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Billete al hotel Praga

Manuel Rivas

Había sido un buen día. El poeta Ángel González había conseguido llegar desde Albuquerque, Nuevo México, y Madrid volvía a sonreír. ¿Por qué no iba a poder regresar yo a Santiago? Así que me adentré en Barajas sin tocar madera.El día anterior, en la ida, había observado un curioso fenómeno en Compostela. En el panel electrónico no figuraban las horas de salida, sólo las de embarque. Quedaban así anulados los atrasos, de la misma manera que Charlot solucionó el exceso de equipaje: cerraba la maleta y recortaba mangas y perneras. Permanecimos en el avión largos minutos, con expresión de clientes de una Compañía de Dentistas. Pero, ¡estábamos embarcados! Había ojeado en el aeropuerto un libro de autoayuda: para ser feliz basta proponérselo. Iberia, tío, sólo es un pequeño obstáculo. Estamos ahora en Barajas, para el retorno, el miércoles. Hora de salida: 23.35. En corto tramo, de una pantalla a otra, han cambiado la puerta, de la D 61 a la E 74. Si han cambiado, pienso optimista, ¡el vuelo existe! Emprendo la maratón. Cerca de E 74, Alta Voz anuncia cancelación del vuelo a Santiago de las 20.30. Me cruzo con Turba Indignada, que se dirige a Lejana Información. Lo siento, colegas. Los de E 74 nos miramos como supervivientes. Hasta que Alta Voz viene a por nosotros. Cancelado también el de las 23.35. Formamos nuestra propia milicia, camino de Lejana Información. Allí hay más que palabras. Por lo visto, no había nadie en el mostrador y hubo que amotinarse. Discretamente, nos rodea una representación plural de la seguridad del Estado. Nos atienden dos empleados con curso de anestesistas. Son los Ibéricos Impasibles. "No hay nada que hacer, señores. Mañana es otro día".

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En medio de la marabunta comprendo que la peor humillación no es sentirse ninguneado, sino que hagan salir al energúmeno que llevamos dentro. Decibelios Heavies contra Ibéricos Impasibles. Pide la palabra Ciudadano Francés. Joven, corbata nuevo filósofo, guillotina de Marat en la mirada, invoca Marsellesa y conmina solución. Ibéricos Impasibles reaccionan. Alguien se lleva a Marat a un hotel. El conflicto se agrava. "¿Qué pasa con la chusma nacional?", pregunta indignado un patriota. Mientras tanto, nos hemos hecho amigos de Policía Serenidad. Está con nosotros, nos comprende, pero nos dice en confidencia: "Lo que quieren Ellos es el follón". ¿Quiénes son Ellos? Fase expediente X. Es ya muy noche y nos sentimos peones de una gran conspiración. Aparece entonces Tremenda Mariscal, presentada como La Jefa. "¿Por qué no se van a sus casas?". Un ciento de gallegos, incluida Emigrante en Australia, se miran desconcertados. Tremenda Mariscal ha metido la pata. "¡Está bien, síganme!", ordena. Las puertas se cierran a nuestras espaldas. Ha desaparecido. "¡Si pusiéramos bombas no pasaría esto!", grita Chaval Enloquecido. "Tranquilo, chaval", dice Serenidad. Un profesional. Vagamos como refugiados, cargados con petates, por Larga Terminal. Por fin nos piden que salgamos al exterior. Son las dos de la madrugada. Alguien canta una balada de almas en pena. A las tres nos recoge un autocar. Atravesamos Madrid con destino desconocido. Llegamos a un barrio con escultura de grandes ángeles alados. Mi compañero de bus comenta: "Esta es una situación kafkiana". Y entonces llegamos a Praga. Al hotel Praga.

Regresamos al aeropuerto a las siete de la mañana. La radio anuncia una manifestación de productores de pollos. Nos sentimos solidarios. Con los productores. Y con los pollos.

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