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La foto

E. CERDÁN TATO José María Aznar ha vuelto chasqueado de Moscú: Yeltsin le negó, destempladamente, la deseada foto. El plantón ha sido tan ostensible e impertinente que sobra la retórica de Piqué inventándose un "cambio de formato", por indisposición del dirigente ruso, cuando según el portavoz oficial del Kremlin, en la agenda no figuraba la entrevista con Aznar. La diplomacia ya propiciará una solución airosa. Pero Aznar, por unos instantes, ofreció la imagen de la más viva desolación. Se ha quedado sin un codiciado aval, para acreditarse como estadista de prestigio planetario; y con la duda de su posible irrelevancia internacional. Su decepción es tanto más ácida, cuanto las elecciones, y las europeas, en particular, ya están en el disparadero. Y es que la foto es una pieza tan fastuosa, como lo fue, en su época, la moneda acuñada con la efigie de Marco Ulpio, hasta los confines del imperio. A la ceca de antaño, a los avisos epigráficos, los desbarató las señales de vídeo y sonido, o el revelado de la película. A Trajano divinizado por la numismática, lo fulminó la tecnología de la comunicación. El progreso y la audacia facilitan la virtualidad de un personaje. Y cuenta lo que se ve, apenas lo que se dice. De ahí que, cuando suenan los clarines electorales, los candidatos se acicalan y balbucean ante las cámaras, y quienes están en el poder, citan su interés con inauguraciones de aceras y otras chapuzas vergonzosas. Aznar visitó a los refugiados kosovares, en Sigüenza; Zaplana, su aplicado discípulo y aspirante a La Moncloa, en Cheste. Una foto con un niño, un anciano o la víctima de una catástrofe, despierta ternura y afecto, y hasta hace urna. Pero la condensación semántica de una imagen resulta perversa. Claro que a Aznar una imagen con Yeltsin le hubiera lustrado su currículo, sin inportunarle ni la perversión del mismo Rasputín. Pero Yeltsin se lo olió y, sin consideraciones, le dio con la puerta en las narices. Y así lo ha dejado: con un penoso gesto de perplejidad sostenida.

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