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Tribuna:EL DARDO EN LA PALABRA
Tribuna
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Harald Weinrich, estudioso del tiempo en el verbo, observó que éste no se expresa igual contando cosas que tratando de ellas. Y así, dentro del discurso, hay un "mundo narrado", que se delimita con señales más o menos sutiles de que el hablante se dispone a relatar. La marca más elemental, pórtico de tantos cuentos infantiles, es el "Érase una vez". A otro nivel menos candoroso, se puede empezar a contar diciendo, por ejemplo, "En un lugar de La Mancha". Tales señales sirven de marco a un cuadro cuyo contenido -un suceso verídico, mentiroso o imaginario- se va a participar.En el discurso hablado es frecuente comenzar un relato diciendo: "Verás: estaba ayer en la ducha telefoneando y, con el jabón, se me escurrió el móvil...". Hoy, en lugar de este Verás, aparece con mucha frecuencia Te cuento. Así es como empieza a detallar su aventura la chavala que, una noche mágica de porro, compartió un viaje al cielo con el novio de su hermana, y, ahora, pues claro... O el motero que iba sólo a ochenta cuando salió por detrás del autobús una vieja imbécil... O la colegiala que sufre el acoso del profesor de matemáticas. Y del Verás, se ha pasado al Te cuento con velocidad de misil; nada impide combinar ambos delantales: Verás (o Pues verás), te cuento; así se ceba más la atención de quien oye (¿o escucha?).

El gancho resulta encantador; un tanto vulgar, es cierto, pero, si se quiere contar algo, ¿por qué dar rodeos, en este idioma nuestro tan claro y directo que llama pan al pan y, más notable aún, vino al vino? Pues Te cuento, y a empezar. En las radios y televisiones se dice así con abundancia. Sin embargo, y eso ya empieza a espeluznar, ahora es muy frecuente abrir el discurso narrativo con Te comento.

Se arruinan así los "mundos" de Weinrich, el de contar y el de comentar, porque este verbo está ocupando el espacio total del otro, y el de decir o anunciar o afirmar o revelar o comunicar o participar y verbos declarativos así. Y no es sólo en la conversación negligente, sino en la profesional: prensa y noticiarios se hartan de decir que el ministro comentó que se hará el AVE a Barcelona. Ciudad donde, por cierto, preguntado el gentil entrenador Van Gaal si se vuelve a Holanda, ha comentado que eso es pura especulación (= "conjetura"), ya que lleva al Barsa hundido en las raíces mismas del alma. Aunque lo comentó menos poético, en el fondo era eso.

El diccionario académico define comentar como "hacer comentarios", y éstos consisten, dice, en los juicios, pareceres o consideraciones acerca de una persona o cosa. Y así, frente al contar, en que nos ajustamos, verídicos o no, a un sucedido, el comentar procede del ajetreo de la mente: cuento que los bombardeos causaron cientos de víctimas en Belgrado, y comento, según juzgue el planchado, que los pilotos son santiagos celestes o que, como a Pablos de Segovia, los han hecho a escote.

Y esto ocurre así en todas las lenguas que acogieron el latín commentari y voces parientes: en todas ellas -las románicas y, por préstamo, el inglés-, esa familia mantiene clara su distancia con los sucesores de computare. Ahora, no en español, donde ya no se co-munican los ajetreos de la mente, es decir, lo que se ocurre, sino que se informa sobre lo que ocurre. En la lengua escrita, el fenómeno se documenta menos, y no cuenta con más de veinte años; aparece en contextos dudosos de Vázquez Figueroa o el mexicano Sergio Pitol (ambos de 1982), y claramente en García Hortelano, uno de cuyos personajes aseguraba de una mujer en 1987 que, "según me ha comentado el colega que me sustituyó, le dieron garrote no por bruja, sino por haber capado a la hoz al jefe político". En el habla oral, ese uso empezaba ya a empujar, y el recordado escritor ha representado, como solía, el triunfante caos de la calle.

El fenómeno de destrucción idiomática que produce tal neutralización de significados es habitual entre nosotros y, por supuesto, muy inquietante, aunque no estremece a nadie que tenga poder para incoar, al menos, el rescate del magín hispano: distinciones lingüísticas precisas para expresar matices se están esfumando, sumidas en una zafiedad mental pavorosa. Hay zonas del idioma convertidas en un potaje sin tonos, impuesto por personas y personajes con resonante voz pública, cuyos sesos pintan con brocha gorda los pensamientos, si nos permitimos llamarlos así.

Y como era de esperar, los bombardeos de Serbia han tenido efecto colateral en el vocerío público. En relatos y comentarios bélicos, se ha instaurado cuanta chapucería cabe. Se ha dicho por la radio, sin que nadie mueva un músculo, que tropas militares están a punto de ser desplegadas en Kosovo. Se marca así que las mesnadas de Solana tienen poco que ver con la de académicos de la Española, los cuales, tras asegurar su voto a Romanones para una vacante, eligieron a otro, lo cual inspiró al conde el famoso dicterio: "¡Joder qué tropa!" (muy útil como alivio de defraudados; debiera ser también caución de expectantes).

Poseo pruebas de que un gentío ingente pasa de estos "dardos". Así, hace ocho años, cuando el ataque de Irak a Kuwait, se empezó a llamar efectivos a los combatientes. Lancé un puntazo al término, recordando que los efectivos de una fuerza están constituidos por personas, sí, pero también por armas y pertrechos; y que el conjunto no se puede cuantificar con numerales, pues la aritmética prohíbe sumar un sargento con un obús. Sin embargo, ahí tenemos deambulando por los medios a cuatrocientos efectivos españoles ayudando en Albania. ¿Cabe imaginar a un capitán, en una guerra antigua, queriendo enfurecer a su tropa militar al grito de "¡Al ataque, valientes efectivos y efectivas!". (Por cierto, ¿quién y cómo será la primera española muerta en combate?).

En cuanto a catástrofe humanitaria, varios amigos, pensando que tengo mano en esto, escriben y me escriben exhortándome a pegar gritos; lo hice en 1994 cuando lo de Ruanda. Aquella intensa memez se ha prodigado ahora desde cumbres otánicas y gubernamentales; y, naturalmente, por micros y rotativas. Una tele presentó un triste grupo de kosovares en huida, diciendo que era lamentable su aspecto humanitario. La guerra no, pero algunos diarios están recuperando la cordura, y hablan ya de catástrofe humana. (Pero incompetentes medios sonoros siguen confundiendo obstinadamente los usos de escuchar y oír; están haciendo pasar el idioma de la papilla al albañal).

Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia Española.

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