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Dilema

J. J. PÉREZ BENLLOCH A lo largo y ancho del PP valenciano comienzan a circular algunas preguntas, avivadas sin duda por el clima electoral que día a día se acentúa. Una de ellas alude a los proyectos personales que rumia el presidente Eduardo Zaplana. No los programáticos, que de esos ya se ocupan las comisiones y comisionados pertinentes y que serán pregonados a no mucho tardar con la fanfarria habitual. Aludo a las recatadas intenciones del líder en punto a la composición del Consell, con la cadena de relevos y promociones que ello comporta, así como al tono más o menos centrado y ambicioso que piense imprimirle a esta segunda legislatura que tan sólo un prodigio le quitaría de las manos. Digamos que este interrogante suscita una lógica perplejidad que los cuestionados explican por el factor condicionante que supone alcanzar o no la mayoría absoluta, un arcano que los populares tratan de alumbrar escrutando los sucesivos sondeos de opinión. Según parece, los pronósticos son tan veleidosos que igual daría deshojar una margarita. Y esto es, precisamente, lo que pasma a las huestes zaplanistas, pues les causa pavor la mera premonición de un nuevo reparto del pollo con Unión Valenciana. Y no andan sobrados de motivos. La experiencia de la coalición en curso se salda con un fardo de agravios y desdenes que los populares han sufrido y tratado de simular mediante dosis crecientes de mortificación. Se han limitado a desoír las reiteradas provocaciones o desaires. La penúltima, teñida de recochineo, la de Fermín Artagoitia, secretario general de los regionalistas, que les tildaba de menos inteligentes. Un cilicio, en fin, para el partido del Gobierno, por cuya liberación pagaría lo que no está escrito. En realidad, ya hace lo posible para tentar a las almas más proclives del censo regionalista, aunque con pobres rendimientos, por ahora. Otra cosa sería que peligrasen los comederos institucionales donde apacienta UV. Este largo desencuentro, al que contribuye el muy diferente talante individual y composición social de uno y otro colectivo, determina que mientras aquellos exprimen al máximo los recursos para obtener la anhelada y precaria mayoría absoluta, éstos, los doctrinos de Héctor Villalba y compañía, velen armas a la espera de que sean requeridos de nuevo sus servicios. En esta ocasión, el pollo a repartir sería insuficiente. Los regionalistas exigirían toda una granja avícola, pues el famoso pacto ya les pareció pacato y mal negociado en su día, no obstante las pechugas que se afanaron. Esta vez, con tanto golpe bajo y resentimientos acumulados, resulta imprevisible a cuánto ascendería la factura. Otra de las cuestiones que desasosiega a los populares. Llegados a este hipotético trance, uno se pregunta qué sería más conveniente para el buen gobierno del País, de la autonomía, digo. ¿Una coalición de socios a la greña, asidos por la necesidad tanto como por el mutuo desprecio, o una Administración monocolor a la que poder demandarle coherencia entre sus logros y sus promesas? Los votantes respectivos habrán de resolver este dilema, que tampoco tiene respuesta fácil desde la izquierda militante o meramente cívica. Pero claro, para éstas y a la postre es simple teoría o acertijo en tanto que aquellos, PP y UV, se la juegan.

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