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Ralentí europeo XAVIER BRU DE SALA

Algunos no empezarán a creer en Europa como entidad política mientras no se cumpla la metáfora deportiva y la Champions League se juegue en fin de semana y las ligas de cada país queden para los miércoles alternos, hasta que los partidos que no estén en Europa sean de segunda a todos los efectos. En los primeros decenios del fútbol, convivían las competiciones catalana y española. Las cosas han variado de tal modo que la liga se lo ha comido todo y la Copa Catalunya no importa a nadie. ¿Se va o no se va en la buena dirección? Sí, pero al ralentí, por el procedimiento de las sacudidas y los trompicones, de modo que nadie puede predecir cuándo se llegará a la meta. La liga europea se ha ampliado gracias a la presión de una oferta televisiva que amenazó con dinamitar la mismísima UEFA. Si no hubiera fortísimas resistencias nacionales, la liga europea ya se estaría jugando en domingo y sin eliminatorias, todos contra todos, a dos vueltas. El campeonato dependería bastante más de la regularidad y menos del azar que proporciona dos goles en dos minutos de tiempo añadido. Los telespectadores disfrutarían mucho más con un Juventus-Barça que con un Juventus-Udinese, por poner un ejemplo. La regulación del pay per view emanaría de Bruselas. El Parlamento Europeo discutiría y aprobaría una ley europea del audiovisual. Las resistencias a la dinámica centralizadora son enormes. Las decisiones no se toman hasta que no queda otro remedio, después de una tremenda presión. Así se han firmado los tratados, así se decidió nombrar un mister PESC. Así, después de Kosovo, avanzará un poco la cuestión de la defensa común. Las campañas mediáticas resultan imprescindibles, pero la resistencia inercial de los estados es muy fuerte, y tiene sus razones. Delors consiguió escapar y avanzó un buen trecho. Si hoy el europarlamento estuviera por crear, se guardarían mucho de hacerlo. Si los estados miembros y sus dirigentes tuvieran valor para suprimirlo, lo harían sin dudar un instante. No quieren sustos, y los eurodiputados ya han dado varios. El último, bastante sonado, significó el fin del anodino campeón de ese exasperante ralentí, Jacques Santer. A poco que Prodi y los nuevos líderes de los grupos parlamentarios europeos se entiendan, el peligro de una cierta construcción política europea se volverá a cerner sobre las prerrogativas de los celosos jefes de estado y de gobierno. El poder es comparable a una cantidad fija de líquido que se distribuye por un sistema de vasos comunicantes. Su creciente complejidad no altera para nada su eterno principio: a más poder para ti, menos para mí. Si el vaso europeo crece, disminuye el de los estados. Es de Perogrullo. Por eso se resisten (como se resisten las autonomías si Bruselas les invade competencias). Ahora, el enemigo de los que cacarean de europeístas pero se oponen a un poder político central es el parlamento. A fin de evitar que crezca su influencia, los grandes partidos mandan segundones evitando así el peligro de una cámara convertida en un aparcamiento de elefantes moribundos, que podrían encontrar allí vitaminas para salir de su agonía y dar más de un pisotón a los estados. A excepción del portugués Mario Soares, nadie quiere ir. Los socialistas han abierto la campaña con un gesto simbólico, de alcance europeo, pero luego sus cabezas de lista hablarán en clave nacional. Como los demás. La dirección es buena. El problema es el dichoso ralentí. En cambio, los nacionalistas son los que, a pesar de las apariencias menos piensan en clave europea. Se diría que su europeísmo consiste en convertir la necesidad de concentración de poder en la otra mitad de una supuesta tenaza contra el Estado. "Que se cree una autoridad europea para el transporte y que supriman Renfe". ¿Y la SNCF? ¿Creen a los länder alemanes capaces de apoyar un hipotético traspaso a Bruselas de su magnífica red pública de ferrocarriles? ¿Quién decide las prioridades? Quien las paga. Cuanto más lejos está el poder, peor también, en este sentido, para Cataluña. Antes del euro, los catalanes influían sobre la política monetaria. Europa se construye a partir de sacrificios posibles. Las dinámicas generales van a favor de la europeización y la regionalización, sí, pero ello no acelera el ralentí ni quita que en la mayoría de casos particulares la asunción de competencias por Bruselas perjudique de entrada a Cataluña. Una cosa es ser nacionalista y otra cerrar los ojos a la realidad. Otrosí. Puede que el modelo de Europa a muy largo plazo se parezca al de Estados Unidos, pero con el doble de unidades regionales autónomas. ¿Qué ganaría Cataluña? ¿Y su nacionalismo? Por si acaso, lo mejor sería ir preparando una asociación de eurorregiones que aspiren a un estatuto especial, formada por media docena de nacionalidades históricas no residuales y por una docena de regiones con voluntad y capacidad de liderazgo económico. Si Pere Esteve pensara en ello, Arzalluz dejaría de reírse e incluso Ruiz-Gallardón le votaría.

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