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Tribuna:UNA GUIRI EN EL FERIAL
Tribuna
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Indecentes antes de empezar

No se había hecho el alumbrado aún cuando di mi vuelta preliminar, cautelosa por el recinto ferial. Brillaba el sol y algunas casetas tenían las cortinas abiertas para enseñar indecentes su intimidad, el esmero de encajes como si fueran enaguas, espejos, cuadros, flores; algunas con muebles oscuros y pesados como para anclar la tienda de campaña contra el viento, otras remarcando el lado vacacional o portátil; todas, aunque algo me hace sospechar que son una creación tan masculina como el txoko vasco, derritiéndose de feminidad acogedora. Me quedé, encantada no es la palabra, charmed, como diríamos en viejo inglés. Parecía un lugar de juguete victoriano, un paisaje de punto de cruz, una ciudadela de regalos envueltos, un campamento de gnomos que se van a tomar de todo menos el té. Y a la vez sentí suavizarse un punto sangriento: ¿Puede ser que la estética taurina se escape para volvernos dulces como el toro Ferdinando del cuento, al que sólo le gustaba oler las flores? ¿O es que lo taurino es lo andaluz? Los farolillos me recordaron el rejoneo. La arena de albero estaba limpia, pero expectante. Fiesta, feria, celebración de una intensidad de gusto con flores. Algunos tragos se servían ya a los obreros de este montaje extravagante, y a impacientes con cara de hastío anticipado; varios trajes de gitana se paseaban muy tiesos. Es que todavía no se había alumbrado el ferial. ¡Por fin! Llevo meses viendo en las tiendas estos trajes exagerados con sus volantes y colores de mareo. Ahora las sevillanas van a desechar su corrección para vestirse de Lola Montes (Eliza Gilbert, la irlandesa que popularizó el kitsch andaluz por toda Europa a mediados del siglo pasado). Y los sevillanos les tendrán pavor y beberán todo el día. Y los turistas sin caseta propia, atraídos como abejas por el perfume de las sevillanas y el cartel lánguido de este año, van a errar de puerta en rendija como tristes y frustrados voyeurs. Así me lo imagino, porque me lo han contado. Y que es maravilloso, o aburrido, quizás ambos porque resulta siempre lo mismo. Pero la eficacia del rito reside precisamente en la falta de sorpresas. Sevilla anoche se preparaba para representarse, parodiarse tal vez. Se ponían los toques finales a los altares, se pensaba en los trajes ceremoniales. Vi unas lámparas de araña como de Versalles, vi unos murales de museo folclórico. Hay casetitas para sentados, claustrofóbicas y con lazos; hay grandes bares para los de paso, proletarios e indiscriminados. La sociedad entera parece que se reproduce de cómic en la feria. Los españoles, por lo que veo, no reciben mucho en sus casas; después de toda la solemnidad expiatoria de la Semana Santa, quizá este rito, entre el escenario y la alcoba, es de limpieza de culpas, reivindicación de la parte profana de copas y bailes; una forma de recordar quiénes son, a quién conocen, qué es lo que tienen y cómo se divierten. Si no llegas al trabajo tarde y borracho, eres un perdedor. El cuerpo pide feria, porque al alma ya se atendió.

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