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Retener el tiempo y atrapar el aire

El Patronato de Turismo organiza en Sevilla representaciones teatrales al aire libre sobre cuadros de Velázquez

El primer patio de la Diputación de Sevilla regresó ayer a los tiempos del Siglo de Oro. Familias de mendigos, una buscona que quería pasar por noble ataviada con sus mejores galas, una tabernera capaz de distinguir a los caballeros famélicos que viven del aire y espolvorean migajas de pan en sus barbas para ocultar su pobreza y otros personajes se paseaban por el patio ante los ojos de un joven Diego Velázquez. El pintor, ansioso ya de abandonar Sevilla para dirigirse a la corte, los veía moverse en una taberna del Arenal, una zona de la ciudad que sirvió de escenario a muchos cuadros y novelas del siglo XVII. "Yo no soy inmóvil como los cipreses que nacen y mueren en el mismo sitio. No quiero pasar mi vida pintando santos de iglesia y arcángeles bellos que nunca he visto. Quiero pintar a cualquiera de aquellas gentes que llenan la plaza. Atrapar su alma, su luz y su verdad. Retener el tiempo y atrapar el aire", afirmaba el joven Velázquez. La representación teatral, que duró 20 minutos, se repetirá 24 veces en dos plazas de la ciudad durante esta semana. La compañía teatral Vientos del Sur es la encargada de dar vida a la escena de la taberna. La representación se encuadra en los actos del cuarto centenario del nacimiento del pintor sevillano que promueve el Patronato Provincial de Turismo. Al final de la escena los actores quedan suspendidos en el tiempo en el mismo gesto y actitud que los personajes de tres cuadros de Velázquez de su etapa sevillana: Vieja friendo huevos, El almuerzo y El aguador de Sevilla. Esta representación será ofrecida al público desde hoy al próximo sábado en las céntricas plazas del Triunfo y San Francisco. Ver a los actores será una agradable sorpresa para la gente que ande por esa zona de la ciudad a mediodía o por la tarde. La compañía Vientos del Sur ha conseguido una entretenida réplica, con los tópicos histriónicos que se asignan al mundo picaresco del Siglo de Oro, de lo que podía ser una taberna popular sevillana. Medio centenar de personas tuvieron ocasión de contemplar ayer el espectáculo en la Diputación. Un niño y un hombre dedicados a la venta de agua y aceitunas paseaban por el lugar voceando su mercancía. "¡Aceitunas de Dos Hermanas!", chillaba el niño con un entusiasmo vocacional digno de elogio. "¡Agua de los Caños de Carmona!", recomendaba el hombre. Su ofrecimiento a una presunta dama, de movimientos sincopados similares a los de la muñeca de Blade Runner, cayó en saco roto. La supuesta dama, vestida como una menina velazqueña, desdeñó el ofrecimiento del agua fresca porque, acostumbrada a beber en copas de lujo, no quería rebajarse a poner sus labios en algo que vendiera un "pobre" que tal vez fuera "judeoconverso". Luego, dos mendigos recaudaron unas monedas entre el público para que su padre se curara de su mudez. A otras personas del respetable los mendigos les dijeron que su padre era tuberculoso. A estos simpáticos truhanes poco les importaba que las monedas que les arrojaban al sombrero no fueran de curso legal en el siglo XVII. La tabernera resolvió la posterior disputa de los mendigos por la posesión de las monedas. Tras proclamar que "en el mundo no hay más que dos linajes: el comer y el no comer", la tabernera dispuso las viandas entre sus parroquianos. Velázquez los observaba sentado en un taburete, con los ojos bien abiertos, como si quisiera atraparlos para hacerlos eternos. Ellos comenzaron a moverse lentamente hasta quedar detenidos durante unos segundos. Velázquez consiguió que abandonaran la red del tiempo.

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