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DÍAS EXTRAÑOS Humor nacionalista RAMÓN DE ESPAÑA

Soy consciente de que el título de esta columna es un oximoron de mucho cuidado, muy similar al que señaló Pío Baroja tras contemplar un ejemplar del diario El Pensamiento Navarro y concluir: o pensamiento o navarro. Pero la peculiar campaña electoral de Joaquim Molins me ha hecho pensar de nuevo en las habitualmente inexistentes relaciones entre el ideario nacionalista y ese necesario sentido del humor que, según dijo, creo, Graham Greene, sólo es la otra cara de la desesperación. Molins lleva semanas sembrao con esa publicidad en la que, prácticamente, asegura que él construyó, con sus propias manos, la estatua de Colón, el parque Güell y los cinturones de ronda. Pero es indudable que acaba de dar un paso de gigante, aunque no sé muy bien en qué dirección, con el fichaje de esos simpáticos titelles llamados a hacer las delicias de los adultos y de la gente menuda. Recurrir a algo tan rancio como los títeres de cachiporra en la era de Internet y de la realidad virtual puede dar cierta grima, pero es muy revelador de lo que los nacionalistas entienden por sentido del humor. Puestos a reivindicar los guiñoles, uno cree que su hábitat natural es un canal de televisión (ahí tenemos los de Canal Plus, que a veces tienen bastante gracia y a veces no tienen ninguna), pero no parece que los convergentes sean excesivamente partidarios del humor en la empresa audiovisual que controlan, esa que se supone que es la nostra y que tan frecuentemente parece la seva. No hay guiñoles en TV-3 porque en Cataluña, al parecer, los políticos son sagrados y merecen un respeto propio de la divinidad. Los mejores chistes de TV-3 son involuntarios. Cuando aparece Pere Codonyan, nuestro hombre en la Catalunya Nord, a uno le parece estar oyendo al inspector Clouseau. Cuando la presentadora del Telenotícies Migdia se refiere a las Joventuts d"Esquerra Republicana de Catalunya, uno descubre alborozado que la palabreja que componen sus siglas, JERC, suena exactamente igual que el término anglosajón jerk (gilipollas), también incluido en el verbo compuesto to jerk off (meneársela). Aparte de estas alegrías imprevistas, el humor de TV-3 se reduce a los programas de bromas amables protagonizados por gente como Andreu Buenafuente, Oriol Grau, Toni Soler o Xavier Graset. Podríamos estar peor y, de hecho, lo estuvimos. Ya sé que últimamente se ha puesto de moda entre nuestros intelectuales poner verdes a los caballeros recién citados, por los que, debo reconocerlo, siento cierto afecto personal que me lleva a defenderlos, aunque no es mi costumbre tomar partido por nadie que gane más dinero que yo. Es cierto que a menudo se quedan en la superficie de las cosas, pero es ese posibilismo, ese saber con quién se juegan los cuartos, el que los ha situado donde están: no son una pandilla de idiotas frivolones y tienen más mala uva de la que aparentan, pero es evidente que prefieren salir por la tele en vez de escribir en El Triangle. Les prefiero ampliamente al humorista nacionalista por excelencia, Mikimoto, siempre dispuesto a hacer bromas a costa de la Monarquía, pero nada proclive a hacerlas sobre Pujol, no fuera que nos quedáramos sin emisoras de radio cuando el presidente ejerce de máxima autoridad audiovisual catalana. Los chicos de la brometa gozan de cierta tolerancia porque la audiencia está de su lado. Los convergentes creen que ya han cumplido otorgándoles una parcela de la programación, aunque probablemente piensan que es preocupante la facilidad con que se pasan al castellano cuando los invitados no son de aquí. Tras la era talibán de Mikimoto, los buenafuentes, graus y soleres representan una segunda fase que, a veces, tiene un pie puesto en la tercera (la serie Plats bruts apunta en muy buena dirección). Pero no hay señales de que esa tercera fase, la del humor bestia e irreverente, la de la autocrítica (que no autoodio, ese rentable invento semántico de los nacionalistas), la del cachondeo a costa de los políticos, la de la sana mala leche, vaya a ser fomentada por los convergentes. De momento, con los titelles de Molins vamos que nos matamos.

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