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Cientos de pequeñas obras, a la espera de las grandes infraestructuras

Clos sustituye a Maragall y proyecta una Barcelona en la que servicios y alta tecnología garanticen calidad de vida

,Barcelona ha vivido sus últimos cuatro años adecentando rincones, pero sin conseguir acometer grandes reformas. Las obras no han parado e incluso el tema se ha convertido en campo de batalla electoral, pero todas las realizadas son modificaciones de lo existente, mejoras de calles, retoques en plazas, conversión de espacios degradados en zonas verdes o de ocio.No han tenido la misma suerte las grandes obras, de las que depende el futuro de Barcelona y de su entorno. La ciudad se contempla como un punto de intercambio con un aeropuerto intercontinental, uno de los primeros puertos del Mediterráneo, unas conexiones ferroviarias eficaces y de alta velocidad con el resto de España y Europa, y una red de conexiones con el área metropolitana. Todo existe en los papeles, en los planos y, a veces, en acuerdos más o menos firmados. Pero de ahí no pasa.

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Ninguna de estas obras ha avanzado un centímetro en estos cuatro años y algunas de ellas parecen haber retrocedido por las discrepancias entre el Ayuntamiento y el resto de las administraciones competentes, especialmente el Gobierno de la Generalitat y el central.

El alcalde, Joan Clos, sucedió a Pasqual Maragall en septiembre de 1997. Maragall mantuvo siempre una tensión alta con el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Hubo quien lo atribuyó al carácter fuerte de ambos. Clos, en cambio, evitó durante meses alzar la voz frente a su vecino de la plaza de Sant Jaume. Afirmaba que el diálogo y la buena voluntad dan mejores resultados. A finales del año pasado, Clos cambió de táctica y empezó a exigir kilómetros de metro, trazados del AVE y reformas del aeropuerto. Sigue exigiendo.

Entre los logros hay uno que destaca: la Carta Municipal, una especie de Constitución ciudadana que confiere poderes especiales al gobierno de Barcelona en materias tan precisas como urbanismo (hoy en manos del Gobierno catalán), enseñanza, servicios sociales y justicia local, al tiempo que consagra la ya iniciada descentralización de los distritos y la participación ciudadana. La Carta fue aprobada por consenso entre todos los grupos municipales y refrendada, parcialmente, en el Parlamento catalán (con la significativa ausencia de Jordi Pujol). Actualmente se halla pendiente de su ratificación por el Parlamento español, ya que supone la modificación de un buen paquete de leyes existentes.

El gobierno municipal está formado por una coalición en la que se integran el Partit dels Socialistes (PSC), Iniciativa per Catalunya-Verds (IC-V) y el Partit per la Independència (PI), una escisión de Esquerra Republicana (ERC). Y ha vivido cuatro años de cierta placidez porque la oposición ha sido cualquier cosa menos feroz. La oposición de verdad le ha llegado de fuera, más exactamente del Gobierno catalán. Lo peor para Clos y sus aliados ha sido el bloqueo al desarrollo de los grandes proyectos, incluido el metro, que apenas ha crecido, y menos por donde hubiera preferido el equipo que gobierna, obligado a pactar con el Ejecutivo catalán.

En los últimos meses, la oposición ha emergido en forma de protestas vecinales, casi todas ellas con un denominador común: la mejora de las condiciones de vida y la cobertura de las vías de tráfico con alta densidad de coches y de ruido. Este movimiento que se extiende de punta a punta de la ciudad. En el norte reclaman la cobertura de la Gran Via, cuatro kilómetros a cuyos lados han proliferado viviendas dormitorio. En el sur, lo que queda por cubrir de la Ronda del Mig, un cinturón interior construido en los años predemocráticos.

Estos movimientos enturbian los logros de cuatro años en los que la lista de mejoras ha sido más que larga, desde el adecentamiento del final de La Rambla (incluida la reconstrucción del Liceo, que se inaugurara en octubre) hasta la conversión de una autopista interior como era la avenida de la Meridiana en paseo urbano, pasando por la eliminación de scalextrics como el de la plaza de Cerdà, la conversión en peatonal de no pocos núcleos de antiguos barrios (Les Corts, Poblenou, Horta), la multiplicación de los kilómetros de carril-bici hasta llegar a 107 y la inauguración del triángulo cultural de Glòries, formado por el Teatre Nacional, el Auditori y el Archivo de la Corona de Aragón. Y no se debe olvidar que Barcelona se ha convertido en centro turístico (siete millones de pernoctaciones al año, Venecia tiene 10 millones) y que definitivamente se abre la Diagonal, que ya llega al mar, justo donde nacerá el centro que debe acoger el Fòrum de les Cultures 2004, el próximo acontecimiento en torno al cual se organiza la ciudad, en una zona que fue industrial y que se halla en fase de transformación, la última posible en una ciudad de escasas dimensiones físicas.

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