Estampida
FÉLIX BAYÓN Siempre ha habido en la elaboración de listas electorales una dura pugna que ha logrado mantenerse más o menos oculta a los ojos de los electores. Pero esta vez, en vísperas de las municipales, los enfrentamientos por ocupar un lugar en las listas socialistas en Andalucía parecen más bien una estampida, un sálvese quien pueda digno del hundimiento del Titanic. Los codazos por entrar en las listas recuerdan ya a los empujones entre náufragos para hacerse con un rincón en la lancha de salvamento. Algún nostálgico puede pensar: "Si Alfonso Guerra levantase la cabeza..." Pero ni el propio Guerra, cuando tenía el máximo control del PSOE, podría hacer milagros en una situación como ésta. No hay nada más difícil que administrar la miseria. La pérdida de poder del PSOE en el Estado, municipios y diputaciones hace que se haya creado un desequilibrio entre oferta y demanda de cargos públicos: sobran aspirantes. Esta vez, al no estar vigente la lucha entre guerristas y renovadores, no se ha podido enmascarar con ideología esta competición, que se contempla ahora en toda su crudeza, descarnadamente. Quizá sea algo tarde para poner soluciones, pero no cabe duda de que éste es uno de los efectos perversos de la profesionalización de los políticos. Cuando volvieron las libertades a este país, se decidió remunerar dignamente a los cargos públicos. Con ello se pretendía evitar que sólo los ricos pudieran dedicarse a la política, lo que era completamente razonable. También se creía, ingenuamente, que así se evitaría la corrupción. Si se facilitó el paso de la "vida civil" a la política, no se previó, en cambio, el camino en sentido contrario. Resultado: hay concejales que no han dejado de serlo desde las primeras elecciones municipales. En este tiempo muchos veteranos cargos públicos han olvidado su anterior oficio o, simplemente, prefieren no volver a ejercerlo por ser más rutinario, aburrido o, simplemente, peor pagado que la política. Hay algunos que incluso no tienen otro oficio que la política. Razones tan pedestres como éstas son las que, la mayor parte de las veces, originan la lucha por un lugar en las listas electorales. El asunto se hubiera solucionado poniendo topes al plazo de disfrute de cargos públicos. Así, la vuelta a la "vida civil" resultaría menos traumática. La profesionalización de los políticos no sólo tiene como único efecto el bochornoso espectáculo de la guerra de las listas. Eso es sólo un espectáculo poco edificante que carece en sí de graves consecuencias políticas. Lo peor es que la profesionalización impide el rejuvenecimiento y regeneración de los partidos que pasan por malas rachas. Sólo los partidos que aumentan sus áreas de poder se pueden permitir incrementar el número de sus cargos públicos y, por tanto, ir introduciendo nuevas personas. Lo que sucede en el PSOE e IU tiene mucho que ver con esto. Así, además, se aumenta la endogamia política y la distancia con la sociedad civil y se llega incluso a crear un proceso de selección negativo, una especie de antidarwinismo que deja en la política a los que no tienen otra cosa mejor que hacer, mientras los más capaces pueden volver a buscar refugio en la vida profesional. Desgraciadamente, a estas alturas, el asunto tiene ya difícil enmienda.
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