Toshack es el síntoma
A estas alturas resulta imposible localizar los males del Real Madrid, afectado por una metástasis que ha invadido partes vitales del club, del que lo mejor que se puede decir es que se ha convertido en un sentimiento. Sólo el extraordinario tirón sentimental que abriga el Madrid lo sostiene ante semejante degradación. Pero en cualquier caso se trata de algo gaseoso y, en ocasiones, volátil. El Madrid mueve masas de una fidelidad extrema, y con ese poder social se maneja ante el grave deterioro que le afecta. Porque en lo sustancial, se trata de una institución pésimamente estructurada, cada vez más sujeta a los variables cambios de humor que producen los resultados. Malos, por otra parte. La grandeza del Madrid nace de su prestigiosa historia y su capacidad de arrastre. Su debilidad está relacionada con la falta de perspectivas que se ofrece a su potentísimo cuerpo social. Preso desde hace varios años de los riesgos de la cotidianeidad, parece que no hay nadie capaz de proyectar el futuro, de definir las cuatro reglas básicas que sirvan para mantener al Madrid a salvo de las crisis constantes, de los decibelios que todo lo aturden, de la indefinición institucional que se traslada a una indefinición futbolística, al embarramiento que lo salpica en todas las áreas.
¿Dónde se puede encontrar una parte sana en la institución? En su empeño por vivir al día, el Madrid se mueve entre la angustia y la desorientación. Así no hay manera de lanzar un mensaje coherente, ni de evitar la escandalera que se escucha cada semana. Como productor de conflictos, el Madrid no tiene quien le iguale, con el altísimo precio que eso significa. Este clima de deterioro invita, por supuesto, a un autofagia voraz. Todo se consume a la máxima velocidad: el dinero, los entrenadores, los futbolistas. Hasta los títulos son víctimas de la fugacidad, como ha ocurrido con la última Copa de Europa.
No es casual que el Real Madrid haya contado con cinco entrenadores en tres temporadas. Ni tampoco que cada uno sea contradictorio con el anterior. En este sentido, Toshack es algo más que un técnico cuestionado. Toshack es un síntoma. En la misma medida que el club funciona de manera aleatoria, sin un criterio perceptible, su entrenador se encuentra atacado por la confusión más rabiosa. No tiene claro el equipo, ni el sistema, ni su papel, ni lo que pretende para el futuro, ni las necesidades más urgentes, como se vio en el desastre de Copa frente al Valencia. Desde su llegada, su principal función ha sido reproducir todos los errores que afectan al club. Toshack es menos un entrenador que el símbolo del derrumbe: nadie más idóneo para reflejar el delicadísimo cuadro clínico que atormenta al Real Madrid en todos sus estamentos.
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