Primas
Esta Sevilla de lo más familiar: no se habla de otra cosa que no sean primas, sobrinos y madres... Pero sobre todo de primas y madres. Que si una prima por aquí, que si el de la prima es también madre de no sé qué condición. Cosas de familia. Ya saben que esta ciudad es una familia muy especial con una muy especial manera de entender las relaciones familiares. Se ha especializado en aparentar unas formas que enmascaran su verdadera ralea. En el arte de la simulación y en el de la apariencia rayamos a la altura de los trucajes de fotos del conde en el Caribe. Mucho más volumen que trapío. Aquí se debieron de inventar los fantasmas. ¿Cuántos fantasmas vio usted ayer en el Corpus vistiendo la irrealidad de su banal ostentación. Tantos como puedan ocupar todos los castillos de Inglaterra. Será por fantasmas. Uno sobre todo mora en la ciudad del Betis al que se le ha ido la mano con la prima. Es el capo fantasma, el padrino de la ciudad del sol. Un ente que abusa de su gran poder económico para meter miedo en una ciudad que, según el color de la peña, lo adora o lo odia. Ahora parece que ha destapado la caja de los truenos y le toca saborear una cucharada de odio. No todo el mundo tiene las mismas aficiones que Jiménez del Oso y se siente atraído por fenómenos paranormales. A una ciudad que sabe convertir la máscara en su rostro más auténtico, una fantasmada de este calibre, por muy padrino de la especie que sea su protagonista, no se lo perdona nadie. Ya sea primo o prima. Madre o padre. Hasta los fantasmas, cuando juegan con fuego, se les quema la sábana. Y éste del que les hablo comienza a tener en contra el marcador de su suerte y va camino de achicharrase en las candelas que prendió en sus noches de susto. Ha intentado asustar a todo aquel que se cruzara, aunque casualmente pasara por allí, en su camino. Desde Chaves hasta Rojas-Marcos sin olvidar a Soledad. Demasiado peso para un fantasma tan verde en la cosa pública. Ahora, como a Al Capone, lo pueden trincar en donde menos pecado hay: en un juego de niños que apasiona a los mayores y que divide a esta ciudad en dos sentimientos implacables. Si le quedan maletines no sería descabellado que los utilizara para doblar la sábana y escaparse más allá de Jabugo. Porque esto comienza a oler a chamusquina.J. FÉLIX MACHUCA
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