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Comentario de texto JOAN B. CULLA I CLARÀ

No ha sido, ciertamente, uno de los éxitos de ventas del pasado Sant Jordi, y ello a pesar de un interés y una importancia muy superiores a los de ciertos efímeros best sellers. Pero se trataba de un libro colectivo, sin carismático autor individual que pudiera firmar ejemplares, mal distribuido y, además, sin apenas promoción. De todos modos, los rastreadores avezados logramos hallarlo, en un tenderete como de village tenístico levantado en la confluencia de la Rambla de Catalunya con la Gran Via y atendido por gentiles azafatas. Lo vendían al módico precio de 500 pesetas, mientras don Santiago Fisas y otros 50 correligionarios, uniformados con blazer y mocasines, hacían tiempo hasta la hora del aperitivo. El volumen tan laboriosamente adquirido lleva por título XIII Congreso Nacional del Partido Popular. Documentos políticos. Enero 1999, y ni que decir tiene que me precipité a devorarlo. Convendrá recordar -porque de enero acá han ocurrido muchas cosas- que en aquel comicio estatal del PP, el primero desde la llegada al poder, fue donde se escenificó el "giro al centro reformista", donde triunfó la anodina moderación de lo políticamente correcto, donde se procuró eliminar cualquier estridencia programática y cualquier ganga derechista hasta conseguir un producto político bajo en calorías doctrinales, libre de grasas ideológicas, incoloro, inodoro e insípido, a imagen y semejanza del liderazgo que lo encabeza. En ese contexto, ¿cuál era la posición oficial del aznarismo ante el debate territorial e identitario abierto en España? La edición de los textos congresuales en su versión final permitía comprobarlo. El ponente en la materia había sido Javier Arenas Bocanegra, a la sazón ministro saliente de Trabajo y secretario general preconizado del PP. Pero el contenido de su ponencia se vio sujeto a férreo marcaje por parte del compromisario Aleix Vidal-Quadras, el cual, con 32 extensas enmiendas prolijamente razonadas, ejerció como tarro de las esencias y conciencia crítica del debate, y obtuvo resultados nada desdeñables. Para empezar, el título del documento original, que era España, plural, un proyecto de futuro en común, se transformó en España: nación plural. Un proyecto de futuro en común desde el diálogo. A continuación, el talento dialéctico del senador catalán logró que se aprobasen conceptos como éstos: "La España de hoy es el fruto y la herencia de una gran construcción histórica, notable en su magnitud y en sus efectos. Largos siglos de continuidad en un proyecto colectivo con sus aciertos y sus errores, con sus éxitos y sus fracasos, con sus afirmaciones y sus vacilaciones, han forjado una cultura, unas instituciones, unos referentes y una identidad" (las cursivas son mías). "Esta nación, que se reconoce a sí misma como comunidad de intereses, metas y afectos, se integra en un proyecto que procede del pasado, que opera con plena actualidad histórica en el presente y que merece la pena mantener y mejorar en el futuro, tarea en la que el Partido Popular pondrá su mayor empeño". "El PP entiende que la unidad nacional fue en 1978 un legado recibido de cinco siglos de unidad política ininterrumpida de los pueblos de España y que, por tanto, se trata de un hecho incuestionable anterior a la Constitución". Por supuesto que el intrépido Vidal-Quadras hubiera querido llegar mucho más lejos. Sus enmiendas no aceptadas incluían frases de gran aliento épico -"los españoles pueden sentirse serena y lúcidamente orgullosos de pertenecer a una de las naciones que con más ahínco han impulsado la historia de la humanidad", "España es uno de los ejemplos más antiguos y más sólidos de gran nación europea..."-, una aguerrida defensa del poder y la presencia de la Administración central sobre todo el territorio y un denso compendio de sus conocidas tesis lingüísticas y educativas, aportaciones todas que fueron sacrificadas en el ara del coyunturalismo. Aun así, el texto resultante del XIII Congreso rebosa de subrayados a "la idea de España como nación", al "depósito de la soberanía nacional indivisible en el pueblo español en su conjunto", y alude incluso al fomento de la movilidad laboral, del turismo interior y del deporte de alta competición como factores capaces de potenciar la cohesión entre "nacionalidades y regiones" y de vertebrar sentimientos identitarios. Esta misma semana, el presidente José María Aznar ha reiterado por enésima vez, ahora en el prestigioso marco de la Universidad de Harvard, que él no es nacionalista, y mucho menos nacionalista español. Pues bien, o la polisemia del vocablo es aún mayor de lo que ya sabíamos o con el nacionalismo sucede algo semejante a lo que ocurre con el dinero: que sólo hablan de él los desheredados o los advenedizos; los que lo han poseído siempre y en abundancia, ni lo mientan; se limitan a disfrutarlo.

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