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Inquilinato

Es posible que la forma definitiva de vivir en Madrid sea la propiedad horizontal, el dominio de unos metros cuadrados en el aire. Desaparecerán los caseros y serán sustituidos -casi lo están- por las administraciones públicas. Ser dueño del piso es una de las características definitorias del hombre de este siglo que termina. La explotación de un edificio con destino a ser alquilado fragmentariamente produjo el tipo del rentista, el que vive de las rentas. El ideal supremo radica en gozar del piso propio. Para lograrlo se aplaza el matrimonio, se regula la natalidad, se hipoteca el sosiego y se inicia un largo forcejeo con la inmobiliaria ofertante y el banco o la financiera inmisericorde que aparecen implacables cada vencimiento. La mayoría -que es mucho más grande de lo que cabe imaginar- ha perdido la posibilidad de escoger la vivienda soñada o conveniente. No es la que se adapta a los deseos y menesteres, sino que cuentan sólo las disponibilidades económicas y crediticias, para establecer cuál es y dónde se encuentra la morada a la que tienen derecho por mandato constitucional, como dicen los diputados cuando piensan subirse el sueldo.Una vez decidido y cumplimentadas las numerosas condiciones previas, el flamante propietario toma posesión y se unce a la noria, con otros semejantes. Algún día llegará a presidente para conocer, de primera mano, lo que es manejar una comunidad de vecinos, sus criterios, mezquindades y exigencias. Yo mismo, en un par de ocasiones, fui dueño de mi morada, quise eludir, egoístamente, tal servidumbre y cedí la titularidad de un excelente piso a nombre de mi segunda esposa. Poco después planteaba hábilmente el divorcio y unos tribunales, cuya simpatía supo granjearse, me pusieron de patitas en la calle. Esta ociosa y retrospectiva alusión -que ruego disculpen- justifica la vuelta al transitorio y precario estado del inquilino. Mis recuerdos de adolescencia y juventud dan cabida a un Madrid tan acogedor que exteriorizaba las virtudes hospitalarias mostrando, atados al hierro de los balcones, los blancos albaranes que proclaman que aquel piso estaba por alquilar. Hoy se ven algunos, pocos. Había la posibilidad de alternativa y de cambio, según las vicisitudes que acompañan nuestro paso por la vida. Las parejas -o los individuos- podían elegir el barrio, la cercanía de un parque, del colegio, el lugar de trabajo, la luminosidad, todo ello, claro, si coincidía con la pretensión de los caseros. También se encontraba el hogar para varias generaciones, no piensen que la gente andaba todo el día de mudanza. Durante un largo periodo, las rentas estuvieron injustamente congeladas y muchos propietarios tuvieron que deshacerse de aquellas fincas, que sólo producían gastos. Sospecho que esa política era alentada por los incipientes especuladores. Pero en este pendular país nuestro el remedio se revela catastrófico. La Ley de Arrendamientos Urbanos de noviembre de 1994 establece un alucinante baremo según el cual, por ejemplo, un alquiler inicial de 5.000 pesetas en 1962 -precio de mercado, en su momento- se convierte, en el mes de mayo de 1999, en renta actualizada de 121.457 pesetas y exigible de 109.311. Ley tan favorable a los hacendados tiene una tramposa moratoria. Si hay oposición del inquilino, el contrato se extingue en ocho años.

La mayoría de quienes viven en ese régimen han llegado a la jubilación, por el envejecimiento de la población y que, desde hace 30 o 40 años, sea muy escasa la construcción de tal tipo de viviendas, salvo cooperativas de protección oficial, alguna de las cuales terminó como el rosario de la aurora. Muchos -los que sean- de aquellos propietarios, más bien herederos, desdeñan la suculencia del aumento, sin aceptar el compromiso que les corresponde, conservando y modernizando los edificios, lo que nadie les exige. Aprieta la ley de tal manera, recortando posibilidades de transmisión, que sólo se espera pasar al otro barrio, o vivir degradados entre escombros, situaciones sanitarias infrahumanas -poco y mal remediadas- y la torva amenaza del embargo. Nunca estuvo más desprotegida una modesta clase. Los especuladores se relamen los bigotes como enormes y nunca satisfechos gatazos. ¿Tiene cabida esto en el programa de algún partido? Son más de 300.000 votos, oiga.

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