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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Delictivo

EN EL Giro recién estrenado no se iba a hablar de dopaje, iba a ser limpio , como los nuevos tiempos; pero dos corredores, uno de ellos español, han sido descartados por un porcentaje excesivo de glóbulos rojos. El caso más notorio estos días, el del ciclista francés Richard Virenque, del equipo Festina, ha obligado a actuar a la Justicia francesa en una acción correctora que beneficia a ese gran deporte.El dopaje es, además de un delito contra la salud pública, una estafa puramente deportiva. Y grave es constatar que las autoridades de aquí y de allá hayan demostrado su incapacidad, que en ocasiones puede rimar con complicidad, en la lucha contra esas prácticas. Basta con que un solo corredor no se inyecte ni una sustancia pecaminosa para que todos los otros, que sí lo hacen, estén compitiendo fraudulentamente con él y haya que tomar las medidas necesarias, dentro y fuera de la estricta reglamentación deportiva, para atajar esos abusos. El público no está exigiendo a ciclistas, entrenadores y promotores refugiarse en el engañoso paraíso de la fuerza artificialmente sobrevenida, sino que lo que pide es combate duro, intenso y limpio.

Bien haría el ciclismo español en atender a lo que se hace en Francia, a la luz de lo cual resulta aún más disparatada la actitud de los equipos que, heridos en un falso orgullo, se retiraron el año pasado del Tour, donde se produjo el gran escándalo del dopaje . Controles exhaustivos y no retiradas intempestivas es lo que le conviene a este deporte. En la carrera entre el fármaco dudoso y la capacidad de detección de esas sustancias, llevará delantera siempre el primero, aunque sólo sea por unos meses. La respuesta es que únicamente los fármacos autorizados -y no sólo no prohibidos- puedan utilizarse en la competición. El ciclismo no es culpable. Sus hombres, en ocasiones, sí lo son.

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