civil o la Cruz Roja pueden contar una anécdota que necesitara de su intervención.
Pero la romería sirve para otras cosas. Si de algo tiene fama la comunidad gitana es de su afición a los tratos, y un punto de encuentro como éste sirve para cerrar uno de los más importantes en el seno de la etnia: los casorios. "Antes había ferias y los gitanos llevaban allí a las niñas", explica Córdoba, "pero eso se ha perdido y el único centro para reunirse al cabo del año es aquí, y raro es el año que no salen cuatro o cinco bodas de la romería".
Aunque no todas las jóvenes le piden un novio a la patrona. "Salud y libertad, ¿qué hay mejor que eso?", confesaba haberle pedido a la Virgen Ana Vanesa Plantón, una gitana cordobesa.
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