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Tribuna
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El Santo Oficio

"No se puede gobernar España sin ganar antes en Madrid"; en ese mensaje coincidieron el domingo pasado tanto Joaquín Almunia como José Borrell durante la presentación de las candidaturas socialistas para la Comunidad y el Ayuntamiento de la capital. Con tal aseveración parecían descargar sobre las espaldas de Cristina Almeida y Fernando Morán toda la responsabilidad sobre los resultados de las elecciones generales del año 2000, cuando falta mes y medio aún para los comicios municipales y autonómicos del 13 de junio. Un mensaje que, expresado así y en las actuales circunstancias, supone toda una prueba de confianza en los candidatos no exenta de cierto riesgo, porque si esos resultados no les sonríen en teoría habrán dado casi por perdida la batalla a nivel nacional. Si así fuere, se verán en la necesidad de hacer el pertinente encaje de bolillos para modificar el discurso. Y es que lo importante en aquel acto era inyectar como fuese moral de victoria a sus candidatos y los dirigentes socialistas no quisieron escatimar recursos para lograrlo. Un objetivo plenamente alcanzado, como pudo advertirse por el tono empleado en las intervenciones de Morán y Almeida. "Los Manzanos y los Gallardón ya están temblando", proclamaba doña Cristina con un registro de voz que hacía vibrar las columnas del cine Coliseum. Llevado quizá por esa misma emoción, don Fernando estuvo algo disparatado al afirmar que "Arias-Salgado está bombardeando Madrid en Barajas como los aliados en Belgrado". Una frase que hizo pensar a Borrell -así lo comentó sotto voce- que había perdido el juicio.Sin embargo, el ex ministro de Exteriores compensó generosamente a la militancia hilando un parlamento humanista en el que, tras emplear una sabia mixtura de historia, política y filosofía, consiguió salir a hombros del local. Pero esa mañana había un fantasma en la sala que recorría los pasillos y el patio de butacas. Era el blanco folio que iba cubriéndose con las firmas de apoyo a la moción aprobada dos días antes por la ejecutiva de la FSM en favor de los candidatos investigados por la comisión de ética del PSOE. Ese comité, que preside el ex ministro de Justicia Tomás de la Quadra, ha sido comparado en la Federación Socialista Madrileña con los tribunales de la Inquisición. No es que allí apliquen los métodos de tortura que manejaba el Santo Oficio, pero su proceder en los interrogatorios sí guarda cierta similitud con el que practicaban los sicarios de fray Tomás de Torquemada.

Cuentan que ha habido diputados a los que preguntaron por los cuartos de baño que había en su casa, las joyas de la familia o por la declaración de patrimonio de su madre. Políticos como Fernando Abad, al que sometieron a un tercer grado desquiciante sin llegar a explicarle en ningún momento cuál era el delito del que se le acusaba ni quién le denunciaba. El martes pasado, Abad solicitaba por requerimiento notarial a Tomás de la Quadra toda la documentación sobre su caso, que hasta entonces le había sido negada. Lo hacía con el objeto de ejercitar acciones legales que le permitieran defender su honorabilidad. Al día siguiente, el comité de listas del partido le apeaba de la candidatura argumentando razones políticas. Ignoro cuál ha sido la actividad del señor Abad en estos años de oposición. Sé que sus rivales políticos, siempre ávidos de levantar pufos, nunca pusieron en duda su honestidad y, sobre todo, me cuesta creer que un personaje público que tiene algo que ocultar lleve su asunto a los tribunales en lugar de retirarse discretamente de la escena como han hecho otros. El "alguien ha matado a alguien" de los chistes de Gila no vale cuando se pone en juego el honor y la reputación de las personas. Arruinar el prestigio y la carrera política de un diputado basándose sólo en sospechas sin mayor fundamento es contrario a derecho. Debería saberlo el señor De la Quadra, quien ayer mismo sintió en su propia carne cómo una información le citaba por los negocios, supuestamente "non santos", de un cuñado suyo, información que provenía del propio grupo socialista en el Ayuntamiento de Madrid. No parece que este ambiente de oscurantismo, difamación y escaramuza interna sea el mejor para iniciar esa reconquista del poder perdido que proclamaban el domingo. No, desde luego, resucitando la Inquisición.

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