La máscara de la paz
La crisis de Kosovo ha servido para que Izquierda Unida y su entorno intelectual diesen un paso más en su consolidación como fuerza política encastillada en el mantenimiento de la actitud, los enfoques y los procedimientos heredados del comunismo tradicional. La instalación definitiva en este confortable gueto antisistema, buscando la capitalización de toda causa de malestar, se hizo inevitable desde que quebró su pluralismo interno con el proceso neoestaliniano de expulsión de Nueva Izquierda y de destrucción de Iniciativa per Catalunya. Para empezar, la IU de hoy nada tiene que ver con el proyecto de renovación que alentamos de 1983 a 1988. Su papel se reduce a garantizar la supervivencia, en otro caso imposible, del peor PCE, arropado ahora por izquierdistas marginales desde hace décadas y por teóricos de la forma pura de alternativa al capital. Conviene recordar que desde los años treinta, el impulso emancipador de la Revolución de Octubre de 1917, sofocado en sangre y en violencia, primero por el propio Lenin y luego por Stalin, surgió de nuevo al definir como objetivos la libertad y la democracia. Es el hilo auténticamente rojo que une los frentes populares, los movimientos de resistencia antifascistas, la Primavera de Praga, el fugaz espejismo eurocomunista. Pero siempre la camisa de fuerza del marxismo soviético acabó imponiéndose, convirtiendo incluso a muchos comunistas que lucharon sinceramente por la libertad en verdugos de los demócratas y de sus propios camaradas: releamos La confesión, de Arthur London. Tras el derrumbe del 89, a veces la supervivencia se logró merced al disfraz, caso del PCE-IU, dando lugar al mencionado gueto que contribuyó eficazmente, entre otras causas, a la impotencia de la izquierda.
Privado ya de expectativas reales, ese comunismo superviviente se refugia en un dualismo orientado a la movilización del descontento, y funciona sólo eliminando fraudulentamente la complejidad de lo real. Sea en las "dos orillas" de Anguita, o al esgrimir en Euskadi el principio de la Autodeterminación, guiño de lealtad a Lenin, pasando por alto el vacío de democracia de quienes concelebran una misa nacionalista en la que Ezker Batua asume el papel de monaguillo; todo lo contrario de la búsqueda de reconstrucción de la izquierda vasca que en su tiempo llevó al PC de Euskadi hacia Euskadiko Ezkerra. Y es lo que preside la actitud "pacifista" en la campaña -abierta y encubierta- de IU anti-intervención en Kosovo: para que se tenga en pie el discurso de IU tiene que prescindir, insisto, de lo que allí sucede, sustituyendo la causa por el efecto. En este caso, llorar por los kosovares puede ser incluso siniestro si se pasa por alto quién es el responsable de su situación. Desde 1989. Porque lo que sucede en Kosovo no es la circunstancia trágica del pueblo kosovar, sino una política de limpieza étnica, de genocidio, dictada por Milosevic y no inventada por la CNN, puesta ya en práctica antes de la muy discutible intervención. El discurso sobre el sufrimiento se convierte en cortina de humo que impide ver lo esencial: ha sido la limpieza étnica lo que provocó la tragedia. Los kosovares no son hoy refugiados, sino deportados por Milosevic. Aunque se condene la acción de la OTAN, esto no legitima la responsabilidad del líder serbio por el genocidio. Y olvidar todo esto es exculpar.
Por lo demás, es una tradición "pacifista" que tiene amplios antecedentes en la historia del comunismo. El noble objetivo de la paz es esgrimido como ariete contra el adversario de clase, para descalificar su violencia, en tanto que la propia, en nuestro caso la del probado estaliniano que es Milosevic, resulta encubierta, queda fuera del discurso. Así puede llegarse a la surrealista exigencia de un manifiesto que tuve entre mis manos de una reciente convocatoria suscrita con IU y que exigía al mismo tiempo el cese inmediato de los bombardeos y la autodeterminación de Kosovo. Propuesta tan consistente como pedir en 1944 al mismo tiempo la paz con Hitler y la liberación del pueblo judío. No importa: la máscara de la paz cumple así su papel político.
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