_
_
_
_
Entrevista:RITA MARGARETE G. - VIOLADA POR UN POLICÍA NACIONAL

"Jamás, jamás voy a tener el don divino de olvidar ni perdonar"

Rita Margarete G. creció en Brasil oyendo a su madre que en la vida hay que perdonar. Lo creyó hasta hace cuatro años cuando en la noche más aciaga de su vida un policía nacional la violó en un calabozo de la Jefatura Superior de Policía de Bilbao. Pasado el tiempo y muchos aprendizajes después reconoce que no puede olvidar y no quiere perdonar. Todavía tiene pesadillas en las que un rostro y una frase taladran su memoria. "A las putas les gusta follar", le espetó su violador, a quien Rita identificó como Valentín G.G., de 39 años.Rita es dulce, menuda; los ojos castaños están protegidos por gafas de miope. Su piel es pálida, apenas cubierta por un leve maquillaje. Lleva pantalones porque dice que desde la noche de la violación no ha vuelto a ponerse faldas.Se extraña, además, de que en la vista oral las defensas aludieran reiteradamente a cómo vestía cuando la arrestaron. "Una falda hastala rodilla y un jersey sin mangas porque hacia calor", recuerda.

Más información
Suspendidos de empleo dos policías que custodiaban a la brasileña violada

Fue madre de una niña, Laura, hace 15 días. Sonríe y mira a su compañero, Agustín, cuando dice que será la última porque ya tiene otras dos hijas de 13 años y 15 meses. La madre de Rita, de 83 años, acaba de viajar hasta Getxo, donde vive la familia desde hace cuatro años para cumplir una tradición: pasar tres meses con su nuevo nieto. "Cada vez que miro a mi madre no puedo dejar de pensar que me ha enseñado siempre a perdonar, pero no puedo hacerlo. Ella no sabe nada de lo que me ha pasado".

A pesar del tiempo transcurrido, las lágrimas amenazan con brotar cuando rememora la noche del 29 de agosto de 1995. A las 23.30 horas un hombre vestido de paisano, que dijo ser policía, le pidió la documentación en Barakaldo. "Había pasado el día en Santander en casa de la familia de un amigo y de regreso le dije: "mira, déjame en Barakaldo que tengo una amiga que hace tiempo que no veo". Estuvimos en una cafetería, cerca de la iglesia, hasta que hacia las once y media o así me dirigí a una parada de taxi para volver a casa. Recuerdo que olía mucho a pan. Entonces, paró un coche y una persona que dijo ser policía, me pidió que me identificara. Yo le contesté educada que si se identificaba, no me negaría. Creo que por mi acento muy peculiar ya dedujo que era brasileña. Por eso me trató con desprecio, como si fuera basura. Después, llegó otro coche y un hombre me mostró su tarjeta de policía y fue cuando yo enseñé mi pasaporte y mis papeles. Pero él me dijo que tenía que acompañarle a la comisaría de Bilbao y le dije que bien, que no había problema".

Rita, de 37 años, reconoce que no tuvo miedo porque había estado con anterioridad en la Jefatura Superior de Policía de Indautxu haciendo una gestión para su hermana, directora educativa en una prisión de Brasil y que tenía interés en viajar a España. "Conocí a un comisario y a un secretario general, con los que seguí manteniendo cierto contacto cuando volví a Brasil. Por eso, pensé que no podía pasarme nada".

No entiende por qué los agentes que declararon como testigos en el juicio, en abril de 1998, aseguraron que fue detenida en el Trastevere, un club de alterne de Barakaldo. "No conocí el bar hasta que fui con mi abogado y pasamos por delante. No había estado en mi vida. Creo que lo que me ocurrió fue porque soy brasileña. En comisaría es muy normal tratar a una brasileña como a una prostituta".

Cuando Rita llegó a la comisaría de Bilbao, empezó su calvario. Pidió que avisaran de su presencia al comisario que conocía. También que le dejaran telefonear a un amigo. La respuesta fue siempre no. "Querían que firmase que era prostituta... y yo era agente de viajes. Como tenía sellos del Caribe y de varias entradas a España en el pasaporte decía que era traficante de mujeres. Yo lo negué todo y dije: "No sabe usted con quién está tratando". Eso enfureció al inspector y dijo que me bajaba a los calabozos a decir la verdad"".

En una una sala de la planta baja, ese mismo policía golpeó a Rita en la espalda con algo que desconoce, mientras otro la sujetaba por los brazos. Le advirtieron que no la iban a dejar marcas. Le pasaron a una celda y allí perdió el conocimiento. Después le trasladaron al hospital de Basurto, donde no se atrevió a contar nada porque dos policías la vigilaban. "Es una brasileña que está detenida", le dijeron al médico. De vuelta a la comisaría sufrió la violación.

"Entonces, ese animal [el ahora absuelto Valentín G.G.], vestido de uniforme, me llevó a un calabozo donde había colchonetas y mantas y de allí a otra celda que estaba enfrente, al lado del pasillo. Me dijo que no chillara, que era una puta y que lo que me gustaba era follar. Él se puso un preservativo y consumó, con sus gemidos asquerosos y sucios. Se marchó y me quedé ahí. Como lloraba mucho, vino un policía y me dijo que me iba a trasladar a otro sitio. Fue el único que me trató con un poco de dignidad. Me sentí impotente".

Uno de los elementos fundamentales para la absolución de Valentín G.G. fue que sus características físicas no coincidían con la descripción hecha por la víctima. "Valentín para mí es castaño porque sus ojos no son claros y su pelo no es rubio nórdico. Y le veo grande; en el momento de la violación me pareció alto, por eso lo dije, aunque luego han dicho que no llega al 1,70".

Se ha acostumbrado a ser la perdedora en este caso y se queja resignada de que hasta hora nadie le haya creído. Arremete contra la ministra de Justicia, Margarita Mariscal de Gante, contra el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, y contra los policías que la abandonaron a su suerte. "Me gustaría tener el don divino de olvidar y perdonar, pero no lo tengo, y no lo voy a tener jamás, jamás".

Quizá por eso, Rita guarda después de cuatro años, en una bolsa arrojada en un armario la ropa que llevaba aquella noche de agosto. "No he podido volver a verla, pero la guardo".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_