Y el poeta se hizo magia MONIKA ZGUSTOVÁ
Y el mago se hizo poesía. De su chistera surgieron palabras, sus naipes se transformaron en letras, sus pañuelos ocultaban la luna. No aparecieron sobre el escenario esplendorosas mujeres en cajas anteriormente vacías, ni levitaron mesas, ni nadie de entre el público desapareció. Pero la magia estuvo presente el pasado jueves en el Auditorio de la Caixa de Sabadell. Una magia que no nacía del refinamiento tecnológico, sino de la trabajada destreza de las manos del mago Hausson y de la inagotable imaginación de Joan Brossa, quien sugirió al mago muchas de las escenas del espectáculo Brossa-Hausson-Brossa. El espectáculo formaba parte de los actos organizados con motivo de la exposición Joan Brossa. Cartells 1975-1999, promovida por la Fundación Caixa de Sabadell y Sa Nostra Caixa de Balears. Allí donde el mago había ocultado un naipe aparecía una letra, como si el mago-poeta nos estuviese diciendo que el juego es un lenguaje o que el lenguaje no es más que un juego y que en ambos gana quien mejor combina inteligencia y azar. Como en la vida: "Los hombres", escribió Brossa, "como los naipes, por el hecho de estar destinados a juegos de azar tienen que ser completamente opacos". Y mientras el mago sacaba de su chistera no el consabido conejo, sino palabras, yo me preguntaba: a qué fuimos primero sensibles los humanos, ¿a la seducción de lo mágico o a la seducción de la palabra? Hausson, pues, revivió a Brossa como lo hizo antes el pintor Perejaume en la introducción al acto: "Como Hausson, yo no sería quien soy ni mi obra sería como es si no me hubiera tocado el rayo de Brossa". Como si, con esta afirmación, Perejaume quisiera entroncar con una línea de descendencia que el mismo Brossa había descubierto en Miró: "Mi encuentro con Miró fue para mí como una epifanía". Brossa sigue presente. Sus palabras, inscritas en su último libro de poemas, Sumari astral, un pequeño volumen que todavía huele a imprenta, planean entre los que asistimos a la magia poética de Hausson / Brossa: "Enmig de jeroglífics i figures, modelo l"ou del món en un torn de terrissaire". Sí, Brossa está. Y no sólo en su obra, sino también en el universo de amigos, complicidades y afectos que cohesionó a su alrededor. "La gente más poeta", había dicho, "no hace versos, hace poesía con su forma de ser". Por eso, Brossa está en Hausson, en Perejaume, en sus amigos y colaboradores, Núria Candela, Isidre Vallès y Jaume Josa, presente ese día en Sabadell; en Maia Creus, comisaria de la exposición. Y está sobre todo en su mujer, Pepa Llopis, sentada junto a los demás en el auditorio. Y el mismo Joan Brossa parece como si estuviera discretamente alejado en un rincón. Observándolo todo, apartado del tumulto en que todos hablamos a la vez, opinamos, juzgamos y criticamos. De lejos, oigo sus palabras musitadas. "La gent emet judicis idèntics en el desordre, encara que tard o d"hora hagi d"acceptar el seu món com una mera il.lusió", versos de ese mismo libro que fue el último. Pepa Llopis sonríe. "No debería reír", dice con un ademán de disculpa, al percibir mi mirada. "Pero es que a mí me parece como si Joan no hubiera muerto, siento que está aquí con nosotros. De modo que puedo reír, ¿no?". Eso dice Pepa, esa mujer de pelo corto y moreno con apenas unos hilos plateados que la adornan y la embellecen; Pepa, esa mujer primaveral cuya noción del tiempo se ha relativizado desde que su compañero ha desaparecido físicamente de su lado. Pero él no deja de contestarle a través de su libro: "Tal com darrera la veu hi segueix l"eco, el món és unit per correspondències que no indiquen cap calendari". La mayoría de las compañeras y los compañeros de los grandes poetas, artistas o científicos justifican su propia existencia con el conocido razonamiento: "Sin mí, su obra no hubiera existido". Aunque sea cierta, tal justificación sólo sirve a esas personas de bastón en el que apoyarse para seguir adelante. La mujer de Brossa, en cambio, es antes que nada ella misma, sin necesidad de recursos justificatorios; es Pepa Llopis, que ha vivido su propia vida y sigue viviéndola en las circunstancias cambiadas. Ella, que durante 27 años -el tiempo que duró su vida con Brossa- había pasado a máquina todos los textos del poeta; ella, sin cuya aprobación Brossa no publicaba nada, dice: "Sin mí, Brossa hubiera hecho su obra tan bien como la ha hecho conmigo". ¿Por qué una actitud tan distinta? ¿Qué es lo que distingue a Pepa de esas personas necesitadas de justificación? Mientras estas reflexiones transitan por mi cabeza, Hausson sigue ejerciendo sobre el escenario de buen mago, es decir, de buen poeta. Aspira el humo de un cigarrillo y lo lanza en dirección a una copa oculta bajo un pañuelo y situada a dos metros de distancia. El humo que sale de los labios del mago se disuelve en el aire. Sin embargo, cuando después Hausson se acerca a la copa y aparta el pañuelo que la cubría, el humo colma la copa: en la copa antes llena de nada hay ahora humo que vuelve inmediatamente a la nada. ¿Metáfora de la poesía? Como la magia, la poesía sorprende y maravilla y lo tiñe todo de sentido. Me contó una vez un anciano escritor checo a quien ya se le habían muerto todos los seres queridos, que practicaba el diálogo con los difuntos, y que la conversación era recíproca; y añadió con una media sonrisa: "En esas circunstancias la comunicación es más frecuente, más profunda e indudablemente más amable que cuando esos seres queridos estaban vivos". Brossa sigue conversando con todos los que pueblan su universo y con todos aquellos que quieran acercarse a él: "No sois vosotros quienes me habéis hecho venir a mí, sino yo quien os ha hecho venir a vosotros". Brossa está.
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