El Gobierno de Blair propone que los niños de cinco años se sometan a evaluación
Padres y profesores, enfrentados por la propuesta de endurecer la educación infantil
El dilema está entre enseñar divirtiendo a los niños más pequeños o educarles formalmente, con exámenes incluidos. Para los pedagogos británicos no existe duda posible: separar los aspectos sociales y emocionales del desarrollo de un niño de cuatro o cinco años de su evolución intelectual está abocado al fracaso. El Gobierno cree, por el contrario, que fijar metas de aprendizaje y luego medirlas elevará su calidad. Los tempranos y frecuentes exámenes que propone para ello han empezado a dividir a profesores y asociaciones de padres.Desde el pasado mes de septiembre, las escuelas de primaria de Inglaterra y Gales (Escocia tiene sus propias normas) reciben a sus alumnos más jóvenes con una prueba que nadie aún se atreve a llamar examen. Los evalúan, pero no les hacen unos exámenes con nota. Al comprobar su grado de madurez o conocimientos, los maestros tratan de hacerse una idea de sus habilidades. Los apuntes tomados a principios de curso servirán luego para evaluar sus progresos a lo largo del año. El problema es que los recién llegados son más pequeños que nunca. Si hasta hace poco tenían cinco años al inicio de la etapa escolar, ahora acaban de cumplir cuatro. En la jerga ministerial se les conoce como "los cuatro plus" (cuatro y pico) de cada colegio. A esta edad ya empiezan a aprender el alfabeto.
La irrupción en los colegios de estos niños, procedentes de las guarderías, ha sido en parte provocada por el Gobierno laborista, que prometió plazas escolares para esa edad en los colegios. Prácticamente todos los niños de cinco y cuatro años y pico están estudiando. El que no lo hace está condenado a ir retrasado cuando se incorpora a los seis años. La consecuencia es el adelanto en un año de la educación formal.
Como no hay suficientes parvularios donde acogerlos, sólo ha podido cumplir el ofrecimiento a base de inscribir a un 55% en unas "clases de acogida" abiertas a toda prisa en escuelas de primaria. Una vez allí, la presión ejercida por los inspectores escolares, y el ambiente mismo, transforma casi el primer contacto de los menores con la educación en una carrera de obstáculos en busca de resultados concretos. A final de curso, el grupo, que puede sumar hasta 30 niños, debe haber alcanzado objetivos claros de lectura, escritura y cálculo. Los aspectos emocionales, el desarrollo físico y la socialización están ya asegurados en la mayoría de los centros, según el Ministerio de Educación.
"No hace falta obligarles tan pronto a aprender a leer. Los pequeños se ponen nerviosos y están cansados y de mal humor al volver a casa. Es el peor comienzo posible, pero a veces resulta difícil convencer a los inspectores", ha señalado Marian Whitehead, una asesora educativa que empezó su carrera impartiendo clases de preescolar. A lo largo de su primer curso académico, los cuatro plus aprenden a reconocer el alfabeto. Poco a poco aparecen las palabras, que deberán recordar y ser capaces de escribir. Luego llegan los libros.
Con muchos dibujos, se cuentan historias divertidas a base de incluir una sola línea de texto por página. El alumno se lleva el cuento a casa un día determinado y, una semana después, debe ser capaz de leerlo en clase con su profesora. Un librito recoge los comentarios de ésta. Cuando lo hacen bien, se les ponen pegatinas o bien aparecen adjetivos como "¡fantástico!" y frases cortas del estilo: "Muy bien hecho". Para los padres, leer la opinión de la maestra, aunque se trate de una palabra de aliento claramente dirigida al menor, se ha convertido en una tentación difícil de superar. Cuando la página está en blanco asaltan al adulto unas dudas que los pedagogos no desean ver convertidas en obsesión.
Los riesgos de sumergir al niño desde el principio en estos aspectos más académicos de la educación han sido abordados por la Asociación Británica para la Educación en la Primera Infancia. En su opinión, el régimen actual obliga a evaluar a los niños antes de los cinco años, como si se tratara de sus compañeros mayores. "Una forma de medir conocimientos y calidad que está invadiendo la educación nacional", según sus portavoces.
Para los profesores de preescolar, la tarea tampoco es fácil. Acostumbrados a los alumnos de cinco años, ven llegar ahora una treintena de niños que acaban de cumplir los cuatro o bien celebran su quinto cumpleaños a lo largo del curso. "Muchos no saben prestar aún atención. A veces ni siquiera entienden que la maestra les habla a ellos también, cuando se dirige al grupo completo", dice Marian Whitehead.
Ventajas poco claras
Para los expertos en educación preescolar, las ventajas de una enseñanza tan precisa tampoco están muy claras. Si bien es cierto que saber leer desde temprano ayuda mucho, hacia los ocho años los niños que aprendieron más despacio suelen estar en igualdad de condiciones. Las investigaciones llevadas a cabo en estos momentos en el Reino Unido sugieren que acumular conocimientos o habilidades precoces puede no ser la mejor forma de iniciar la escuela. "Para que el niño se convierta en un buen estudiante hay que apoyar su autoestima y animarle en sus aspiraciones", según ha declarado al rotativo The Independent Christine Pascal, una de las especialistas en educación de la primera infancia más prestigiosas.El Ministerio de Educación y el inspector jefe escolar, Chris Woodhead, defienden, sin embargo, las bondades de los exámenes. Woodhead ha llegado a decir que para mejorar hace falta ahorrarse sentimentalismos.
La lección bien aprendida
Escolarizados de hecho a los cuatro años, los niños británicos se enfrentan al primer examen de sus vidas con cinco recién cumplidos. Dada su tierna edad, los profesores no les califican con notas tradicionales. Les interesa más saber si son capaces de reconocer el alfabeto completo, distinguir el sonido de sus letras y leer palabras cortas y frases sencillas. Siempre sin ayuda de un adulto, esperan también de ellos que comprendan a grandes rasgos el argumento de un cuento, con sus principales protagonistas. Una vez evaluada su habilidad lectora entra en escena la escritura.Para dominarla, nada mejor que sujetar el lápiz con propiedad. Sólo así podrán conseguir las letras, "simples y de uso corriente", pedidas por sus maestros. Escribir su nombre e intentar formar frases, con puntos y comas a ser posible, es otra de las tareas consideradas esenciales que deberían superar. En cuanto al cálculo, la regla de oro es llegar a 10 sin tropiezos. Distinguir cada uno de los números por separado y saber cuál es mayor o menor constituye el siguiente paso. Ello les permitirá luego entender conceptos opuestos, como grande y pequeño o bien pesado y ligero. Si unen a todo lo anterior una cierta idea de lo que supone sumar y restar objetos habrán salido airosos de una controvertida prueba presentada como "la meta deseable al concluir el primer año de clases" por el organismo oficial responsable del programa de estudios.
Las notas se han convertido, de todos modos, en el baremo que el Gobierno y los padres utilizan para medir los conocimientos de los menores y, por ende, la calidad de sus educadores. Las listas de excelencia de la primaria, recién aparecidas, servirán una vez más para escoger los mejores centros el próximo curso. Obtenidas comparando los exámenes realizados a los 11 años (a los siete hay un ensayo general) -es decir, antes de la secundaria-, han contribuido a crear un ambiente donde sólo los exámenes constantes parecen el sinónimo válido de progreso educativo, según los pedagogos.
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