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El exilio del fotógrafo de Rommel

"Nunca compartí los ideales de los nazis y nunca tuve nada contra los judíos", asegura en Bolivia Hans Ertl

Más de 50 años después de hacerse célebre aportando documentación sobre la maquinaria de guerra nazi, el fotógrafo Hans Ertl se prepara para morir en Bolivia en lugar de retornar a Alemania, su patria. Ertl, de 92 años, que fotografió a Adolf Hitler y las campañas militares del temido general de los tanques del desierto Erwin Rommel durante la Segunda Guerra Mundial, ya ha preparado su tumba en un altozano de una finca en la que ha pasado la segunda mitad de su vida."No quiero volver a mi país, quiero quedarme aquí, en mi tierra, hasta la muerte", declaró a Reuters este ermitaño de barba blanca a quien Rommel concedió la Cruz de Hierro y que inventó una cámara sumergible y una especial para fotos en vuelo, además de escribir doce libros ilustrados sobre sus experiencias de guerra.

Los instrumentos de su trabajo hace tiempo que han quedado anticuados, entre ellos una Leika y una Bell and Howell de cine. Hace una década se deshizo de ellas y se dedicó a cuidar el ganado y las aves de corral de su propiedad, cuyo nombre, La Dolorida, refleja sus negras ideas sobre Alemania. "Me han robado tantas cosas en Alemania que ya no quiero vivir allí", declara Ertl. "Aquí siempre he sido libre. Sin problemas".

Separado por el tiempo y el espacio de las explosiones de artillería de los avances militares del Tercer Reich, Ertl revive el pasado mientras observa a las garzas salvajes que acuden en bandadas a su laguna, pequeña y tranquila, situada en los pastos exuberantes del este de Bolivia.

Ertl todavía añora a Rommel, El Zorro del Desierto, cuyos tanques Panzer machacaron a las tropas británicas en el desierto hasta que la escasez de combustible y la resistencia de los Aliados le detuvo en El Alamein. "El mariscal Rommel era mi jefe. Para mí era como dios", dice.

Ertl también contactó con Hitler durante las Olimpiadas de Berlín en 1936, mientras trabajaba con Leni Riefenstahl, cuyos documentales en blanco y negro de los juegos figuran como obras maestras de la cinematografía y la propaganda política. Riefenstahl consiguió crear un momento sorprendente de ternura con un hombre famoso como azote de la historia. "Me acuerdo de que era una mujer bonita y pequeña, con un sombrero amplio y un vestido delicado", rememora. "Se acercó a Hitler y le besó, mientras la multitud aplaudía. Entonces Goering le dio a Hitler un espejito y, al mirarse en él, se quitó el carmín de los labios que le había dejado la joven". Ertl afirma que él tomó la escena en una película, lo que le valió las amenazas de las SS, el servicio secreto nazi, que intentó confiscar los rollos, aunque lo impidió Riefenstal personalmente.

Ertl aterrizó en Bolivia en 1950 para probar unas placas fotográficas en una altura elevada para la empresa alemana Siemens. A los pocos meses se compró La Dolorida, donde se estableció desde entonces.

Muchos miembros destacados del partido nazi eligieron también refugiarse en América del Sur, incluido Klaus Barbie, El Carnicero de Lyón; Josef Mengele, El Ángel de la Muerte, y el arquitecto de los campos de concentración Adolf Eichmann. Pero Ertl sostiene inmediatamente que lo único que le unía a ellos y a su partido era su trabajo, no sus creencias políticas. "Nunca compartí los ideales de los nazis y nunca tuve nada contra los judíos, especialmente contra las mujeres judías", afirma.

La nueva vida de Ertl le llevó a viajar por Bolivia de arriba abajo con su hija Monika, tomando fotos que han conseguido premios, entre las que se encuentran las últimas imágenes de la tribu de los siriono, que hoy se da por extinguida.

Sin teléfono y sin radio, Ertl vive apartado del mundo exterior, salvo cuando llega algún visitante inesperado. Tiene contratados a tres trabajadores en su finca, en la que resuenan los ecos del ganado, de los patos, de los pavos y de los caballos.

Un hijo suyo, que vive en Alemania, le ha enviado un saco de tierra de Baviera para cubrir su ataúd cuando llegue la hora. Un poco débil y molesto por la luz del sol, Ertl está lúcido y centra sus preocupaciones en llegar al año 2000. Nunca hubiera llegado a este punto si el destino no hubiera intervenido encasquillando la pistola de un soldado americano que le iba a ejecutar durante la guerra.

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