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La madre de todas las batallas periodísticas

Maruja Torres tiene hijas que no naufragaron en el Támesis: sus batallas periodísticas. Son muchas: de Chile a India, de Hollywood a Panamá, de Berlín a Roma, pasando por Beirut y siempre regresando a Beirut para encontrar allí, todavía, algún pedazo extraviado de sí misma. Lo cuenta en Mujer en guerra, memoria profesional que acaba de publicar Alfaguara y cuyo preciso subtítulo reza: Más masters da la vida. Ayer la periodista presentó el libro a los colegas de oficio, dentro del programa multipases que le ha diseñado la editorial. Treinta y cinco años de oficio dan para muchas batallas, pero guerra no hay más que una: la del periodismo de calidad en un país que se muestra a este respecto cicatero y zoquete. "Cuando empecé, a los 20 años, pensaba que el periodismo servía para cambiar el mundo. Hoy me conformo con que sirva para que no empeore mucho más". Se considera afortunada: no escribe para la posteridad señora tan imponente como gélida, sino para sus amigos, para la gente que piensa y vive como ella. "Estoy muy mal acostumbrada, lo confieso. Ser un sujeto mediático te permite escribir para sentirte acompañada por las personas que quieres. Yo no pretendo con este libro solucionar muchos problemas ni convertir a nadie a nada, sino notar que hago y que me hacen compañía. Eso es lo mejor que me ha dado este trabajo". En Beirut, bajo las bombas, esta mujer tierna y dura se juró a sí misma que no moriría sola. No lo va a hacer. Ayer, nuevos profesionales la escuchaban atentos, señal de que sus batallas son generosas, ampliamente compartidas y llenas de vida aunque la muerte se le haya presentado demasiado cerca: "Revisando el original con el corrector nos dimos cuenta de que la palabra que aparecía más veces era vida. Es una palabra que no tiene sinónimos. La segunda más repetida es trabajo: para esa sí los hay, muchos". Vida y trabajo, por este orden, son las dos obsesiones de Maruja Torres. Y si la muerte, en las guerras y en las paces, acecha siempre a la primera, el segundo se ve hostigado por mucha imbecilidad políticamente correcta: "La prensa occidental se está convirtiendo en un parque temático. Dios quiera que no se nos muera ahora el príncipe Carlos; de lo contrario, adiós Kosovo". La prensa rosa es, efectivamente, uno de los buitres que trazan círculos en las proximidades. Maruja la conoce bien, pero no está dispuesta a dar su brazo a torcer: "Ahí he ido viendo como salían las navajas, persecuciones en moto incluidas. Pero en conjunto el periodismo, declaraciones de jueces en las escaleras de la Audiencia Nacional al margen, es una profesión mejor de lo que la gente cree. En las guerras, y a no ser que se trate de una exclusiva bombazo, los periodistas nos ayudamos mucho, entre otras razones para salvar el pellejo. Cuando te vas a ver a la guerrilla en una jungla, mejor que por seguridad vaya algún compañero contigo. Yo he encontrado mucha más gente que me ha ayudado que gente que me ha puesto la zancadilla". ¿Optimismo? "El optimismo de la vida, acompañado siempre por el pesimismo de la razón. Esta profesión te convierte en un escéptico, que es lo que más te ayuda a tener tu propio punto de vista, a contar lo que ves". Pero la narración debe abrirse paso entre la hoy todopoderosa imagen: "Ése es un mal un tanto infantil del periodismo actual. No tengo nada contra las fotos, al contrario: sirven para explicar el hecho. Pero no para contar el porqué de este hecho, las causas: ahí sólo puede intervenir la palabra. Tener que combatir contra las promociones en colores de los diarios es nuestro sino. Pero yo creo que la gente no es tonta y sigue comprando periódicos por lo que cuentan, no por las chorradas que regalan". Compañera inseparable de profesión de Maruja Torres ha sido siempre la indignación. La mantiene en buena forma: "¿España va bien? A mí me pone de los nervios. Cuando veo a Aznar aconsejar a Clinton me hundo. Entre este eyaculador retardado que se deja aconsejar por nuestro presidente y el otro de Rusia, que no hace más que hincharse de vodka y que cualquier día de estos se nos cae sobre el botón rojo y la arma, vamos apañados. La verdad es que Kubrick se quedó corto". En otro momento es la Iglesia la que se lleva la peor parte. A lomos de un cabreo hiperbólico por la inexistente política anticonceptiva de la sagrada institución, la periodista llega a un final del que ella misma parece sorprenderse cuando se oye a sí misma espetarlo: "¡Iría a Zaragoza y quemaría el Pilar!". Por supuesto, la rueda informativa de ayer dio comienzo con un rotundo "¡viva Garzón!". Y es que, por más que ahora Maruja se haya sentado un momento para recordar las batallas vividas, siempre tendrá nuevas batallas que contar. Esta mujer va a dar todavía mucha guerra. Dondequiera que vaya.

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