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Tribuna
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Uniforme

JAIME ESQUEMBRE Propinar unas patadas en el costado y golpear con una silla a un inmigrante se cotiza en Alicante a 90.000 pesetas. Lo ha dicho, escrito y firmado una juez, que ha condenado a pagar esa cantidad a un policía local que agredió de esa forma a un detenido porque, pese a estar bien sujeto con los grilletes, se movía demasiado. Es interesante la sentencia. Al margen de interpretaciones sirve de consejo al resto de inmigrantes. Ya saben: cuando sean detenidos, ni pestañear, y a lo mejor las bofetadas salen más caras al agresor. La sentencia se conoció ayer, y los responsables políticos del cuerpo no tienen claro si deben apartar del servicio al condenado. Otros tres policías, también de Alicante, están pendientes de ser juzgados por apalear a un magrebí, al que (presuntamente) abandonaron malherido en un descampado para después jactarse ante sus compañeros de la cara que ponía la víctima cuando los golpes impactaban en los genitales. En este caso el fiscal se muestra inflexible y pide varios años de cárcel para los agentes e inhabilitación especial para seguir defendiendo la seguridad ciudadana. Los tres continúan enfundándose cada mañana el uniforme. Un quinto integrante del cuerpo se enfrenta a un expediente disciplinario por no atender adecuadamente una llamada de auxilio para mediar por un joven que acabó quemado por sus agresores. Todavía está de servicio. El domingo, diferentes colectivos de inmigrantes compartieron asfalto y chabola con otras capas marginales de la población para reclamar el fin de la pobreza. La jornada lúdico-festiva-reivindicativa fue aprovechada por uno de ellos para resarcirse de tantas y tantas veces que ha sido obligado a identificarse por ser demasiado moreno para estas latitudes. El hombre consiguió una porra de plástico y una gorra policial del mismo material, se colocó una corbata y se dedicó a pedir la documentación a los paseantes. Y hay que ver lo que impone un uniforme. Sin chistar, todos los blancos le entregaban el DNI, sin detenerse en el sospechoso acento árabe del policía. Por un día supo qué se siente al otro lado de la alambrada burocrática. Y no le gustó.

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