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LA CRÓNICA Doña Rosita la torera GUILLEM MARTÍNEZ

La gimnasia y la magnesia. Me voy a Ceret. Me lleva mi hermano, uno de los pilotos más macarras del DF. Va tan rápido que llego a Ceret, glups, 15 minutos después que él. El asunto: el 70º aniversario de Casa Leopoldo, que se celebrará en las Arenes de Ceret. La pregunta es: ¿qué tienen que ver Casa Leopoldo, los toros, Ceret, usted y yo? No se vayan, amiguitos. Los toros y nosotros, que los quisimos tanto. Los romanos se encontraron con un pueblo fascinado por los toros. Reconvirtieron el culto al toro en el culto a Apis, y siguieron con los sacrificios. El Cid mata a un toro. El Caballero de Olmedo lidia un toro. Los Borbones prohíben a la aristocracia practicar la tauromaquia. Ante la imposibilidad de una tauromaquia a caballo, los iberos se inventan el toreo a pie, que se populariza en el siglo XIX. Sobre todo en Cataluña, donde hay una de las plazas más antiguas del Estado -la de Olot, fixa-t"hi-. A lo largo del siglo pasado, el toreo se convierte en Cataluña en un sinónimo de liberalismo radical. Frente al carlismo -local-, los liberales apuestan por la opera -italiana y revolucionaria- y por el toro -panpeninsular-. Los usuarios del Toril, en la Barceloneta, eran los mismos que fundaron el Liceo: la Milicia Nacional y sus aledaños. Era una afición caliente. En 1835, después de corrida, la afición radical se calienta y decide pelarse al gobernador civil de Barcelona. En el siglo XX, Barcelona ha sido la única ciudad del mundo con tres plazas en funcionamiento. Supongo que esa tremenda afición y ese público que va a los toros buscando pasión, belleza y pitote, se interrumpe, como casi todo, en 1939, cuando todo dejó de ser lo que era. Incluso los toros. Incluso nosotros. Ceret. En Ceret se crían cerezas. Las primeras se las envían al presi de la República. Catalunya Nord es, de hecho, una zona históricamente muy republicana. Marianne, esa mujer que simboliza la Republique, fue una republicanaza de cerca de Rivesaltes. Desde que en el siglo XIX España empieza a exiliar a sus usuarios, esta zona empieza a ser frecuentada por barceloneses. Como Covert-Spring, seudónimo literario de Josep Andreu, periodista y dramaturgo que, exiliado en Francia, se inventa un tipo de fiestas consistente en ir por las calles con una tricolor y una banda, romper con un martillo la placa de una calle redactada en catalán, sustituirla por otra en francés y cantar, posteriormente, la Marsellesa. En Ceret, como en otros pueblos de la zona, se ha vuelto a poner la placa en catalán debajo de la calle, una tendencia introducida por los barceloneses exiliados en 1939. Son traducciones curiosas. La Rue Danton es, en catalán, el carrer de les Olles. En Ceret, como en otros pueblos de la zona, hay plaza de toros. Una plaza con más de cien años de historia. Los aficionados entienden que los toros son un peninsularismo -en este caso, pues, un catalanismo-. En la plaza no hay banderas francesas, sino catalanas. La banda de música es una cobla, que toca sardanas. Antes de cada corrida, tocan Els Segadors y La Santa Espina, y la gente se pone de pie y con cara simbólica, como cuando los americanos escuchan Born to run. En Ceret, por cierto, Picasso tomó sus apuntes para sus series de tauromaquia, por lo que todo el mundo le debe una copa a la plaza de Ceret. Barcelona. En esta plaza, en esta zona, llegan 1.500 barceloneses. Son amigotes y clientes de Rosita Gil, esposa del último torero muerto en Barcelona y gran ideóloga de Casa Leopoldo, un restaurante que estaba en el barrio Chino antes de que el barrio Chino desapareciera -meditación: ¿dónde están ahora ese barrio y sus habitantes?, ¿dónde se han limpiado?-. En la plaza, la gente come, ve toros, y ve a Cecilia Rosetto, que canta para Rosita. Rosita está sentada en el centro, sobre un capote. Luego canta con Cecilia una canción preciosa -verbigracia: "Nací en un barrio donde el lujo fue un albur / por eso tengo el corazón mirando al Sur"-. En un momento dado, habla. Empieza su discurso con un "la historia no es de los reyes ni de los políticos". Un discurso muy barcelonés, una ciudad que no ha tenido reyes y, en muchas ocasiones, tampoco ha tenido políticos. Una ciudad que ha creado la oportunidad de una ciudadanía sin complejos, abierta, orgullosa, chula -capaz, por ejemplo, de sentarse sobre un capote en mitad de una plaza-, que va a comer al barrio chino, que se ríe de las fronteras, o que le pueden gustar los toros o lo que no toca. Rosita, es decir, Casa Leopoldo, es una metáfora de esa ciudad del Sur. Una metáfora de 70 años.

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