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Milosevic: la estrategia de un superviviente

Durante una década, Milosevic ha estado en el origen y en la solución de todas las dramáticas crisis que han arruinado a la antigua República Federal de Yugoslavia. Es el primer responsable, aunque no el único, porque ha estado bien acompañado por el nacionalismo exacerbado de otros dirigentes conocidos, croatas o musulmanes. Responsable de la tragedia de su propia comunidad serbia, arrastrada a la locura de la guerra en Bosnia o en Kosovo.Ha aprendido a convertir las derrotas en nuevos plazos para sobrevivir a costa de lo que sea. Ha comprendido que provocando una crisis grave tras otra puede aparecer ante la comunidad internacional como el interlocutor válido para salir de cada una de ellas. Cuando el comunismo no fue rentable, cambió de discurso hacia el nacionalismo homogeneizador y excluyente de cualquier minoría, aplastando de paso cualquier intento de democracia entre los serbios.

Después de una década, todavía no queremos decir con claridad que el problema es Milosevic y que la solución no puede seguir pasando por él.

Veo las declaraciones de Kofi Annan y no tengo más remedio que coincidir plenamente con su postura. Pero me asaltan dos dudas, o mejor, dos convicciones nacidas de la experiencia: Milosevic aceptará la propuesta si ello le permite sobrevivir otra temporada convirtiéndose en el interlocutor, o la rechazará si ello le conduce al mismo resultado: durar.

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Comprendo al secretario general de la ONU y su esfuerzo por encontrar una salida -o un comienzo de salida- que incorpore a los rusos, tan hartos de Milosevic como el que más. Como yo no tengo sus obligaciones y sus limitaciones, empezaré por traducir al román paladino su propuesta.

- "Estoy profundamente afligido por la tragedia que tiene lugar en este momento en Kosovo y en la región. Una tragedia a la que hay que poner término. Los sufrimientos que padecen los civiles inocentes no pueden ser prolongados. En este espíritu lanzo un llamamiento urgente a las autoridades yugoslavas para que asuman los compromisos siguientes": quiere decir un llamamiento a Milosevic.

- "Poner fin inmediatamente a la campaña de intimidación y expulsión de la población civil". Es decir, que Milosevic ordene que se detenga la operación de deportación masiva de la población albanokosovar, que intenta cambiar la demografía de Kosovo mediante el terror.

- "Hacer cesar todas las actividades de las fuerzas militares y paramilitares en Kosovo y retirar sus fuerzas". Es decir, que Milosevic no utilice a las fuerzas armadas, apoyadas por profesionales del crimen, que han venido entrenándose en Bosnia con decenas de miles de víctimas, para mantenerse en el poder agitando el fantasma del nacionalismo irredento, aunque sea a costa de seguir destrozando lo que queda de su país.

- "Aceptar incondicionalmente el regreso a sus hogares de los refugiados y de todas las personas desplazadas". Es decir, que Milosevic permita a los ciudadanos de Kosovo, que durante siglos han vivido en ese hogar, recuperar sus casas aunque las encuentren destruidas, enterrar a sus muertos dignamente sacándolos de las fosas comunes que tardarán en encontrar, y educar a sus hijos en la reconciliación y no en el odio.

- "Aceptar el despliegue de una fuerza militar internacional para garantizar que el regreso de los refugiados se hará en condiciones de seguridad y que la ayuda humanitaria será distribuida libremente". Es decir, que nadie puede confiar al pirómano Milosevic la tarea de apagar el fuego que él mismo ha provocado. Nadie puede dejar en manos del verdugo a sus propias víctimas.

- "Permitir a la comunidad internacional verificar que estos compromisos son respetados". Quiere decir que sería inimaginable confiar en Milosevic como garante de cualquier acuerdo; y que sólo la comunidad internacional, incluida Rusia, puede dar un mínimo de seguridad a los deportados para que vuelvan. Esto significa que la situación de protección va a durar, al menos tanto como dure Milosevic.

A partir de aquí se iniciaría el proceso de una solución política, mediante negociaciones entre todas las partes, que recomienda encarecidamente el secretario general de la ONU.

Si Milosevic continúa con su estrategia de supervivencia personal como prioridad fundamental de sus actos, ¿cómo va a reaccionar ante la propuesta que, aun coincidente con la de los países europeos y de América del Norte, tiene el mérito de haber sido endosada por Moscú?

Conocí a Milosevic en la firma de la paz de Dayton, cuando yo era el presidente de turno de la Unión Europea. Las bases de aquel acuerdo eran europeas, pero la autoridad para llevarlo a cabo fue americana. Milosevic firmó como protagonista principal y como interlocutor válido de la comunidad internacional una paz de un país que no era el suyo, como resultado de una guerra que sí era la suya (y la de Tudjman, por ejemplo). Se convirtió en la clave de la solución del problema que había creado en Bosnia. Temo que también sigue haciendo un papel clave en la incierta situación de la República Sprska.

