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Tribuna:LA TEORÍA ECONÓMICA
Tribuna
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La economía, ¿una ciencia lúgubre?

Creo que fue Thomas Carlyle -espíritu cáustico y mitómano donde los haya- quien calificó por primera vez a la Economía como una ciencia lúgubre, ¿o fue Bernard Shaw, célebre entre otras cosas por sus invectivas contra los economistas? No lo sé. Cualquiera de los dos podría haberlo hecho después de leer el ensayo sobre la población de su paisano Robert Malthus, a quien llamaba "ese cura bastardo". Imagínese, querido lector, el siguiente diálogo entre Romeo y Julieta:

"Romeo. Querida mía, nuestro amor es imposible.

Julieta. ¿Por qué, amado Romeo?

Romeo. Querida Julieta, no porque seas hija de un Capuleto, que lo eres, sino porque tu familia no hace legados y la utilidad marginal de nuestra inversión en capital humano, después de tener dos hijos, va a descender por debajo del interés de los bonos que emite la señoría de Florencia el próximo lunes de adviento y mi altruismo no da para tanto".

O este otro en un escenario más cercano:

"Peter. Katty, he estado echando números en la oficina y me divorcio de ti porque en el mercado de matrimonios tu cotización no llega al coste de oportunidad de mi aportación en capital humano.

Katty. Qué horror, querido, yo he llegado a la misma conclusión, pero con respecto de tu cotización. Nos divorciamos".

El lector se habrá quedado un poco perplejo ante lo que supone falta de seriedad por parte de este autor, pero le aseguro que si lee el artículo de Gary S. Becker y Kevin M. Murphy que aparece en el último número de la revista Papeles de Economía titulado La familia y el Estado podrá encontrar algunas perlas de razonamiento económico aplicadas a las relaciones de familia que en nada tienen que envidiar a los anteriores diálogos, obviamente inventados por mí y exagerados un poco.

Ese artículo es, a mi juicio, un espléndido ejemplar de una saga de ensayos sobre teoría económica en los que la ciencia económica se ha ganado merecidamente el calificativo de ciencia lúgubre. Y yo estoy convencido de que no puede ser una ciencia más lúgubre de lo que es la sociología, la medicina o el derecho.

Ninguna ciencia puede ser lúgubre porque, si es genuinamente ciencia, debe iluminar alguna parcela de la realidad objetiva; lo que sí es lúgubre es toda ideología que oscurece y desorienta. La ideología hoy dominante en el discurso económico estándar es la ideología de los negocios.

Hoy la ciencia económica está dominada por un tipo de discurso supuestamente atribuido a la racionalidad económica en abstracto, pero que responde básicamente al comportamiento del hombre de negocios cuando hace negocios. Es decir, el hombre de negocios no como ser humano, sino como negociante.

Se trata de un reduccionismo metodológico en psicología conductista que produce un nuevo especimen humano, el Homo nec otio -descendiente directo del Homo económicus o quizá su ancestro- personaje real capaz de vivir como negocios toda la infinita riqueza de situaciones vitales desde la política hasta las más íntimas y complejas de las relaciones de pareja y familiares. El Quijote, nuestra obra literaria emblemática, es un ejemplo de este tipo de transmutación psicológica.

Don Quijote en cuanto Don Quijote, vive las más variadas situaciones de la vida cotidiana como lo haría un caballero andante en campaña, y de ahí surge la riquísima variedad de situaciones cómicas y paradójicas de que está repleta la obra. Don Quijote, en cuanto Alonso Quijano, hidalgo de escasos posibles, es un hombre de comportamiento psicológico normal, pero poco interesante, de modo que cuando Alonso Quijano se cura de su locura termina la obra de ficción. Como nuestro querido personaje literario, en los modernos textos de economía el Homo nec otio no se comporta con la psicología del hombre moral, sino con la psicología de los negociantes optimizadores de beneficios en los negocios. Don Quijote vivía todas las situaciones de la vida real en lances caballerescos, los modernos economistas explican todas las situaciones de la vida real como negocios.

Es evidente que en economía las representaciones mentales del mundo, sean ideológicas o científicas, no son neutrales y aunque no cambian directamente el mundo objetivo sobre el que versan sí pueden cambiar la actividad del ser humano sobre ese mundo, la cual sí lo transforma. Sería trágico que terminásemos todos orientándonos en la vida con la brújula lucrativa del Homo nec otio para que al final, recobrada la sensatez por estos antiquijotes, nos digan: "Perdonen de la ocasión que les hemos dado de parecer locos como nosotros haciéndoles caer en el error que nosotros hemos caído de que sólo hay negocio y negociantes en el mundo".

Estamos ante un claro ejemplo de fundamentalismo que ha sido denunciado ya como el fundamentalismo del libre mercado y que está empezando a afectar negativamente a los mecanismos básicos de la vida social en Occidente. ¿Es que la trágica experiencia de la implantación voluntarista del nacionalsocialismo y del comunismo no ha servido para ponerse en guardia contra todo fundamentalismo ideológico?

Realmente, no es lúgubre la economía ni lo son los negocios o los cálculos mercantiles aplicados fuera de su contexto, es decir, fuera del contexto de los negocios. El que existan en la realidad Sylocks depravados que todo lo reducen a empresas lucrativas, debemos encararlo como patologías psicológicas que no pueden servir de base a una teoría general del comportamiento de los seres humanos, aunque se adorne esa teoría con egregias formulaciones matemáticas que el filósofo Mario Bunge denunciaba, con admirable energía intelectual, en una reciente conferencia, como matemáticas ornamentales, es decir, inútiles.

A la lobreguez de ciertos ensayos económicos se opone el apasionamiento de otros, de los que son ejemplo ciertos textos de Marx. Sin embargo, hay que tomarse con cuidado a estos musculosos espíritus germánicos porque luego vienen intérpretes mediocres que todo lo confunden y un Stalin convierte a Marx en un Gulag o un Hitler convierte a Nietzsche en un holocausto.

Yo diría que el punto de vista adaptado en el texto de Becker y Murphy es tan unilateral como el apasionamiento ético de Marx o el sentimentalismo de los predicadores de la economía del amor. Aunque, probablemente, esa economía del amor que la ideología de los negocios se ha apresurado a expulsar de los textos académicos es anterior a la economía mercantil y aún está vigente en nuestra sociedad; pues la donación como operación básica de tal economía es la primera de todas las operaciones económicas de intercambio, como han demostrado antropólogos e historiadores de la antigüedad.

Esa donación tiene su opuesto en el expolio, y en un punto intermedio entre ambas debe situarse el trueque que nace, no como una forma evolucionada de la donación, puesto que ésta todavía existe y tiene vigencia, sino como una negación del expolio, del robo, que también existe, pero que debe de expulsarse del contexto de la actividad económica.

Los cálculos y el móvil del lucro sólo son lúgubres cuando se sacan del contexto de los negocios, pero de esa extraordinaria molécula de actividad social que es un negocio hablaremos otro día.

Moisés García es catedrático de Contabilidad de la Universidad Autónoma de Madrid.

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