A la gallina ciega
PACO MARISCAL Lo que más necesitan nuestros embalses valencianos es agua; lo que menos necesita el electorado socialdemócrata en general es que caigan chuzos de canto, y que la recia lluvia de listas y nombres se convierta en desconcierto electoral, en guiñol político que no lleve a meta alguna que no sea el jactancioso paseo triunfal de una derecha nuestra y autóctona con demasiados resabios de la derecha ancestral de siempre, pues no otra cosa es la megalomanía provinciana por construir aeropuertos en Castellón cuando a escasos 40 minutos está el de Manises infrautilizado. Lo que necesitan nuestros campos es el tempero que proporciona la fina lluvia primaveral; lo que menos necesita el electorado valenciano de izquierdas -y son centenares de miles de votos ciudadanos- es una ridícula y guiñolesca disputa de los adalides del PSPV-PSOE en torno a las listas electorales. Eso no proporciona sazón sino aridez en el campo electoral propio, mientras la adversaria derecha política pone sistemas de riego artificiales en su huerto; tan artificiales como ese aeropuerto fabriano, de Carlos Fabra que no de Pompeu Fabra, pues, sabido es que, en cuestiones lingüísticas, nuestra derecha no paró demasiadas mientes en el segundo Fabra y se complació por lo general con las hablas mesetarias o con el panocho, dejando el uso del valenciano reservado al exabrupto cutre y populachero. Lo que necesitan nuestros manantiales es que mane un caudal aceptable de agua sin nitratos; lo que se necesita en las listas del PSPV-PSOE son más candidatos como Joaquín González, ese muchacho de Santa Magdalena de Pulpis con 50 años cargados de civismo y entereza humana, con la cara picada por la metralla incívica de la no menos incívica guerra civil hispana. Porque a Joaquín lo conocemos de cuando nuestra adolescencia y juventud, de cuando era menos joven que ahora y sacando fuerzas del infortunio trabajaba media jornada de forma ejemplar y estudiaba por las tardes bachillerato de forma todavía más ejemplar. Aunque necesite un perro lazarillo, Joaquín no es ciego: el chico de Santa Magdalena es la vista de una política participativa y democrática para el siglo XXI, como se desprende de la entrevista que en estas mismas páginas le hizo ese otro día María Fabra. Ciegos jugando a la gallina ciega, con los ojos en la oficina de objetos perdidos, con ojos de vidrio, con las lupas y las gafas enmohecidas y sin aprender braille, son los miembros de esas familias y sensibilidades del PSPV-PSOE que en comités de listas y en comités nacionales se ensarzan por el puesto y la propina, por la moneda de plata o el óbolo del silencio, por una cruz electoral de peregil en ese ombligo gruñón que pretende ser tanta familia, sensibilidad y corrientes interesadas en recoger las migajas que se le caen a la derecha en el convite del pollo. Ignoran las familias, las sensibilidades, las corrientes interesadas y los nuncios florentinos plenipotenciarios que lleguen de la meseta, que las disputas de los de arriba las sufren los de abajo, los humildes, el electorado con más convicciones que sus dirigentes que vota socialdemocracia. El espectáculo es tan triste como irrisorio; un espectáculo sin propuestas de actuación política, un espectáculo de componendas, viscoso como anguila que se escurre como a las familias, sensibilidades y corrientes interesadas se les escapa el poder. No es lo que necesita el electorado valenciano de izquierdas.
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