Lo encontré en Belgrado, cuatro días antes de la Navidad de 1996, para hablar de un nuevo conflicto creado por él: el de los estudiantes y clases medias urbanas, que invadieron durante semanas las calles de la capital, con el objetivo de que devolviera los municipios perdidos por su partido a los verdaderos ganadores de los comicios de noviembre de ese año.

El 28 de diciembre de 1996 tuve la ocasión de presentar dos documentos: el primero, referido a la constatación del fraude electoral, que habían comprobado todos los miembros de la delegación que me acompañaba, entre los que se encontraban representantes rusos, americanos, canadienses y europeos de la UE y de fuera de la Unión. El segundo, para mí de mayor calado e interés, de Recomendaciones para la democratización de la República Federal de Yugoslavia, que era la base para la pacificación y para el respeto de los derechos de las distintas comunidades minoritarias en el conjunto del territorio y del autogobierno descentralizado.

Milosevic terminó aceptando el primero, y devolvió las alcaldías que había arrebatado a los ganadores, para maniobrar inmediatamente desmontando la alcaldía de Belgrado. Con ello logró descargar la tensión en la calle, paró la movilización más peligrosa que había vivido su régimen y -maravilla de su estrategia-

aprovechó el documento de las Recomendaciones para la democratización, con la intención de hacer lo contrario.La OSCE, el Grupo de Contacto y la Unión Europea asumieron unánimemente ambos documentos, pero cuando se cayeron de las cadenas de televisión las manifestaciones en Belgrado bajaron la guardia y Milosevic tuvo tiempo para maniobrar de cara a las elecciones generales y presidenciales de Serbia del año 1997. Incluido el fantasma de Seselij, al que incorporó al Gobierno en el momento en que el Grupo de Contacto se reunía en Bonn. Sabíamos que las elecciones presidenciales de Serbia, aun repetidas por falta de representación suficiente, se celebraban en condiciones no democráticas.

Así llegamos a 1998. El Grupo de Contacto y la OSCE decidieron reanudar la misión con el objetivo de impulsar la democratización, a cambio de la incorporación de la República Federal de Yugoslavia a la comunidad internacional.

Milosevic intervino en Kosovo, causando el primer centenar de muertos. Toda la atención de esa comunidad internacional se centró en la nueva crisis, pasando a segundo plano la exigencia de democratización. En la reunión del Grupo de Contacto en Londres, en marzo de ese año, la resolución constituía una auténtica arrancada de caballo, con un plazo de 15 días para que Milosevic cumpliera las exigencias que hoy se le siguen demandando, varios miles de muertos después, varios cientos de miles de deportados después, varias decenas de pueblos destruidos después. A los quince días se volvió a reunir el Grupo de Contacto en Bonn, y su resolución se transformó en una parada de burro. Milosevic había vuelto a tomar la medida de la verdadera determinación de la comunidad internacional.

Rechazó el nombramiento de la OSCE, que volvía a encargarme la misión pendiente, e incluso convocó un referéndum para que su pueblo se pronunciara sobre la injerencia en el asunto de Kosovo. Ganó por lo que quiso, como no podía ser menos, con el argumento insostenible de que era un asunto interno de Serbia, mientras que aceptaba discutir la democratización, que al parecer no le resultaba tan interno.

En mayo pasado, ante el Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea, tuve ocasión de decir que la limpieza étnica había comenzado y que la película nos resultaba conocida porque era una copia mimética de la que habíamos visto en Bosnia. No había lugar al engaño ni a la sorpresa. Estamos donde era previsible hace un año que estuviéramos si el estratega de la supervivencia seguía con sus planes.

Comprendo al pueblo serbio, que no es responsable, sino una víctima más de la locura nacionalista de Milosevic. Un pueblo que no puede ser indiferente a los daños ocasionados en su patria por las bombas, un pueblo que aunque desprecia al dictador quiere a su tierra.

El secretario general de la ONU puede avanzar en su propuesta de llamamiento, pero también prever las consecuencias de una negativa. La comunidad internacional, con la participación de un país decisivo como es Rusia, debe recomponer la cohesión y la firmeza necesarias para garantizar la paz, una paz con libertad, no la paz de los cementerios. No habrá paz si no hay democracia en toda Yugoslavia. No habrá un tratamiento serio de los derechos de las minorías si no hay democracia en toda Yugoslavia. No habrá democracia, ni paz, ni respeto a las minorías mientras Milosevic siga siendo el dictador que provoca la guerra y la limpieza étnica, para después ofrecerse como interlocutor de sus víctimas y de la comunidad internacional.

Felipe González es representante especial de la OSCE y de la UE paraYugoslavia.

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