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FÚTBOL 35ª jornada de Liga

La Real y el Valencia se calcan

La falta de concentración donostiarra permite a los visitantes empatar en el descuento

Perseguidos por una misma urgencia dictada desde la necesidad de colarse en cualquier competición europea, donostiarras y valencianos compartieron ayer también un pudor futbolístico que anestesió el encuentro. A decir verdad, lo compartieron todo, como dos calcos obligados a observarse de frente.De haber saltado sobre el césped de Anoeta con las camisetas intercambiadas, nadie hubiera aprecido diferencia alguna teniendo en cuenta que sus respectivos entrenadores dibujaron las mismas premisas sobre sus respectivas pizarras. Y coincidieron, Krauss y Ranieri, en defender lo adquirido de salida (el empate) para improvisar sobre la marcha. Pero ni siquiera hubo marcha una vez que ambas defensas anularon por un lado al Piojo López y por otro a Kovacevic. Garantizada la supervivencia, por lo menos a corto plazo, el encuentro derivó en un amontonamiento de centrocampistas, un barullo de toques en corto, pérdidas de balón y recuperaciones atolondradas en espera de un fogonazo al contragolpe.

REAL SOCIEDAD 1

VALENCIA 1Real Sociedad: Alberto; Rekarte, Loren, Pikabea, Aranzabal; Gómez (De Paula, m. 65), Aranburu (Guerrero, m. 85), Idiakez, Sa Pinto, De Pedro (Mutiu, m. 83); Kovacevic. Valencia: Cañizares; Angulo, Roche (Angloma, m. 76), Djukic, Bjorklund; Mendieta, Milla, Farinós (Schwarz, m. 87), Juan Fran; Vlaovic (Ilie, m. 45) y Claudio López. Goles: 1-0. M. 74. Kovacevic recibe el balón al borde del área, recorto por dos veces a Djukic y marca de tiro cruzado. 1-1. M. 90. Ilie recibe un pase de Djukic en la línea de fondo y cruza a la red ante la salida de Alberto. Árbitro: Brito Arceo (Tenerife). Amonestó a De Pedro, De Paula, Idiákez y expulsó por doble amarilla a Loren y al entrenador de la Real Sociedad, Bernd Krauss. El golfista José María Olazabal, último vencedor del Masters de Augusta, efectuó el saque de honor. Unos 22.000 espectadores en Anoeta.

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Todavía fresco, el Valencia trató de sujetar de alguna forma el choque. La Real observaba y destruía sin apuros. A los donostiarras les conviene delegar y disfruta ante rivales como el Valencia, bien dotados para el contragolpe pero espesos a la hora de juntar neuronas y agobiar desde la creatividad al vecino. Mientras unos sudaban interpretando un papel desconocido, los otros se aplicaban en recordar cómo se arma un contragolpe cuando el físico no acompaña y nadie acierta a proponer un pase con intención venenosa. Así se gastaron más de 70 minutos, únicamente recuperables para recordar cómo Mendieta recorría el centro del campo rastreando resquicios donde colar algo de juego, o como la Real ha encontrado en el joven Aranburu una excusa para negar que su juego ha sido hasta hace bien poco exclusivamente zurdo, luego manco.

Definitivamente empantanado el encuentro y atascado en una pelea pegajosa, el asunto quedó confinado a una cuestión de concentración. Djukic se despistó el primero; Kovacevic señaló el error con dos recortes fulgurantes y un tiro cruzado que deshacía el impasse.

Europa se aleja

La tarde no daba para mucho más. Sólo la habilidad de Kovacevic o de cualquier otro jugador con pedigrí podía alterar la rutina de la impotencia, la escasez de ideas y predisposición pulmonar. Enfrente, Claudio López entendió muy pronto por dónde debía aventurarse para mirar a puerta. Se hartó de correr buscando balones que unas veces le llegaban imposibles, otras inútiles o, sencillamente, no acababan de encontrarle pese al empeño de Mendieta. Pikabea también contribuyó a su desánimo.

El gol donostiarra no alteró las ambiciones pero acordó una cierta paz a la cita. Nadie se reconocía capaz de alterar el guión, ni tan siquiera de cambiar el paso. Volvió a darse el mismo apelotonamiento, se retomaron los pases absurdos, y continuaron decayendo las pulsaciones. En ese dejarse llevar, la Real se quedó sin constantes vitales, un mal conocido de esta parte: ya no se cuentan las visitas al limbo en la franja de máxima atención. La Real apaga y adelanta el viaje a la ducha. Como la semana pasada ante el Celta, después de adelanterse con dos goles. O como frente al Villareal, dejándose engañar en el minuto 92. El Valencia, incrédulo, se apresuró a marcar mientras el rival se rascaba la cabeza reclamando una falta al borde del área. Una nueva deuda con la concentración que ésta vez sirve, de paso, para que sus ambiciones europeas se conviertan en una utopía matemático-federativa. La ambición por estrenarse en la disputa de la Liga de Campeones se ha convertido en un sueño improbable para un Valencia ahogado.

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