_
_
_
_
_
GOLF Masters de Augusta

Olazábal es de nuevo un maestro único

En unos soberbios nueve hoyos finales, el guipuzcoano acaba con todas las resistencias y gana su segundo Masters

Carlos Arribas

Con una segunda vuelta única, con 33 golpes en los últimos nueve hoyos para una ronda de 71 golpes (-1), José María Olazábal ganó su segundo Masters en un domingo ventoso y pegajoso. Es el cuarto triunfo del golf español en el torneo más importante. Severiano Ballesteros vistió la chaqueta verde, símbolo de la victoria, en 1980 y 1983. Olazábal, de 33 años, en 1994 y 1999. Es el triunfo de un jugador único.La ironía quiso que finalmente se jugaran la victoria dos jugadores a quienes la desgracia había perseguido en los últimos años. Dos jugadores, Olazábal y el australiano Greg Norman, que parecían ya ajenos definitivamente a las fuerzas dominantes en el golf actual. Ni jóvenes, ni fuertes. Olazábal no había vuelto a ser el mismo desde su enfermedad de 1996. Norman, desde su derrota en la última ronda del masters de 1996. Ambos le dieron una bofetada a la historia.

Más información
La paciencia recompensada
Un hombre especial, diferente y feliz

Olazábal, líder desde sus extraordinarios 66 golpes el segundo día, contempló cómo los jugadores que no cejaban en su asedio a su posición de líder desfallecían de repente, justo cuando más cerca estaban de conseguir su objetivo. Le ocurrió a David Duval, el publicitado número uno del mundo. También a Lee Westwood, el inglés llamado a heredar todas las virtudes y ninguno de los defectos de Greg Norman. A Lee Janzen, el norteamericano regular como un reloj con el putt. A Davis Love III, el multimillonario de nacimiento. A los coriáceos Bob Estes y Steve Pate, los representantes del proletariado que se gana la vida simplemente con el golf. Hasta a Greg Norman, el australiano a quien la vida le había concedido una nueva oportunidad de ganar el Masters, el favorito de la afición.

Todos salieron por detrás de Olazábal. Algunos regresaban desde lejísimos. Duval por ejemplo. Comenzó el día a seis golpes de Olazábal. Mientras iba por debajo no le costaba nada al tejano engranar birdie tras birdie. Llegó un momento, en el hoyo 10, en que miró al marcador y vio que el -5 que había alcanzado le hacía líder, que Olazábal pasaba por los momentos malos del día en su triada negra (los bogeys consecutivos en el 3, 4 y 5 que habían dejado su pimpante -7 inicial en un -4 de clase media), y que el sueño del Masters aún era posible. Quién le mandó pensar en ganar. Desastre. Doble bogey en el 11. Fuera.

También Pate (el mismo que el sábado hizo siete birdies consecutivos y batió un récord en el campo de Augusta) y Love gozaron momentáneamente del liderato en la última jornada del Masters. Todos sucumbieron a los nervios que no les dejaban pensar con claridad. Todos chocaron contra la firmeza de dos rocas, Olazábal y un campo especialmente difícil, con unos greens tan duros que bordeaban lo injusto: buenos golpes, bien dirigidos a su sitio, eran sin motivo aparente escupidos a zonas complicadas, a búnkers, segundos cortes de hierba o arbustos.

Todas las fuerzas del asedio tuvieron momentáneos momentos de respiro. Volvieron a sus birdies cuando ya no les valían de nada. Terminaron levantando el sitio. Todos menos dos. Justamente los dos que alguna vez antes habían ganado un grande, Norman y Love. Justamente los favoritos de la afición. Dos jugadores en cuyo juego se basó quien acuñó la palabra espectacular. Los dos aguantaron hasta el final. Convirtieron la última ronda en un duelo singular con Olazábal. No pudieron hacer nada. Love se quedó en -6 y se fue a esperar. Norman, desesperado, tiró antes la toalla.

Llegado el hoyo 10, Olazábal volvió a coger en solitario el liderato. El Masters, dicen los cronistas de antaño, se resume en los últimos nueve hoyos del domingo. De acuerdo, dice Olazábal. Vamos a verlo. Llegar allí, al 10, en esa situación, líder en solitario, le costó al golfista de Hondarribia más trabajo que ninguna tarea antes emprendida. Más determinación, valor, sufrimiento y juego que nunca haya necesitado desplegar. Ni para ganar su primera chaqueta verde, hace cinco años, ni para apuntalar la segunda, en los nueve gloriosos hoyos finales. ¿Qué jugador habría sido capaz de pararse en la mitad de la cuesta descendente de una montaña rusa? Nadie. Sólo Olazábal. Tres bogeys consecutivos. Hoyos 3, 4 y 5. No sólo eso. Un juego que no ofrecía esperanzas de recuperación. Mal putt, malos hierros, malos chips. Sólo el abismo al final de la cuesta. Qué miedo llegando al 6, un complicado par tres (sólo dos birdies antes). Olazábal, a quien muchos llaman tímido, reúne todo su valor, todo su juego, toda su brillantez, en su hierro y arriesga, lo arriesga todo en un golpe. Soberbio. A dos metros del agujero. El birdie que lo cambia todo.

Un nuevo birdie en el 10 (ya las calles de Augusta son autopistas y los greens se han hecho de algodón para el toque mágico de Olazábal) y, tarí, tará, las trompetas de la gloria y el desafío. Norman piensa que es su momento. Un birdie en el 11, el hoyo imposible, le permite empatar con el vasco. Le mira directamente a los ojos. Olazábal no sólo soporta su mirada. Se la devuelve incrementada en arrojo y seguridad en sí mismo. Sólo quien ha resistido al borde de la derrota puede aguantar así. Es el hoyo 13, un par cinco. Norman alcanza el green en dos golpes. Deja la pelota a seis metros de la bandera. Un putt para eagle. Olazábal, como todos los días, prefiere llegar al green en tres golpes. Deja la pelota a cinco metros. Quizás un birdie. Norman disfruta del momento, su momento. La multitud, enfebrecida, ruge como posesa. Qué eagle. Norman, -7. Líder en solitario. Sólo 30 segundos. El tiempo que tardó la bola mimada por el putter de Olazábal en introducirse en el hoyo. Un birdie que le devolvió al -7. Norman quiso jugar duro y Olazábal le dijo que de acuerdo. Viendo el birdie del vasco, al Norman héroe trágico se le torció el gesto. El siguiente, en el 14 se le fue a los árboles, luego visitó un búnker. Bogey. Y luego otro. Una vez más, Norman pudo ganar en Augusta. La frustración parece no tener fin. Un último birdie de Olazábal en el 16 dejó clara la historia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_