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El gran pensador

DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Como todo hijo de vecino, sigo en la prensa el desarrollo de la guerra en los Balcanes y leo con atención aquellos artículos de opinión que pueden ayudarme a ver las cosas más claras y a intentar columbrar cómo puede acabar todo esto. En ese orden de cosas, hace unos días leí un texto de André Glucksmann con el que no podía estar más de acuerdo, pero que me llevó rápidamente a hacerme la siguiente pregunta: ¿es posible que este prodigio de profundidad y sensatez sea el mismo individuo pelmazo y excéntrico al que di conversación hace algo más de 10 años en su apartamento de París? Es posible que pillara en un mal día al filósofo sesentaiochista, pero la suya fue una de esas entrevistas que uno nunca olvida. También puede ser que se me notara el poco interés que su persona me suscitaba (yo sólo había aceptado el encargo de mi redactor jefe de la época para darme una vuelta por París, que siempre resulta agradable), pero les juro que me porté en todo momento con gran corrección y que nunca se me pasó por la cabeza ofender al señor Glucksmann. Es más, las educadas conversaciones que mantuve con él por teléfono para arreglar una cita no me prepararon en lo más mínimo para la performance que el gran pensador me tenía reservada. El espectáculo empezó cuando me presenté en su casa junto a mi amigo el fotógrafo Jean-Marie del Moral, un simpático producto de la emigración española a causa de la guerra civil que por aquel entonces era algo así como el retratista oficial de Miquel Barceló. El filósofo nos abrió la puerta envuelto en un bonito aunque algo raído batín, me saludó en voz baja y, tras detectar la presencia de Jean-Marie con sus cámaras, me soltó: "No me había dicho usted que venía con un fotógrafo". "Bueno...", repuse, "es lo normal... Ya sabe usted, señor Glucksmann, que las entrevistas suelen llevar fotos del entrevistado". Tras considerar brevemente la situación, el hombre nos dejó pasar mientras decía fatalistamente algo así como "ya veo que no me va a quedar más remedio que vestirme". Tras hacernos pasar por un salón en el que una mujer (¿su esposa o compañera sentimental?) pintaba un cuadro, nos aparcó en otro más grande y desapareció. En ese momento, Jean-Marie y yo empezamos a cruzar miradas de sorpresa. Unos minutos después, el pensador, cuyo parecido con el cantante Antoine, por cierto, era más que notable, apareció disfrazado de Andy Warhol (botas de cowboy, tejanos, corbata y blazer) y, en teoría, dispuesto para la entrevista. Entrevista que se llevó a cabo, a sugerencia suya, de pie y junto a una chimenea. "¿No sería mejor que nos sentáramos, señor Glucksmann?", me atreví a sugerir. "Yo aquí, acodado en mi chimenea, estoy estupendamente", contestó. Así pues, la entrevista se hizo de pie, junto a la chimenea, mientras Jean-Marie, a quien se le había prohibido hacer fotos durante la conversación, contemplaba el espectáculo con estupor. Durante tres cuartos de hora me las apañé muy bien para hacer ver que había leído el libro que motivaba la entrevista con André Glucksmann, pero tampoco hacía mucha falta, ya que él tenía un discurso muy bien estructurado que sazonaba con citas de Saint-Simon. Terminada la entrevista, llegó el momento de las fotos. Y ahí el señor Glucksmann volvió a sorprenderme. Al ver que me apartaba para que Jean-Marie pudiera inmortalizarle convenientemente, el hombre me miró con cierto rencor y me preguntó: "¿Se puede saber por qué no quiere usted retratarse conmigo?". Tuve que explicarle que no es una costumbre muy extendida en el periodismo contemporáneo la de que el entrevistador se haga fotos con el entrevistado. No quedó muy convencido, pero aceptó posar en solitario. Salí del apartamento del señor Glucksmann entendiendo un poco mejor por qué fracasó la revolución de mayo de 1968 y, al mismo tiempo, fascinado ante el hecho de que un hombre que vive en otro planeta pueda tener opiniones tan cabales sobre lo que sucede en el nuestro.

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