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Tribuna:EL BALCÓN
Tribuna
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Tronos y neón

La Semana Santa es una gran escenografía concebida para sugerir. Como toda puesta en escena se alimenta del público, y evoluciona con él hasta convertirse en un reflejo de cada pueblo. La Semana Santa malagueña es el vivo retrato de la ciudad. Estéticamente lo es porque la hermosura de los tronos tiene que abrirse paso entre edificios agonizantes, andamios y avenidas blindadas de asfalto, metal y neón. La salida de La Expiración con El Corte Inglés de fondo sería un atentado en otra ciudad; Málaga está acostumbrada a rescatar la belleza del entorno feo. Igual pasa con el ambiente. Las procesiones malagueñas no suelen provocar silencio. Por más que las cofradías se esfuercen, la Semana Santa está más cerca de los ritos paganos que del luto de la Pasión. La gente jalea el paso de los tronos. Ignora a los nazarenos. No es descartable que, si Dios prefiere el espíritu de los cofrades ortodoxos, el Cristo de los Gitanos se suelte un día de su columna para llamar al orden a las chicas que le gritan "¡Moreno, tío bueno!". Pero eso forma parte de Málaga. Como la calle Carreterías, cofrade hasta las trancas, pero que trae de cabeza a la Agrupación y al Ayuntamiento. El año pasado, los vecinos se alzaron contra la alcaldesa Villalobos porque intentó retirar de las aceras los tresillos y hamacas que dejan en la calle durante toda la semana a modo de sillas de abono. Lo único que ha logrado es que se las suban a casa después de cada jornada. Pero la imagen de las banquetas y mecedoras encadenadas a lo largo de toda la calle eran una seña de que Málaga estaba en Semana Santa. Un vecino de Carreterías casi logró que la hermandad de Servitas, la más solemne de Málaga, la excluyera de su recorrido. Cada año, cuando se apagaban las luces para que pasara, él metía un foco de tropecientos mil vatios para grabarla en vídeo. La gente protestaba airada, y la Virgen terminaba pasando en medio de una batalla campal. No sé si la cosa se ha solucionado, porque servidora se ha buscado otro rincón para verla, y seguramente el vecino habrá hallado otra forma de expresar su entusiasmo que, aunque más fastidioso para el resto, no es peor que el de cualquier otro. Porque nadie, al menos de este mundo, puede determinar cuál es la emoción más sincera.

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