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AGUSTÍN LÓPEZ CIDMONTAÑERO

"En plena noche veía mi cuerpo perfectamente, rodeado de un extraño resplandor"

"No sabía si estaba muerto. No sentía ni frío ni calor. En plena noche cerrada veía mi cuerpo perfectamente, rodeado de un extraño resplandor", relata Agustín López Cid (Bilbao, 1956) desde la cama del Hospital Maz de Zaragoza, donde espera recuperarse de las graves congelaciones sufridas tras coronar con éxito su primera ascensión a un ochomil. Después de hollar el Cho Oyu junto al navarro Mari Ábrego y un sherpa de altura, el montañero bilbaíno comenzó un descenso trágico en solitario en el que sólo el tesón y las ganas de vivir le ayudaron a alcanzar el campo 2 a través de una vía inédita. López Cid logró sobrevivir dos noches al raso, una de ellas por encima de 8.000 metros. Las bajísimas temperaturas le han dejado importantes lesiones en forma de congelaciones en los dedos de sus manos, que ahora trata de recuperar con la ayuda del neurocirujano irunés Ricardo Arregi. Satisfecho tras comprobar su capacidad para enfrentarse al ascenso del Cho Oyu, el alpinista, responsable de informática en su empresa, tiene por delante un largo período de lucha contra las secuelas de la congelación de sus extremidades. Pregunta. ¿Qué ocurrió tras alcanzar la cumbre? Respuesta. Yo llegué un poquito justo y así se lo comenté a Mari [Ábrego], que comenzó a bajar tras el sherpa. Cuando llevábamos un rato descendiendo a buen ritmo me caí por un nevero, calculo que unos 20 metros. En la caída perdí la mochila, las gafas de sol, crampones y manoplas, entre otras cosas. No sé cuánto tiempo tardé en volver al punto inicial, aunque debieron ser horas, quizá porque perdí el conocimiento, ya que nada más llegar donde quedó la mochila, estaba anocheciendo y me quedé medio dormido, medio inconsciente. Menos mal que había recuperado las manoplas y crampones. P. Supongo que fue una noche muy dura. R. Permanecer allí con temperaturas por debajo de -30º C fue terrible. Con las primeras luces decidí ponerme a andar de nuevo. Cuando me estaba acercando a la zona de cuerdas fijas, cambió el día. El cielo se cerró y apenas se veía nada mientras nevaba copiosamente. P. ¿Logró alcanzar el camino de descenso? R. No me fue posible pero sabía que no podía quedarme allí pues habría muerto por la deshidratación, el frío, etcétera. Sólo pensaba en bajar, así que lo hice casi en línea recta tirándome por cortados y tratando de frenar gracias a los crampones y el piolet. La verdad es que tuve suerte porque la cantidad de nieve me amortiguaba los golpes. De repente, parecía estar anocheciendo por lo que decidí hacer un vivac. Más de media hora después de trabajar en ello, el cielo volvió a abrirse. Todavía era de día así que comencé a andar de nuevo. El problema es que apenas veía nada ya que había perdido las gafas de sol lo que me produjo una grave conjuntivitis. Al final, cuando ya comenzaba a ver las tiendas del campo 2, sin haber pasado por el 3, caí de espaldas. No fui capaz de levantarme y en esa posición permanecí toda la noche hasta que por la mañana me descubrió un aleman al salir de su tienda. P. Se quedarían todos muy sorprendidos al verle. R. Quien más, quien menos me daba por muerto; cuando Mari Abrego volvió tras sus pasos, al ver sólo la mochila me dio por desaparecido e incluso una expedición mexicana había transmitido vía Internet mi muerte. ¡Menos mal que la noticia no llegó a mi casa! Con todo, si logré salvarme fue gracias al equipo médico que acompañaba a los alemanes, pues rápidamente comenzaron a inyectarme cortisona y otros, además de ponerme la mascarilla de oxígeno. Desde ahí, bajada al campo base y más tarde, primero en yak y después en todo terreno hasta Katmandú a toda velocidad. Repatriación y aquí estoy en Zaragoza en manos de Kiko Arregi. He tenido mucha suerte de poder contar mi peripecia. P. ¿Ha merecido la pena? R. Estoy seguro de que sí. Es bonito poder demostrarte a ti mismo que puedes con esa altura. Pese a ello, si hubiera sabido lo que iba a suceder, con todo este problema de las congelaciones seguramente te diría que no lo volvería a intentar. P. ¿ Qué le queda de esta experiencia? R. La satisfacción de poder contarlo, de haber sido capaz de bajar en esas condiciones lamentables. Pero eso no me impide darme cuenta de las congelaciones tan graves que tengo. Es en eso en lo que estoy pensando ahora, en saber cómo me voy a quedar.

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