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Tribuna
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El ángulo de refringencia

Todo cuanto dice o hace Van Gaal se distorsiona o interpreta mal, hasta el punto de que se le trata de incompetente sin atender a razones

Luis Gómez

Donde uno es fiel a sus principios, Van Gaal es inflexible; donde uno tiene buen gusto en la elección de jugadores, Van Gaal es un simple importador de futbolistas holandeses; donde uno es valiente por utilizar tres defensas, Van Gaal es un suicida; donde uno propone un fútbol de posesión y ataque, Van Gaal es previsible; donde uno gusta de jugar con dos extremos muy abiertos, Van Gaal es un dogmático. Está claro que, a tenor de la unanimidad que despierta en la desaprobación de sus métodos, debemos de estar ante uno de esos fenómenos ópticos de distorsión severa de la imagen en los que, probablemente, haya que concluir que el ángulo de refringencia, es decir, el causante de la deformación de la imagen, es alto.El resultado de tan curioso fenómeno es que Van Gaal se nos presenta como un perfecto incompetente además de ser un personaje que tiene la rara habilidad de causar la indignación general cada vez que suelta una frase. Sus indiscutibles y numerosos defectos, a la luz de cuanto se ha dicho y escrito sobre su persona, no han impedido que este hombre sume dos títulos de Liga y uno de Copa en sus dos primeros años como técnico del Barcelona. De ahí la distorsión, fenómeno digno de estudio.

Es el caso de lo que sucedió con Piojo López, de cuya experiencia puede deducirse, por los comentarios al efecto, que Van Gaal dictó un curso acelerado de incompetencia técnica. ¿Qué problema más sencillo para cualquier entrenador que evitar que un solo jugador se convierta en un factor decisivo? Van Gaal no hizo nada para evitarlo y en esa inacción demostró su falta de conocimientos. Fracasó. De haber hecho algo (jugado con cuatro defensas, establecido algún tipo de marcaje individual, algo, cualquier cosa), es seguro que Van Gaal habría fracasado igualmente. De haber hecho algo, Van Gaal habría sido indigno por modificar el esquema del equipo, traicionar sus ideas y dar al equipo un mensaje de desconfianza en su sistema. Van Gaal no tenía salida: la distorsión genera incomprensión.

Fuera de los terrenos de juego, Van Gaal fracasa cada vez que aparece en escena. Por ejemplo, cuando critica a Jordi Pujol. Debió entender que en España nadie critica a Pujol, al menos desde fuera de Cataluña. No satisfecho con el error, incurrió en otro más severo al reprochar un comentario del presidente del Gobierno, José María Aznar. Aznar no sabe de fútbol, según Van Gaal, ¿se puede aceptar impunemente semejante reproche?

Cuando Van Gaal humilló en público a Óscar, hirió la sensibilidad de cualquier aficionado que se precie, aficionado que suele recibir con honda preocupación que los clubes fichen a entrenadores de hierro. Así sucedió en el Madrid cuando se buscó a Capello, o más recientemente cuando se contrató a Toshack. El público rechaza ese modelo: público y dirigentes buscan en el mercado hombres razonables y simpáticos. Nadie le iba a reclamar a Toshack, ni exigirle por lo más remoto, que humillara a las estrellas (ahora vedettes) del Madrid.

Si el Barcelona ganó una Liga y una Copa el año pasado con Van Gaal fue producto de la desidia de sus oponentes. Lo verdaderamente cierto es que no ganó la Copa de Europa, que fue precisamente lo que hizo el Real Madrid, dando un ejemplo de gestión y despidiendo al técnico que lo hizo posible (los ciclos se agotan y hay que ser clarividentes para advertirlo). Si el Barcelona mete más goles que nadie es porque tiene a Rivaldo, si el Barcelona ha recuperado posiciones tras las navidades es porque se reforzó con los hermanos De Boer y tiró de talonario, cosa que no hicieron los demás (el Madrid fichó el año pasado a Karembeu, pero sin tanto ruido). Basta observar su juego para concluir que no tiene estilo: si juega bien es por la suma de sus talentos y si lo hace mal es porque Van Gaal ha metido mano en el equipo. El equipo que merece todo nuestro respeto es, sin embargo, el Celta, que juega al fútbol como hay que hacerlo, un club que utiliza a jugadores españoles en su alineación titular (Michel Salgado y Óscar Vales). El Barcelona juega plagado de extranjeros (Abelardo, Luis Enrique, Guardiola y Sergi son minoría en la alineación titular y poco menos que jugadores marginales). Y de la limpieza étnica de jugadores catalanes no puede haber duda alguna: Sergi, Celades, Xavi y Guardiola apenas intervienen a lo largo de la temporada. Es más, lo que Van Gaal está haciendo con Xavi (el único jugador de la selección sub 20 que ha jugado minutos en Primera División) no tiene nombre: cuando no juega con el primer equipo, le hace jugar con el Barcelona B, para que esté siempre en activo. ¿No es eso una humillación injustificable? ¿No sería lo lógico dejarle compartir plaza en el banquillo con las demás estrellas para que se vaya fogueando bien sentado?

Con Van Gaal el Barcelona parece querer inclinarse por ganar las Ligas con antelación, con excesiva antelación habría que decir. Para un club que ganó una Liga en 11 años (de 1974 a 1985), que soportó estoicamente las cinco Ligas consecutivas del Real Madrid (de 1985 a 1990, cuatro de ellas ganadas con la antelación que sí gusta en la Casa Blanca), esta forma de ganar no llega a su público. Si será así que, de las cuatro Ligas de Cruyff, apenas se recuerda aquella que ganó sobradamente. El público quiere emoción y Van Gaal no lo entiende. Visto desde fuera de Cataluña, se comprende que un club como el Barcelona disfrute tan poco de esta manera de ganar.

Puede ser que todo haya sido un triste malentendido, quién sabe si un defecto en la traducción: debió construir el Ajax catalán y no el Barcelona holandés. No había prisa, la paciencia es norma de conducta en el fútbol español. De ahí, quizá, el origen de la distorsión que nos ocupa. De ahí sus consecuencias: ahora, en consecuencia con todo lo dicho y escrito, habrá que darle el pésame al Barcelona por este su segundo título consecutivo con Van Gaal, técnico incompetente donde los haya.

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