Cómo corre la cerveza
Salvador Domínguez es un verdadero atleta de la bandeja. Ayer corrió 100 metros en 15 segundos 96 centésimas, calzando zapatos relucientes, vistiendo pantalones negros y camisa blanca planchadita y, lo más importante, sosteniendo una bandeja de aluminio sobre la que reposaban dos cañas y un botellín de San Miguel. No se despeinó; no perdió el resuello ni la sonrisa. Mientras sus compañeros de carrera le felicitaban con gran sentimiento, el público, entre ovaciones, le llamaba respetuosamente "monstruo" y "bestia". Fue el vencedor en una competición que llevó al Parque de Málaga una mezcla poco común de deporte y alcohol gratuito. Por una vez, la cerveza corrió en todos los sentidos. La cosa comenzó poco después de las once de la mañana. Los 33 participantes -32 varones y sólo una mujer- se agolpaban cerca de la línea de salida, atándose bien los dorsales, haciendo calentamiento, fumando y escuchando las instrucciones del encargado. "La bandeja se lleva con una mano, y no se puede cambiar", aclaraba alguien como instrucción. Asentimiento general. "Ya sabéis que hay que ser camarero en activo y tener contrato", añadía esa voz. Conato de rebelión. "¿Cómo, contrato? Eso no nos lo habían dicho", saltó uno. "Pues vaya", se resignó otro, "ya me puedo retirar". El encargado, con todo el tacto del mundo, dejó atrás este espinoso asunto y pasó a otra cosa. Los corredores quedaron divididos en grupos de tres y empezaron las series eliminatorias, mientras el público se daba de forma festiva a la bebida. Cristóbal García, que trabaja en la taberna El Trasiego, fue el primero en caer. A cuatro metros escasos de la salida tropezó; las copas, la botella y la bandeja salieron despedidas. "Si es que cogí un escalón y no me di cuenta", explicaba luego indignado, con una cervecita pacificadora en la mano. Detrás de él cayeron otros muchos, con más o menos espectacularidad y regocijo de los asistentes. Pero hubo camareros que galoparon eficazmente hasta la meta sin que se les derramara ni una gota de San Miguel. Y los más destacados fueron dos. Con el dorsal número 10 Francisco José Rojas, del bar El Puerto, un ejemplo de velocidad, precisión y entusiasmo; con el dorsal número 9 Salvador Domínguez, del hotel Rincón del Sol, el rey. Salvador tiene 28 años y, según dice, hace 20 que trabaja en la hostelería. ¿Quiere decir que con ocho añitos ya era camarero? "Sí". ¿Y por qué? "Por los nervios, que se me comían por dentro", alega. Sin embargo, cuando sirve mesas no corre tanto. "No sería profesional. Lo que hago es andar deprisa. Claro que si el cliente lo solicita, como siempre tiene la razón...". Ganando aquí, Salvador se ha clasificado para competir a un nivel superior, y viajará a Barcelona a principios de octubre. Está contento de su marca, aunque no se ha preparado en absoluto para la prueba. "Yo no tengo tiempo de entrenar ni de hacer ningún deporte. Trabajo mucho. Y además fumo demasiado", asegura. A dos pasos, los menos afortunados discutían los detalles técnicos de la prueba. "La culpa es de la botella, que tiene el culo muy fino y vibra mucho", se justificaba Enrique Guerrero, de la cafetería Flor. Otros participantes, por contra, se quejaban de las bandejas, demasiado livianas para su gusto. "Que quede claro: si me hubiera traído la mía, otro gallo cantaría". Dicho queda.
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