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CICLISMO Giro de Italia

La fantasía reside en Cesenatico

El joven italiano Ivan Quaranta repite triunfo al 'sprint' en el pueblo del 'Pirata' Marco Pantani

Carlos Arribas

Allí, a menos de 100 metros de la meta, sentado en el bordillo de la acera, Nicola Minali llora a moco tendido. "Ha pinchado a pocos kilómetros de la meta", explica su director. "Es la segunda vez que le pasa este Giro". No mitiga el desconsuelo del sprinter de bolsillo del Cantina Tollo, mas todo lo contrario, la derrota en toda regla de Mario Cipollini y su tren rojo Saeco en pleno a manos de Ivan Quaranta, la fuerza emergente en las llegadas italianas, el mismo joven que ganó la primera etapa, allá en Sicilia, qué lejos, en Agrigento. "Es que nadie del equipo se ha quedado para ayudarme a volver al pelotón", moquea Minali, grande en sus tiempos del Gewiss, venido a menos.El tiempo se les escurre entre los dedos a los sprinters. Ni a Minali, ni a los otros veloces (Svorada, Leoni, Strazzer, Guidi, Smetanín, Schiavina, Baldato, Edo...) que aún están en blanco, les quedan más de tres llegadas (siendo generoso: hoy, Sassuolo, Castelfranco Veneto, el martes, y Milán, el último domingo) para justificar su fama y su contrato. Mientras, Cipollini, Blijlevens y Quaranta han replicado victoria.

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El pueblo de Pantani, Cesenatico, balneario de verano en la arena del Adriático, hizo llorar a un sprinter, pero no por hacer feliz a un escalador, cual correspondería en homenaje al chico escuálido, todo orejas, cuando a los 12 años se escapaba con su bicicleta de casa y de la escuela. Cesenatico es un lungomare largo, recto y llano, llano.

El paraíso de los sprinters, ayer, con su recta de más de dos kilómetros acogiendo la llegada. Allí, el elefantino se dio el gustazo de poner a su banda en fila, de colocarse en tercera o cuarta posición y de pasar tres veces a pocos metros de su casa al frente del pelotón del Giro.

La gente que le vio crecer vivió el placer insólito de comprobar que todas las fantasías son posibles, que la imaginación no tiene límites. Los niños soñaron un poco más. El deporte cumplió su papel más hermoso. Su papel insustituible.

El Giro consume veloz las etapas de transición y se acerca, ya está ahí encima, a la fase decisiva. José Miguel Echávarri arenga a sus muchachos, convoca la rebeldía del Chava y los demás del Banesto: "No os conforméis con bailar la música que os pone Pantani. Haceros con el tocadiscos, sed vosotros los disc-jockeys".

Ellos le miran con los ojos cansados. "Martinelli", le dice José Miguel Echávarri al director de Pantani. "¿Por qué no dices a Pantani que suelte el tocadiscos, que deje a otros poner la música del Giro". Martinelli le mira con ojos divertidos. "¿Y tú me lo preguntas, José Miguel, tú que con Miguel nos has tenido a todos bailando a tu ritmo seis, siete años. Déjame disfrutar. Yo estoy sólo en el segundo".

Un poco más allá, Manolo Saiz mira el mapa y echa cuentas. El jueves la media montaña de Rapallo; el viernes, descanso; el sábado, la temible y desconocida Fauniera; el domingo, Oropa, allá donde la crisis alérgica de Induráin hace seis años; el lunes y el martes, nada, las llanuras de Lumezzane y Castelfranco; el miércoles, la contrarreloj llana, los 45 kilómetros de Treviso. "Llegar a Treviso de rosa sería un sueño, pero hay que soñar, ¿no?".

Para asentarlo un poco su Laurent Jalabert, sumó cuatro segundos en una meta volante y se distancia del Pirata en la general.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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