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Tribuna
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Lo dicho

VICENT FRANCH Felipe González, en un mitin en la ciudad de El Alcázar legendario, más subyugado por éste que por la ejemplar, aunque no duradera, tradición de convivencia de las tres culturas en la misma, volvió a lo que le queda de lucidez después de tanto tiempo en la política española: la apelación a un concepto de la unidad de España que, por el dramatismo de sus palabras, recuerda más a los liberadores de El Alcázar que al presidente de Gobierno bajo cuyo mandato se desplegaron las previsiones constitucionales del Estado de las Autonomías. La desubicación de su situación política le lleva no sólo a interferir de manera solvente y exitosa en el proceso de la pretendida renovación del PSOE sino a ocupar un terreno discursivo que debería producir sonrojo entre los muchos o pocos adherentes -y votantes- de ese partido que hasta hace bien poco mantuvieron aquí, entre nosotros los valencianos, la ferviente creencia de que la mejor manera de defender el derecho al autogobierno, o de hacer realidad la voluntad de construir la democracia a nuestra medida, era apostar por esas siglas, porque, se decía, además de permitir construir la casa común lo hacían sin menoscabo del concepto y prácticas de la solidaridad y la cohesión social del conjunto del Estado. Esta letanía sobrante de ahora, no obstante, no es nueva, pues ya se percibió hace lustros cuando el PSOE elaboró al alimón con la última UCD una ley mordaza para lo que no pudieron controlar en el proceso de elaboración de la Constitución, un freno al desarrollo autonómico, que el propio Tribunal Constitucional tuvo que enmendar bien tempranamente. Años de resistencia a veces sutil, a veces furiosa a un despliegue generoso del Estado de las Autonomías, se rubrica con escandalosas proclamas a favor de la unidad de España, ensalzadas sin matizaciones, a modo de antídoto contra lo que se denuncia como excesos de los políticos de unos pueblos a los que se presenta como salteadores de caminos, ladrones de esencias, mercaderes de apetitos bastardos, en suma. Lo que González predica ahora ya nos lo impusieron en las escuelas de Franco y suena a doctrina serbia con denominación de origen. Para eso no hacía falta correr tanto, ni ampararse en la vieja bandera de Pablo Iglesias, ni en la monserga nunca asumida del federalismo nominal o el asimétrico. Me produce auténtico estupor que ese hombre -cuyas aportaciones positivas a la democracia española sin duda la historia le reconocerá-, se empeñe ahora con estas regresivas palabras en desmentir su calidad de estadista. Porque se alinea en el bando que provocó el sentimiento de apestados que afloró entre los que entendemos nuestra adhesión a España bajo parámetros de simetría política para con nuestros pueblos, y no mediatizados por el trato subsidiario y humillante a que nos relegaron los Milosevics o Francos de turno. Por eso es menester que quienes apostaron por ese mal menor que aseguraba mínimos autonómicos a la espera de mejores tiempos se pregunten honestamente si el final de la aventura conducía ¿a Onésimo Redondo?, ¿a José Antonio?, ¿a Covadonga y a Isabel y Fernando? Lo que quizás se entendió como crítica desmesurada del verdadero discurso de González en esas y otras materias, lo desmiente ahora el propio interesado para lección de quienes aquí habrían de apearse del rucio español si no quieren que este les derribe, les cocee y les deje con las vergüenzas valencianas al aire. Vicent.Franch@uv.es

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