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Tribuna:SEMANA SANTA 99
Tribuna
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Rivalidades cofrades

Las pasiones que inspiran las imágenes de Semana Santa están por encima de la emoción artística y de la religiosa. Todas tienen valor, pero los seguidores de cada una dan por supuesto que la Virgen o el Cristo propio es lo mejor del mundo, y no tienen empacho en vituperar a otras con tal de exaltar a la suya. El Jueves Santo en Málaga es un buen ejemplo de cómo la rivalidad cofrade puede llegar a parecerse a la futbolística, especialmente entre los seguidores de Mena y La Esperanza, dos cofradías muy populares. El año pasado, la lluvia dejó sin salir a La Esperanza, cuya casa hermandad está muy cerca del lugar donde se encierra Mena. Un seguidor del Cristo de La Legión celebró la desgracia de los esperancistas con un "que se fastidien ésos". Los devotos de la Virgen estuvieron en un tris de comérselo vivo. En las salidas es donde se observan mejor estos sentimientos. Si a un desconocido se le escapa un piropo, inmediatamente habrá un devoto que le explique la historia del trono, el manto, la corona y las flores que adornan a su imagen. Pero si el comentario es "pues a mí no me dice nada; tal otra es muchísimo más bonita", en menos de una fracción de segundo habrá alguien que le espete: "Pues la casa hermandad está allí mismo. Ya está tardando en largarse, que aquí sobra gente". La rivalidad se proyecta hacia la Semana Santa de otras provincias, hacia las procesiones de un día o de otro, y por último hacia las imágenes más populares. El caso es defender lo de uno. El fervor puede llegar a tal extremo que no hay manera de entrar en razón. Pero esa circunstancia es común a todos los lugares. En los pueblos se ha llegado a dar el caso de prohibir un matrimonio porque el novio o la novia eran de la cofradía rival. En cierta ocasión, el enfrentamiento en un pueblo se desbordó tanto que el obispo fue a mediar. Pasó la tarde con las camareras de las dos vírgenes; las reunió, merendó con ellas y les explicó que Virgen no había más que una, y que todas las advocaciones eran válidas. Las mujeres parecían haber entrado en razón y el obispo se iba pensando que había logrado la concordia, pero una de ellas, al despedirse, le dijo: "Eso está muy bien, señor obispo, pero virgen, virgen, la nuestra, porque la otra tiene un niño".

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