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Tedio, hastío, tristeza

Juan José Millás

Cabría preguntarse por qué no nos apetece escribir sobre una campaña electoral en la que se enfrentan personajes tan raros y curiosos, por no decir tan pintorescos, como Álvarez del Manzano, que ahora nos ha salido promotor inmobiliario, y Fernando Morán. O como Ruiz-Gallardón y Cristina Almeida. ¿Es que ninguno de los cuatro es capaz de provocar unas líneas? Parece que no, aunque no sabemos quién tiene la culpa. Unos y otros vivimos en habitaciones diferentes desde las que no resulta fácil hacerles llegar nuestras necesidades ni escuchar sus discursos. El tiempo y la política (la mala política, desde luego) nos han llevado al convencimiento de que ni siquiera la violetera de Álvarez del Manzano ha salido completamente de su cabeza (él tiene peor gusto, si cabe), sino que ha crecido en la calle de manera espontánea, porque es lo que da el clima actual. De hecho, han crecido también otras estatuas igualmente horribles (la del pobre Arturo Soria o la de Velázquez) que no nos atreveríamos a atribuir a la gestión del piadoso alcalde de comunión diaria, sino a las condiciones atmosféricas. Hay jardines donde crecen rosas y lugares donde nacen ortigas sin que ello dependa siempre del dueño del jardín, que a lo mejor está enamorado de las orquídeas (qué carnosas, las orquídeas, y qué cadáveres tan orgánicos y rotos, como el de ese señor de la calle de Almirante, hacen al descomponerse).A uno le gustaría pensar que el jardinero, o la jardinera, tienen más fuerza que el clima, y que si salen Morán o Almeida, las cosas cambiarán de un día para otro, pero al mismo tiempo hay como un sentimiento general de derrota. Da pena ver a Cristina haciéndose fotos con las fruteras de San Fermín, y a Gallardón compitiendo con ella en ver quién pone más barata la heroína. Parece que hay un circuito de campaña electoral, un electoródromo, al que nadie puede escapar y que es idéntico para la derecha y la izquierda. El circuito electoral es como una frase hecha que habla por nosotros, impidiéndonos adquirir un pensamiento propio. El candidato popular y la candidata socialista están atrapados en una lógica que les contiene, en lugar de contener ellos a la lógica. Y se trata de una lógica que no nos gusta porque es la del beneficio inmediato, la del voto fácil, la del pelotazo electoral. Cristina tiene, además, la desventaja de haberse curtido en los últimos años en los programas de televisión, donde no importaba tanto el pensamiento como el tono de voz. Almeida ha confundido al electorado con la audiencia, de ahí su gracejo impostado, su naturalidad artificial. Por eso cuando habla parece que mide todo el rato lo que dice, como si tuviera miedo de disgustar a la audiencia y que la gente cambiara de canal antes de dar paso a los anuncios.

Álvarez del Manzano, por su parte, ha logrado milagrosamente dar ese salto cualitativo que va de la estupidez al surrealismo. Hay, en la frontera que separa la enajenación del pensamiento normalmente constituido, un curioso espacio en el que se producen destellos que acaban teniendo para el espectador un atractivo morboso. ¿A quién no le gustaría saber hasta dónde es capaz de llegar arquitectónica y urbanísticamente este hombre si le dejan? Pero se trata de un interés psiquiátrico, o novelesco, que no tiene nada que ver con nuestras necesidades como usuarios de una ciudad incómoda, afeada, sucia, ruidosa y sin aeropuerto. ¿Vive el promotor inmobiliario Álvarez del Manzano en la misma ciudad que nosotros? No es probable, ni siquiera es seguro que habite en la misma dimensión. Este individuo, junto a Ruiz-Gallardón y Cristina Almeida, dan espectáculo más que otra cosa. Sus programas son, en sentido estricto, programas de televisión, y para este viaje no necesitábamos alforjas.

Queda Morán, que seguramente desprecia la audiencia, por eso es el único que está contento con su foto. Desde luego, tiene el aspecto de no haber visto nunca un programa de Hermida. Pero se encuentra misteriosamente atrapado en la misma lógica que el resto de los candidatos. Todavía no ha sido capaz de romperla, quizá por miedo a no ganar. Pero aquí sólo va a ganar el que tenga el coraje de perder. Hay épocas en las que conviene huir del éxito como de la peste, y ésta es una de ellas. Sus enemigos, que adoran al Papa por anciano, le desprecian por viejo, lo que constituye un síntoma de moral doble digno de Aguiar o Huguet (¿o debe decirse Huguet y Aguiar?). Esta campaña, en fin, como programa de televisión de última hora (El alma se serena, por ejemplo) está bien, pero como ejercicio de democracia resulta descorazonador. De ahí el hastío, el tedio, la tristeza.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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