Noticia bomba
¡Uf, qué alivio! Los madrileños podemos respirar tranquilos, nuestro previsor alcalde lo tiene todo controlado; si el incontinente Yeltsin tratase de vengarse de Javier Solana bombardeando Madrid con sus misiles, los ciudadanos apenas sufriríamos algunas ligeras molestias, casi imperceptibles; ciertas perturbaciones que pasarían prácticamente inadvertidas entre el ajetreo cotidiano de esta urbe minada y sembrada de cráteres domésticos, blindados civiles, trincheras y barricadas. Nuestro primer edil se muestra optimista al respecto, y así lo declaró desplegando su carismática sonrisa cuando un periodista entrometido le planteó la eventualidad de un ataque aéreo de los rusos. ¡No pasarán!, y si pasan será peor para ellos, porque esta guerra la vamos a ganar. Esto lo sabe Manzano porque se lo ha dicho en privado ese genial estratega, ese maestro de la superviviencia, el insumergible Eduardo Serra, por fin ministro de la Guerra.
Es lógico que los militares estén contentos porque les ha llegado la ocasión de demostrar una utilidad, puesta a menudo en entredicho en tiempos de paz, de justificar unos presupuestos que a los civiles siempre les parecen exagerados; de gastar munición y material de guerra en cosas verdaderamente útiles, como proteger la civilización occidental frente al fantasma del paneslavismo y la reconstrucción de tapadillo de la Unión Postsoviética, del Pacto de Belgrado como reedición del de Varsovia y de la política de bloques.
Cuando llegue el día de la Victoria, Milosevic, que, según Anguita, es de izquierdas, y Borís Yeltsin, que puede volver a serlo en cualquier momento, tendrán que pagar las indemnizaciones por los platos rotos, y entonces, "ay de los vencidos", por cada bomba que hayan dejado caer sobre Madrid tendrán que abonar suculentas compensaciones que servirán para reconstruir una vez más esta capital irreductible e interminable, siempre por rematar. Nuevas obras y nuevos presupuestos, grandiosos proyectos y una nueva floración de monumentos a los caídos en todas las esquinas.
Madrid está preparada, dijo Manzano apuntándose a la hipótesis del bombardeo, preparada para cualquier emergencia, salvo que se trate de un ataque nuclear, precisó moderando su inveterado optimismo nuestro providencial edil.
En ese caso, ni los previsores refugios subterráneos que con apasionado e incomprendido celo ha socavado todos estos años servirían de nada. En caso de que se trate, como es lo más probable, de un ataque convencional, los ciudadanos más críticos tendrían que deponer su escéptica actitud y celebrar la previsión de su alcalde topo, que supo ocultar sus verdaderas razones excavatorias con las más peregrinas explicaciones para no alarmar a la ciudadanía invocando su utilidad en caso de guerra, una guerra que aún no se perfilaba en el horizonte, pero que el águila de Manzano avizoraba, tal vez asesorado por Eduardo Serra y sus colegas del Cesid, que están en todas partes y se las saben todas.
Si Boris bombardea Madrid, de todos esos sótanos y túneles se elevarán cantos de alabanza y acción de gracias al alcalde, y entre todos sus fieles le erigirán una estatua pequeñita por suscripción pública. Si bombardean Madrid, Álvarez del Manzano volverá a llamar al desterrado Villoria para que administre, como sólo él sabe hacerlo sin que se le note, el Comité de Reconstrucción. Si bombardean Madrid, los responsables del caos de Barajas encontrarán por fin una excusa creíble, una coartada sin mácula para sus desmanes.
Pero los auténticos privilegiados del ataque serían los muertos, las víctimas civiles y colaterales de los bombardeos; así se lo contó nuestro necrófilo alcalde al reportero que le preguntó sobre la guerra cuando le habló de las magníficas cámaras mortuorias climatizadas y con todas las comodidades que el Ayuntamiento guarda en reserva para este tipo de emergencias. En caso de catástrofe nuclear, la incineradora de Valdemingómez se bastaría para reciclar los residuos sólidos humanos depositados en los lugares públicos.
Si bombardeasen Madrid, don José María Álvarez del Manzano daría por fin su auténtica talla como alcalde y pasaría a la historia, en la que ya se ha hecho un hueco, un hueco enorme.
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