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Reportaje:EXCURSIONES: PINAR DE CABEZAS DE HIERRO

Árboles genealógicos

Una gira por el histórico bosque que tapiza la umbría de la segunda cima regional, en el alto Lozoya

Últimamente, todo el que entiende dos ochavos sobre flora arremete contra los pinares del Guadarrama porque cunde la sospecha de que no son autóctonos cien por cien, y guías botánicas hay que afirman tajantes que "las masas existentes en el piso del roble", piso que las mismas guías fijan entre los 800 y los 1.800 metros, "son producto de repoblaciones muy antiguas". En el futuro tendremos el monte que hoy planifiquemos, y si estos Milosevic de los bosques siguen dando la matraca, los pinos albares que nos vieron jugar en los valles acabarán exterminados hasta los 1.801 metros de altura.Por otro lado, choca que se afine tanto a la hora de precisar el territorio que le corresponde al roble y que se sea tan poco riguroso al hablar de repoblaciones. En la cabecera del Lozoya, verbigracia, es seguro que antes de 1302, cuando el valle comenzó a ser colonizado por segovianos, nadie plantó un pino. Ni falta que hacía, porque, según el Libro de la montería, de Alfonso XI (1312-1350), ya existía "el Pinar de Rasca Fría", que era "buen monte de osso en verano". Y porque, según el ilustre Ponz, "quando se fundó El Paular (1390), hay memoria que era un parage impenetrable desde Rascafría hasta el nacimiento del río, por la espesura de árboles y arbustos": una descripción que no responde a la de un bosque de repoblación.

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Así que sabemos que las repoblaciones en el alto Lozoya no son tan antiguas y se verificaron sobre un pinar preexistente. Y también que en 1675 un real despacho concedió a los cartujos de El Paular "una legua de pinar y monte del dicho valle" por 8.000 ducados; que en 1837, tras ser desamortizado el monasterio, fue adjudicado el pinar -dos millones de árboles- a un tal Andrés Andreu, quien a su vez lo cedió en 1840 a la Sociedad Belga de los Pinares del Paular, empresa que lo explota hasta la fecha.

Una ruta inédita por este bosque histórico, al margen de las sendas habituales, es la que discurre por la umbría de Cabezas de Hierro, faldeando a media ladera la segunda montaña más alta de la región (2.380 metros). Subiendo de Rascafría al puerto de los Cotos, en el kilómetro 32,400 nos echaremos a andar hacia la izquierda por una pista forestal que corre al encuentro del joven Lozoya -aquí llamado Angostura- para, dos kilómetros río arriba, salvar la corriente por un puente de piedra y proseguir a mano izquierda en ascenso a través de la excelsa pinada.

Tres kilómetros más adelante, y como a una hora y media del inicio, se presenta una bifurcación en la que optaremos por la derecha. Pinos aparte, diversas especies arbóreas (lustrosos acebos, antañones tejos..., pero ni un roble) flanquean este camino forestal de suave pendiente por el que, después de cortar el arroyo de los Machos y el de Peña Mala, junto al que sale un desvío a la derecha que ignoraremos, daremos en una hora más con una nueva pista forestal. Estacas de madera numeradas (correspondientes al itinerario RV1 del Parque Natural de Peñalara) jalonan el regreso por la vera del río, que se cruza en dos ocasiones, hasta llegar al puente de piedra de la Angostura.

Aunque hermosas son las cascadas y pozas que forman a cada trecho el recién nacido Lozoya, el protagonista inapelable de este alto valle es otro. Pinus sylvestris le llamó Linneo, porque era el único que crecía espontáneamente en su Suecia natal. Pino albar o de Valsaín le decimos nosotros. Hay quien cuestiona su autoctonía; pero nadie, ni siquiera sus detractores, puede pasar sin él. Porque de él están hechos, como observaba Máximo Laguna, "desde el modesto tablado de la cama del pobre hasta la mesa de despacho del magnate, por más que esta última esté revestida de una fina capa de caoba". O de roble.

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