Italia se moviliza por el padre Pío
Concentraciones de millares de peregrinos y televisión en directo para la beatificación del popular capuchino
Los rotores de los helicópteros empezaron a sonar a las ocho de la mañana y no pararon hasta primera hora de la tarde. La dotación adicional de agentes de policía estaba a esa hora ya en sus puestos controlando el flujo de peregrinos llegados a Roma por decenas de miles en autocares (más de 1.500 vehículos) y en media docena de trenes especiales procedentes del sur para asistir en la plaza de San Pedro a la beatificación del padre Pío, un santo popular italiano. Se trataba de evitar el caos, pero ni los peregrinos fueron tantos -"apenas" 160.000 en la plaza de San Pedro y aledaños, según la Agencia para el Jubileo, lejos del récord de 250.000 fieles que acudieron a la beatificación del fundador del Opus Dei, José María Escrivá de Balaguer, en 1992- ni la organización registró fallos, y la gran jornada de elevación a los altares del capuchino Francesco Forgeone se desarrolló dentro de un orden ejemplar.Parte del éxito obtenido se debió a la diversificación de las masas. Además de los 160.000 peregrinos que se concentraron en San Pedro, otros 120.000 acudieron a la plaza de San Juan de Letrán, donde el Papa recitó el Regina Coelis, y otra multitud de decenas de miles de personas siguió la ceremonia desde la localidad de San Giovanni Rotondo, hogar del beatificado. También fue decisiva la colaboración prestada por la RAI (radiotelevisión pública), que, además de realizar una impecable retransmisión en directo de toda la ceremonia (cuatro horas), mantuvo conectadas en directo las tres plazas. Por si esto fuera poco, amenizó además los momentos muertos de la retransmisión con filmaciones antiguas sobre la vida y los milagros del padre Pío, incluido el único certificado por la Santa Sede, el que ha hecho técnicamente posible la beatificación. Se trata de la curación inexplicable de Consiglia di Martino, a la que la rotura de un conducto linfático colocó al borde de la muerte en septiembre de 1995 y a la que la devoción incondicional al padre Pío salvó de forma "inexplicable desde el punto de vista médico" en noviembre de 1995.
En la plaza de San Pedro, Juan Pablo II apareció en relativa buena forma vistiendo una espectacular casulla dorada. Wojtyla, devoto del padre Pío desde los años cuarenta, cuando se extendió la voz de que el capuchino de San Giovanni Rotondo era capaz de hacer milagros, recordó la figura del "humilde fraile que asombró al mundo", y rogó al nuevo beato que "interceda por todos los hombres para que se instale en el corazón de nosotros el perdón, la reconciliación y la paz".
Desde la zona de invitados siguieron atentamente la ceremonia, además de la devota dama curada milagrosamente, las principales autoridades italianas, desde el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, hasta el primer ministro, el ex comunista Massimo d"Alema, además del alcalde de la capital, el verde Francesco Rutelli, y el senador vitalicio Giulio Andreotti, sobre el que pesan dos peticiones fiscales, una de 15 años de prisión por asociación mafiosa y otra de cadena perpetua por inducción al asesinato.
El Papa no mencionó el conflicto del Kosovo durante la ceremonia principal, sino en la homilía en San Juan de Letrán. "Que se reanude el diálogo", dijo el Papa, "con la inteligencia y creatividad que Dios ha dado al hombre para resolver las tensiones y los conflictos".
El papel de Wojtyla en la beatificación de Francesco Forgione (1887-1968) ha sido decisivo. El padre Pío se convirtió en una atracción del convento de los capuchinos poco después de que aparecieran en su cuerpo los estigmas de la Crucifixión. Su fama milagrera, jalonada de supuestas curaciones de enfermos, alcanzó el momento álgido en tiempos del Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia católica se preparaba a una modernización radical.
Juan XXIII no vio con buenos ojos la aureola que circundaba al capuchino de carácter hosco, que decía misa en latín, recibía donaciones millonarias y mantenía durísimos enfrentamientos con el diablo. Tampoco su sucesor, Pablo VI, se sintió inclinado a tomárselo en serio, aunque las masas de devotos empezaban a elevar al fraile por cuenta propia a los altares populares. La llegada al trono de Pedro de Karol Wojtyla, en 1978, marca un punto de inflexión en la carrera hacia la santidad del padre Pío. La causa recibe un impulso decisivo, al tiempo que San Giovanni Rotondo se convierte en un santuario católico que supera a Lourdes en número de visitantes (siete millones al año).
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