_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La campaña del lino

Las elecciones europeas siguen pareciendo un campo susceptible para la experimentación, como si nada se arriesgara o pusiera en peligro en ellas. De poco sirve que se diga, una y otra vez, que están en juego cuestiones importantes, como el cambio que se está produciendo en las instituciones europeas, la guerra de Kosovo o la crisis económica. El elector, pues, va a utilizar estas elecciones como un medio para emitir un juicio sobre el Gobierno, tal como sucede en EE UU en las midterm elections o en Gran Bretaña con las parciales. Pero en España lo va a hacer con una limitadísima oferta de los partidos principales. El PP rebosa de autosatisfacción, un pecado explicable en los políticos, pero casi nunca justificado de cara a los ciudadanos. Cuando el interrogante acerca de él reside en saber si puede tener en su día la mayoría absoluta, se explica que algún candidato hable como quien hace un favor al presentarse. El PSOE no peca sólo de ausencia de renovación, sino de sobra de desconcierto. Si unos están encantados de conocerse a sí mismos, otros ni siquiera acaban de aclararse acerca de qué harían con el país si cayera en sus manos. En estas condiciones, la mayor parte de los argumentos empleados en la campaña consisten en lanzar contra el adversario dos acusaciones a cada cual más temible: que es un fresco y que, además, es amigo de Arzalluz. De lo segundo más vale no tratar mientras que lo primero vinculará en el futuro esta campaña con el lino.Esta cuestión, sin embargo, no debiera ser materia de discusión alguna en un debate electoral: si aparece en él, la razón deriva de las insuficiencias paralelas de ambos contendientes. Demos por supuesto que no ha existido actuación delictiva alguna, aunque más de un argumento puede haber para ello. Lo que falla en este caso no es el exceso de entusiasmo subvencionador de la UE, como piensan los ultraliberales, ni la corrupción de la derecha tradicional, como opinan los socialistas, ni la estética, como dice Loyola de Palacio, ni los reflejos del Gobierno, como dicen algunos críticos demasiado benevolentes. Lo que falla de manera clarísima es la ética del servicio público que debiera inspirar la tarea de la Administración.

Nadie ha podido justificar, hasta el momento, las subvenciones del lino; por tanto, cualquier servidor del interés público debiera haber intentado solucionar esta situación. Parece además evidente, tanto la legalidad de la subvención como la incompatibilidad moral entre ejercer un cargo público y cobrarla. El plus que se exige a los políticos en el terreno del comportamiento moral se basa en la necesidad de una ejemplaridad que no tendría sentido en un ciudadano. No es cuestión de textos legales, por más rigurosos que pretendan ser: si hoy se reglamentara la imposibilidad de recibir subvenciones de los cargos públicos, inmediatamente surgiría un procedimiento para eludirla. Se trata, por el contrario, de una elevación general de los modos de actuación, que se sitúa por encima de la media de lo admitido y se determina en unas normas de conducta, respetadas por todos. En EE UU, un congresista no puede cobrar conferencias sobre materias políticas al margen de su sueldo, y en Gran Bretaña los diputados no pueden hacer preguntas parlamentarias sobre materias acerca de las que ejerzan las asesorías en su vida profesional. Se dimite, además, con mayor frecuencia y la dimisión no supone de forma necesaria el sepelio político.

En España, por desgracia, esta cultura de la vida pública anglosajona no ha llegado a prender. Ésa es la razón por la que, cuando se plantea una cuestión como la del lino, el acusado se resiste arguyendo en términos de legalidad, acaba retirándose a la trinchera de la estética y combina en su defensa argumentos de legalidad y de conspiración ajena. Pero si con eso se equivoca también lo hace quien presenta una incorrección como un atraco y el que, lejos de ofrecer una salida y unas normas compartidas por todos, ve en todo corrupción galopante. Lo peor del caso es que, por este procedimiento, el debate político se prostituye. Ya hubo mucho voto en blanco en la pasada elección. Veremos si, con estos mimbres, no aumenta en ésta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_